La novelística dominicana no está desprovista en su totalidad de los elementos surrealistas que la hacen reinventar verosimilitudes que pueden pensarse increíbles en la historia ficcional y, al mismo tiempo, constatables en la cultura local. Este narrar plantea cuestiones de la vida del aquí y del allá que pueden ser descifradas mediante el empleo de destrezas del pensamiento básico, dentro de las cuales la diada distinción/oposición parece ser la más pertinente.
No es posible soslayar, por lo tanto, la forma en que el valor de una entidad simbólica puede ser asignado mediante su opuesto: alto/bajo; cóncavo/convexo, obeso/delgado; bueno/malo; rico/pobre, etcétera; por lo que estas dualidades de la existencia universal también son necesarias para explicar una de las perspectivas de análisis de la novela cuasi surrealista, Bacá, del reconocido escritor dominicano Manuel García Cartagena (2007).
La oposición, en tanto principio fundamental gnoseológico, constituye el hilo simbólico con el que el personaje principal de esta novela enhebra toda la narración. Dicha oposición se percibe de múltiples formas. Tal vez la más importante sea el plano de la existencia de ese personaje, un sujeto de doble vida: La cotidiana y la espectral (P. 65).
En la ficción real de la novela estamos ante un actante de carne y hueso, un empleado común y corriente de la multinacional de seguros IIC; un sujeto que tiene esposa y tres hijas; pero que al mismo tiempo posee una vida paralela, mítica, fantasmagórica, que le permite atravesar los cristales para revisar las informaciones confidenciales de sus superiores en la empresa. Estamos, pues, ante una metafísica que permea la narración desde el principio hasta el final.
Este personaje cometió un grave error al depositar toda su confianza en una tal Josefina, mujer astuta y pitonisa, quien pudo descubrir sus facultades míticas y hacer lo necesario para someter todo su poder ante la Sombra con Vida. Después de conducirlo mágicamente en un autobús y de llegar a una zona rural, lo introdujo en una hacienda/cabaña en la que unos perros de raza doberman intentaron, sin éxito, impedirle el paso.
En la cabaña conocieron a otra mujer rubia y de ojos azules; una bruja que le practicó un rito junto a su aparente equipo de hechiceros, dentro de los cuales estaban los dos perros, convertidos en hombres, y la misma Josefina. Como el rito inicial no logró apagar sus poderes, se vieron conminados a apelar a la poderosa Sombra con Vida, quien lo dejó en estado de aparente inutilidad.
De forma inesperada, Vicen despertó en la sala de un hospital. El narrador nos cuenta que se había dado un tiro en la sien derecha con una Beretta calibre 45, en un baño de la empresa IIC, y había quedado vivo sólo para obedecer las órdenes de su nuevo jefe del más allá. Es precisamente esta dualidad la que reta a cualquier lector, ante la imperante inquietud de establecer lindes entre la realidad onírica e inverosímil y la “realidad real” del personaje, dentro de la ficción.
Empero es ese ser espectral de la vida oscura de Vicen quien ciertamente revela la segunda oposición/dualidad de la novela, a saber: la doble moral de los funcionarios públicos, quienes se presentan demagógicamente ante un pueblo, harto de los abusos del poder, como protagonistas de sus esperanzas. No obstante, se benefician de la complicidad, de la impunidad y de la corrupción, puesto que se dejan sobornar en detrimento del erario. Tampoco denuncian, ni castigan las infracciones a las leyes. Esto es muy evidente en los documentos confidenciales de la empresa, en la que salen a relucir nombres de funcionarios dominicanos, en relación con un famoso narcotraficante polaco, etcétera. Leamos:
“De ninguna manera Dorothy podía estar más sorprendida que él al descubrir la cara que presentaba la foto insertada en la ficha de los archivos de la IIC correspondiente a su famoso traficante polaco: aquella cara no era otra que la del ingeniero Rigoberto Pérez, un exsecretario de Estado dominicano que, al final de los años 80 había logrado huir del país con varias decenas de millones de dólares sustraídos a los setecientos que el BID había concedido al país a título de préstamo “para la lucha contra la pobreza” … ( P. 57).
