Le inventó un reino a su familia y la convirtió en literatura. Su padre era guardia raso y estuvo de puesto en varios pueblos pequeños de la zona montañosa del Cibao. Su madre era maestra y quería que él fuera cura franciscano. No se hizo sacerdote, pero en un tiempo, lejano ya, fue narrador de las misas de domingo.
Su mundo era la tierra, las siembras, los animales. “Largas sequías o extensas lluvias”, recuerda. “La naturaleza y yo éramos la misma cosa”.
“El universo de las cosas simples” -añade. “Era un mundo rural cargado de prístinas afecciones humanas que todavía cuelgan de mi memoria”.
De ahí, de ese mundo pequeño y rural que olía a mango y a café, de la memoria de aquellos días, nació su novela Voces de Tomasina Rosario. Ensayo sobre el tiempo, (Editora Biblioteca Insular, 2021).
Dice Clemente White, profesor de la Universidad de Rodhe Island, Estados Unidos, que Voces de Tomasina Rosario es una obra atrevida que tiene que ver con la identidad y que entrecruza la crónica, la historia y la narrativa.
“La novela capta esta confluencia de realidades, lo cual le da a la obra varias dimensiones más de lo típicamente novelístico. En este contexto, hay en la novela un caleidoscopio de figuras políticas o históricas, en conjunción con varios literatos”.
Y añade: “Ernesto Mejía, obviamente, quiere perpetuar la nomenclatura cultural y tradicional por medio de un legado literario formal y preciso, pero simultáneamente con una resonancia oral. Se ve esto, por ejemplo, en la preferencia que le da al habla coloquial.
Desde su novela, Luis Ernesto Mejía le hace guiños al realismo mágico, y en ella se cruzan los tiempos y se entretejen los lenguajes, desde el poético hasta el coloquial, en una fusión que logra resultados desiguales.
Mejía le fue encima a los viejos altares y a los poderes tradicionales de la sociedad dominicana, y no dejó piedra sobre piedra. Desde la oligarquía de la Iglesia católica hasta la angurria de los poderes fácticos y sus grandes apellidos; y desde los historiadores que se inventaron el embuste caricaturesco de las flechas que les devolvía la Virgen de las Mercedes a los aborígenes en una batalla anticolonial, hasta las desbordantes pedanterías de Petán Trujillo, pasando por el autoritarismo de Joaquín Balaguer y la inútil vocinglería de los líderes políticos de hoy.
Ahora Luis Ernesto Mejía prepara una novela sobre Petán Trujillo y sus harenes en Bonao y sus alrededores, un tema que, según confiesa, le está resultado difícil porque nadie quiere remover el pasado.
Luis Ernesto Mejía vive en Piedra Blanca, uno de los tres municipios de la provincia Monseñor Nouel. Y allí, entre estas colinas cibaeñas, creció, y allí están sus motivos. Estudió Educación, mención lingüística y literatura, y maestrías en Lingüística en New York University, y en Educación en Rhode Island College.
Además de escritor, es pintor y sus cuadros están concebidos con la misma lógica estética que sus historias. En ellos se juntan los tiempos y se entrelazan los códigos, todo organizado con una sola lógica de expresión para crear mundos y reinventar caminos.
“Las dos -pintura y escritura- forman parte de la representación metafórica del universo. Desde jovenzuelo, todo lo que caía en mis manos lo leía. Desde los famosos paquitos hasta obras de la literatura universal. Durante el primero del bachillerato estaba leyendo a Crimen y Castigo de Fedor Dostoievski. El medio cultural era muy escaso, pero mi mundo interior inmenso.” (…) “Desde el punto de vista conceptual, no existen diferencias entre lo que pinto y lo que escribo. Todo obedece a mi concepción de que toda representación es metafórica, e interpretada de acuerdo a nuestra ideología.
¿Puede describir lugares donde creció y donde se hizo adulto y se hizo escritor y se hizo pintor?
Las Uvas-La Guama. Vecindarios de mucho calor humano. Donde se nacía, vivía y moría. Generalmente, cada familia tenía una extensa parcela de tierra, negra, cultivable. Pero también de grandes latifundios, donde los hombres trabajaban por el pan de cada día.
Era un mundo de tierra, siembras y animales. Largas sequías o extensas lluvias. Enfermedades, y el trajinar en la búsqueda de "botellas" para curarlas. La naturaleza y yo éramos la misma cosa. La mata de mango, de naranja, limoncillos, la cosecha de café, cacao, maíz, el ti, ti, ti, llamando, junto con mi abuela, las gallinas para que vinieran a comer maíz. O la leche que nos daba la chiva. Mi rechazo a beber leche en biberón, sino en una botella con tetera. El catre donde dormía mi bisabuelo y el camastro donde mi abuela, fumándose un cigarro, dormía conmigo.
