La afirmación negacionista enarbolada por el historiador Manuel García Arévalo, en el sentido de que “La conquista española no fue un genocidio” (Listín Diario, 6-12-22), constituye una deliberada omisión y verdades a medias basándose en su particular interpretación ideológica de los acontecimientos históricos de la invasión, conquista y colonización de Abya Yala. De hecho, la cuestión fundamental no consiste en si el propósito de la Corona española fue o no exterminar a los aborígenes, su buena voluntad, leyes y disposiciones en defensa de los pueblos originarios. Ello así, en virtud de que no existía posibilidad material alguna, en cuanto a la acumulación originaria de capital, de amasar fortuna sin hacer harina de los demás (Mafalda), despojando a hombres, mujeres y niños de su cultura, su identidad, sus tierras y sus riquezas. Las leyendas, las enfermedades en sí, la lengua y los deseos no construyen la historia, sino las acciones del sujeto histórico en un contexto referencial determinado.
En ese sentido, cabe destacar que la feroz empresa de los colonizadores españoles, engranaje apostólico-comercial, no podía implementarse sin el alto grado de terror y genocidio a que fueron sometidos los aborígenes por los “instrumentos escogidos de Dios para esta grande obra” (Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán): aventureros, delincuentes, facinerosos, fugitivos, ladrones, criminales y marginados, todos “Apóstoles de Dios”, súbditos o representantes coloniales del poder hegemónico de entonces: los reyes, la nobleza, la alta jerarquía eclesiástica, los comerciantes y los banqueros. Claro está, tal como afirma Eduardo Galeano: “La crueldad española nunca existió: lo que sí existió…es un abominable sistema que necesitó métodos crueles para imponerse”. Es decir: fue la ambiciosa clase dominante española la que desencadenó el genocidio, no el pueblo español.
En ese sentido, Gonzalo Fernández de Oviedo, el cronista oficial del emperador Carlos V, reseñaba este comportamiento moral, expresando el genocidio a que fueron sometidos los pobladores originarios de Cuba: “… el Almirante, cuando estas islas descubrió, un millón de indios e indias, o más de todas edades […] de las cuales todos, e de los que después nacieron, no se cree que hay al presente de este año 1548: quinientas personas… Como las minas eran muy ricas, y la codicia de los hombres insaciable, trabajaron algunos excesivamente a los indios; a otros no le dieron bien de comer; y junto con esto, lo mataban y otros ahorcaban por sus manos propias.”
Fray Bartolomé de las Casas, reveló, describió y denunció con vigor y acritud las despiadadas cacerías contra los habitantes nativos que Alvarado y sus legiones llevaron a cabo durante el periodo comprendido entre 1524 1531: “… cuantos indios tomasen a vida (los) echasen dentro de los hoyos; y así las mujeres, niños y viejos que podían tomar, los echaban en los hoyos hasta que los henchían traspasados por las estacas, que era una lástima de ver, especialmente las mujeres con sus niños. Todos los demás mataban a lanzadas y cuchilladas: echándoles a perros bravos que los despedazaban y comían; y cuando algún señor topaba… quemábanlo en vivas llamas…”
De las Casas continúa: “… así había solemnísima carnicería de carne humana… se mataban los niños y se asaban y mataban el hombre, por solas las manos y los pies, que tenían por mejores bocados. Ponenlo en un cepo por los pies y el cuerpo extendido y atados por las manos a un madero, puesto un brasero junto a los pies y un muchacho con un hisopillo mojado en aceite, de cuando en cuando se los rociaba para tostarle bien.”
Igual que Bartolomé de las Casas, otros cronistas testimoniaron la verdad de la conquista: Pedro Mártir de Anglería: “Muchos indios perecen en su inmensa fatiga en las minas [y haciendas] y se desesperan hasta el punto de que muchos se quitan la vida… Se ha disminuido intensamente el número de aquellos infelices.” Fray Pedro de Córdoba: “Han tenido diligencia de hacerles sacar oro y labrar haciendas y sufrir el ardor del sol en cueros vivos, sudando la furia de los trabajos no teniendo a la noche en que dormir… matándolos de hambre y de sed. Las mujeres… trabajan en esta tierra tanto y más que los hombres y así desnudas y sin comer… aún algunas preñadas y paridas.” Fray Pedro de Gante: “Tan miserable gente esta, que mucha de ella no tiene aún qué comer sino raíces y yerbas… mejor lo pasan los perros que los indios, porque a los perros danles a comer, mas a estos no.” Fray Francisco Ximénez: “Eran tantas las culpas y los excesos, los homicidios, violencias, robos…transcurrieron veinte o treinta años verdaderamente espantosos para los indios.”
Muchos años antes, ya Fray Antón de Montesino había levantado su voz, denunciando en su famoso Sermón de Adviento el genocidio en curso cometido por los conquistadores: “… matar estas gentes era menos pecado que matar chinches… Decid, ¿con que derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras… pacificas, donde tan infinitas dellas, con muerte y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer, ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día?”
Como bien sabemos que en el caso de las Antillas todos los pueblos originarios fueron exterminados, existen diferentes estimados para las poblaciones inca, maya y azteca. Para la población indígena precolombina de México Central, W. Borah y S. F. Cook estimaron entre 25 y 30 millones, mientras que para la misma región H. Dobyns y P. Thompson y la andina sitúan una cifra poblacional entre 30 y 37 millones 500 mil, y entre 10 y 13 millones para la América Central. En unos 90 a 112 millones subía la tasa para todo el continente. Solamente en el periodo de la conquista (1500-1524), de acuerdo a G. Fiscer, la población indígena cayó un tercio de la población y cada cuarto de siglo la mitad del resto. Darcy Ribeiro estima que es posible convenir que los habitantes antes de la conquista podrían ser entre 70 y 88 millones, pero que un siglo y medio después dicha población, debido al impacto de la conquista, se había reducido a 3 millones 500 mil. Deñaban, Lovell y Lutz estiman que hacia 1520, en Guatemala, la población maya alcanzaba los 2 millones de personas. Pero para 1600 estos habitantes se redujeron hasta 133,280. Peter Gherard calcula la población maya de Chiapas en 275,000 al momento de la conquista. Importante: existe el consenso que entre 70 y 90 millones de los pobladores originarios murieron, exterminados, como consecuencia de la empresa criminal colonizadora.
Bien visto el punto, según expresa el filósofo alemán Oswald Spencer, dicha empresa criminal significo lo siguiente: “… asesinada en la plenitud de su evolución, destruida como una flor que un transeúnte decapita con su vara… todo eso sucumbió, y no como resultado de una guerra desesperada, sino por obra de un puñado de bandidos que en pocos años aniquilaron todo, de tal suerte, que los restos de la población muy pronto, casi había perdido el recuerdo del pasado…”
Finalmente, y contrario a la tesis del señor García Arévalo, “…el cotejo de los documentos históricos y el análisis meticuloso de los hechos…” de la invasión, conquista y colonización de los territorios continentales y del caribe, demuestran palmariamente que fueron acciones perpetradas con la intención deliberada de exterminar sistemáticamente, parcial o totalmente, a los pobladores originarios en nombre de la “civilización occidental católica y romana”, imponiéndose el hombre blanco a fuerza de la cruz, la pólvora y la espada en función del mito de su “superioridad” étnico-racial. La llamada “civilización occidental” significó lo que Suzanne Jonas calificó como “una calamidad total con proporciones de genocidio.”