Esa doble moral de la clase política dominicana reluce, igualmente, en las escenas en que el simbólico presidente dominicano busca explicar a los gremios que la construcción del megaedificio que alojaría la multinacional no sería construido. Sin embargo, ese mismo primer mandatario negoció con los principales dirigentes gremiales para permitir la instalación. Cuando los remanentes de los gremios se presentaron para protestar frente a la empresa, les resultó más fácil a las autoridades dispersarlos lanzándoles agua con mangueras de alta presión. Ya sus representantes tenían los bolsillos repletos de papeletas.
La acción abusiva de permitir la instalación de una multinacional de seguros logra que el lector pueda visualizar en la narrativa una tercera oposición/dualidad: La lucha de clases sociales, entre el capitalismo salvaje y el capitalismo de los pequeños burgueses; ya que la multinacional hizo que los pequeños inversionistas fracasaran económicamente, puesto que no podían competir con la megamultinacional de seguros.
En consecuencia, el monstruo del neoliberalismo imperial terminó devorando a los emprendedores locales y sometiéndolos a la esclavitud de cumplir una larga jornada de trabajo por una mísera cantidad de dinero (¿Plusvalía?). Peor aún: el Estado no le garantizaba su existencia en el mercado, mucho menos la capacidad de competir en buena lid, puesto que la doble moral de los funcionarios públicos se lo impedía.
La cuarta y última oposición es evidente en los hablares recreados por la narrativa. Mientras los dueños de empresas, los gerentes y algunos funcionarios se expresan usando un español neutro, parecido al español estándar dominicano, la gente común registra variedades de usos populares. La representación de las conversaciones revela metaplasmos lingüísticos, especialmente, el lambdacismo capitaleño y, en otros diálogos, el rotacismo sureño, amén de aspiraciones, apócopes, paragoges, vocalizaciones y ultracorrecciones auténticamente dominicanas:
-Óyemeeee, a ti no te lo puedo negalll ¿Paonde vaaa sin sabeeel lo que te puéee pasall? (p. 62).
-Tú puee tal seguro que sí te ven, sólo que a ninguno de eyo ni tú ni yo le impoltamo na. Así son la vaina. ¿Te da cuenta? No tiapure… Ya casi tamo yegando. (P. 64).
Los actantes que aparecen metafóricamente relacionados con las artes ocultas son quienes en sus conversaciones reflejan menos formación educativa, partiendo del uso local y regional del español que emplean. Otra cuestión relativa al uso de la lengua, de notable relevancia, tiene que ver con el valor que adquieren los enunciados en los contextos de los actantes.
Cuando Vicen, por ejemplo, se hallaba rodeado por la hechicera y los dos hombres, escuchó que Josefina, la traidora, llamó “hermanos” a los perros/hombres/demonios. De inmediato se llenó de pavor y comprendió que ella era una hechicera más, había caído en un gancho. Asimismo, al escuchar que el nombre de los dos hombres que participaban en el rito eran los mismos de los perros, terminó de comprobar que se hallaba en la misma cuna del diablo, ese mismo tal cual ha sido difundido en occidente por el santoral católico/protestante y por nuestra literatura de tradición oral.
El título de la novela debe aludir a la creencia que deambula en algunos pueblos caribeños, lejanos a las ciudades, de que los hacendados adinerados tienen un bacá, como producto de haber hecho un pacto con el diablo. Ese supuesto bacá le puede proteger de sus enemigos y le puede hacer daños si no cumple con el pacto.
La narración se expresa en tercera persona del singular y en algunas ocasiones el narrador se une a los personajes, lo que le permite hacer uso de la primera persona del plural. Abundan las oraciones extensas, algunas constituyen párrafos y en raras ocasiones encontramos estructuras simples. Aún así, la acertada precisión lexical, amén de los abundantes juegos simbólicos, propician una lectura dinámica y entretenida.
Mis profesores de análisis literario me enseñaron que los críticos nunca deberían decir “me gustó una obra”. Yo, que solo intento ser lector, me limitaré a afirmar, categóricamente, que esta novela de Manuel García Cartagena merece ser leída, estudiada, analizada y llevada al cine, etcétera.
¡A leer Bacá, sí!
García Cartagena, Manuel (2007) Bacá (Novela). República Dominicana: Editora Corripio, CxA. 102 pp.