El universo de las cosas simples, pero de regocijo. Era un mundo rural cargado de prístinas afecciones humanas que todavía cuelgan de mi memoria.
La Cumbre. Este era un territorio pequeño, un caserío donde me trajeron luego de que mi madre me alumbrara en la provincia de La Vega. Mi padre era guardia raso de puesto en la fortaleza de La Cumbre, aledaña al caserío donde vivían los militares con sus familias. Había dos hileras de casitas levantadas sobre pilotillos y pisos de tablones.
En medio del caserío había una amplia sabana donde pernoctaba jugando con mis amiguitos. Y aquel poste de luz, donde entrada la noche revoloteaban, alrededor de sus destellos, diminutas criaturas que todavía, vívidas, percibo. La mariposa de juguete, el carrito de bombero y la bicicleta que me dejaron los reyes. El buche de vómito que arrojó mi madre, borracho, en medio de la sala. El alumbramiento de una chiva.
La maestra Lidia ensenándome ma, me, mi, mo, mu. En realidad, fueron unos primeros años impregnados de hechos ciertos e incisivos. La naturaleza y las afecciones humanas presentes.
Piedra Blanca. En esta sección me hice adulto. Aquí comencé a tener más conciencia de la presencia de mi madre. La presencia de mi abuela era permanente, ya que era su único nieto. Su otra hija, que vivía en La Guama, tuvo dos partos de mellizos, pero muertos. Nunca me perdió ni los pies ni las pisadas detrás de su nieto.
Piedra Blanca era un poblado rural. Había pobreza. Era una zona cañera. Montes y árboles frutales por doquier. La brisa y el aire fresco nunca dejaban de soplar. Mi compasión por las personas mayores era de primer orden. Participaba del catecismo católico. Rezaba hincado de rodillas las oraciones vespertinas.
Fui narrador de las misas dominicales. Hasta el punto de que mi madre quería que fuera cura franciscano. Disfruté mucho los Viernes Santos, cuando los haitianos que habitan en el batey salían con sus comparsas a recorrer el poblado. Crecí bajo el cuidado de mi madre y mi abuela.
Mi padre, como guardia al fin, vivía de traslado en traslado, el ron y las mujeres. Mi madre era profesora alfabetizadora, y siempre me alentaba para que yo estudiara. Sentí mi vocación artística desde jovenzuelo. De hecho, mis cuadernos escolares estaban siempre llenos de dibujos de personajes que tomaba de los periódicos. Siempre quise ser pintor y caricaturista. Vivía con el anhelo de ir a una escuela de arte.
Me fue imposible porque mi familia carecía de recursos. Con el tiempo, me hice autodidacta. Lo mismo sucedió con la escritura. Desde joven me gustaba declamar, y además anotar en mis cuadernos pensamientos, dichos, poemas y cuantas cosas surgían de mi cabeza.
De manera que a muy temprana edad creció en mí ese matrimonio entre las artes y las letras que hasta ahora todavía permanece en mí como llama viva. Estudié literatura en la Madre y Maestra de Santiago, pero mi vocación ya estaba determinada desde mis primeros años de estudios formales.
En realidad, toda esta carga vivencial se iba acumulando para, poco a poco, experimentarla a través de la escritura. En todos estos lugares, la atmósfera que viví fue esencialmente la del apego a lo telúrico y a lo humano en el abrazo y la palabra campestre en boca de la gente humilde.
Me está contando lo mismo que leí en su novela Voces de Tomasina Rosario. Ensayo sobre el tiempo. ¿De aquel mundo salieron sus historias?
Efectivamente, de aquel mundo de Las Uvas, La Guama, La Cumbre y Piedra Blanca brotó Voces de Tomasina Rosario. De hecho, el nombre original de la novela era Autobiografía de la Memoria, pero a sugerencia de mi amigo y poeta José Enrique García cambié por el de Voces. Me gustó, sobre todo, por la oralidad del texto. Y, naturalmente, el subtítulo de Ensayo sobre el tiempo.
Los personajes son todos de la vida real. Tomasina Rosario era mi abuela Ysabel Rosario; Secundina Rosario es mi madre Ramona Rosario (vive todavía); Santos Florentino era mi padre Luis Mejía Santana; Buscavida era un personaje de la vida cotidiana; y ni hablar de Angulo Catalina y Buenaventura Tucano. ¿Y el Abogado del Diablo? Jeje…muy conocido en la gran metrópolis. Todos, todos eran y son personajes del espacio y el tiempo que se bifurca en el pasado y el futuro.
La Cumbre es mi sello emocional
La Cumbre es un lugar que todavía hoy parece un paraíso: la montaña, el clima, el candor de la gente, la soledad de los caminos, los aguaceros, que todavía son patrimonio particular del lugar ¿Puede recrear su infancia en ese lugar?
La Cumbre yo la llevo muy adentro. Mi mamá me contó que cuando yo nací en La Vega inmediatamente me trajeron a La Cumbre, específicamente al campamento militar, porque había casas para los guardias de Trujillo. La infancia, mi primera infancia, la pasé en ese lugar.
El caserío me impresionó mucho, la vida de mi papá como guardia. Incluso mis primeras fotos fueron ahí, en La Cumbre. Los guardias, con sus botas, el teniente, el fotógrafo que iba a tirarnos fotos allá. Mi padre era un padre muy amoroso, pero era guardia y era muy cabaretero. Siempre estaba en su estación militar. Yo lo veía con sus botas amarillas. Él dictaba mil cuatrocientos cincuenta y ocho y el otro escribía. A veces era al revés, mi papá escribía y el otro paraba los vehículos y le anunciaba las placas. Era un control que tenía Trujillo ahí en La Cumbre.
La carretera nueva no existía, solo la de ahí abajo, la vieja. Y al fondo, esa montaña, que era lo primero que veías cuando abrías la ventana. Las casas eran covachas militares, de piso de manera y montadas en pilotillos, rodeada de árboles, de matorrales. Era un campamento militar.
Fue un asunto de vivencia personal, vivencias, básicamente del mundo físico, recuerdos que se van quedando y constituyen un sello emocional muy grande. Yo nací en el 51. Viví en La Cumbre hasta 55 o 56.
De manera que para mí La Cumbre es un sello emocional irresistible, recuerdos que van y vienen, y que están estampados ahí.
El embuste más grande de la historia
Usted refiere el episodio en que, según algunos historiadores, la Virgen de Las Mercedes se les apareció a los aborígenes y se puso del lado de los conquistadores en una batalla anticolonial. ¿La historia dominicana fue escrita más en clave de novela y de fábula que de historia real?
Definitivamente. Ese es es uno de los embustes más grandes de la historia. La función de las clases dominantes es mantener la reproducción del sistema del cual ellos se alimentan. De ahí la necesidad de crear un mito, como el de la aparición de la Virgen de las Mercedes, quien, bajo distintas advocaciones, es la misma Virgen María.
Recordemos que las Mercedes, tal como está escrito en mi novela Voces de Tomasina Rosario, fue nombrada por la iglesia católica como la Primera Evangelizadora de las Américas y Mariscala de los Ejércitos Coloniales. Este mito contribuye a crear una subjetividad sumisa en las generaciones presentes y futuras, debido a que rebelarse contra los dioses también significa rebelarse contra el sistema que, al mismo tiempo, está representado por los dioses.
Todo esto forma parte de una concepción contrainsurgente bien elaborada de los poderes fácticos: valerse de la religión y, en general, de las creencias para oprimir a los pueblos.
Naturalmente, el mito de Las Mercedes constituye un material para una novela, conjuntamente con otros mitos. Eso queda pendiente. Claro, la historia dominicana, sobre todo su enseñanza, es un mito novelesco. No es fortuito. Es algo calculado desde el pódium de los poderes facticos que regentean la sociedad.
Los mitos creados están directamente relacionados con el sojuzgamiento de las masas, en el vaivén de mitos y falacias históricas.
Las religiones son un gran negocio
¿Qué enseñanzas le dejó su experiencia como narrador de las misas de domingo?
Fue bastante reconfortante porque me mantenía conectado con la religiosidad y, socialmente, con los feligreses de la comunidad, los cuales me veían como un joven modelo.
Pronunciar las siguientes palabras cuando el sacerdote se preparaba entrar al altar: “Levantémonos todos que ahora va a entrar el pontífice”, todavía resuena en mi memoria. ¡Aaah!, y esa meticulosa atención que debía tener para narrar cada paso litúrgico del cura, la modulación de la voz y la correcta pronunciación de las palabras.
Aunque bastante joven, viví cercano al arte como una manifestación inherente a mi espíritu. Ahora, como narrador, en consecuencia, me percibía también como si fuera un actor de las veladas, normalmente religiosas, que presentábamos en la comunidad.
Fueron días de regocijos, pero también de temores, ya que, si me equivocaba en el transcurso de la narración, el cura, un tanto intolerante, no me lo perdonaría.
La enseñanza fue la idea de la justicia, el amor, la compasión, la tolerancia, elementos todos que yo internalizaba en mi conciencia producto de la narración misma, repleta de los evangelios y las enseñanzas de Jesús.
Usted habla con regocijo de sus días en la iglesia, pero tiene juicios muy críticos sobre esa institución. Hasta dice: "La enseñanza fue la idea de la justicia, el amor, la compasión, la tolerancia". ¿Cuándo se produjo la fractura?
Mi regocijo se explica porque nací en el seno de una familia y comunidad católicas. Pero, extrañamente, mi madre y mi abuela, con quienes me crie, no visitaban la iglesia.
La fractura se produjo en mi adolescencia. Sucedió que Fray Guereta me acusó de romper un crucifijo. Yo me encontraba en la galería de la casa curial. Hasta allí llegó él y me soltó un puñetazo. Yo le respondí a pedradas. Mi intención fue llegar hasta el altar cuando celebraba la misa. Me lo impidieron. Pero le rompí el vidrio trasero de su automóvil. Luego me llevaron preso a la comandancia de Bonao. Jamás volví a la iglesia, aunque el cura me pidió que regresara. Esa fue la parte emocional.
Ahora bien, durante mis estudios, las lecturas y los hechos fui descubriendo que la cúpula de la iglesia católica formaba parte de las élites del poder. En general, las religiones son un gran negocio. Esta es la parte consciente. Pero siempre, cuando se presenta la oportunidad, he mantenido relaciones con los curas progresistas.
¿De su experiencia con la iglesia, con qué se queda?
Algo queda. Aprendí a ser desprendido, compasivo. Siempre digo que pertenezco a la cuadra de San Francisco de Asís: "Tengo poco y lo poco que tengo lo quiero muy poco".
¿Qué historias circulaban en ese lugar que no hayan sido contadas en su libro?
Hay una leyenda de la historia oral, algo que se manejaba en las sombras del silencio entre las personas mayores, incluyendo mi abuela. Y es que ahí arriba, en La Cumbre, había un hoyo, una fosa común en la que el gobierno de Trujillo tiraba a los muertos, entre ellos enemigos del régimen y ladrones.
Ahí solo vivían los guardias y sus mujeres, y esas cosas se mantenían muy herméticas ahí. Son leyendas, pero están ahí, en el aire, y solo se revelan cavando.
Entre otras historias que quedaron en el aire está la de un haitiano que trabajaba en carreteras cuando se estaba construyendo el tramo Piedra Blanca-Maimón. Le decían Cabo e Tiro y era muy amigo de Petán, y cuando la matanza del 37, él lo escondió en La Cumbre y dio la orden: Cuidado si me tocan ese hombre.
¿Puede explicar el concepto del subtítulo de la novela, Ensayo sobre el tiempo, ¿y qué relación tiene con las historias que cuenta el libro?
Voces de Tomasina Rosario finaliza como comienza. ¿Será el tiempo circular? Más que los acontecimientos, lo importante es el tiempo donde estos suceden, bifurcándose el presente, en el pasado y el futuro. Los hechos pudieron ser otros. Decía Horacio que el tiempo deprecia el valor del universo.
De hecho, la novela apuntala el concepto de la entropía, donde todo tiende hacia el caos y el desorden a través del tiempo que pasa. La gran alegoría está en la intertextualidad: en el poema de don Luis de Góngora y en el poema de Sor Juana Inés. Además, Domingo Moreno Jimenez, entre otros.
Pero esa intertextualidad se entrecruza con los acontecimientos de la vida ordinaria, donde los personajes también recurren al inexorable deterioro. Por ejemplo, en la página 70, encontramos el diálogo entre Pablo Alberto y Fefa, quien ahora, vieja y ciega, merodea andrajosa en una trinchera de cenizas.
Su libro refiere palabras que hace tiempo están en desuso y que fueron desterradas por la modernidad, como bohío y otras más. ¿Qué está proponiendo, una vuelta intencional a las tradiciones y al mundo perdido?
Las superposiciones espacio-temporales permiten a los personajes de mi novela desdoblarse en múltiples escenarios con su cultura a cuesta. Personalmente, utilizo ese vocabulario, parcialmente engullido por la modernidad, dependiendo del contexto social o geográfico donde me mueva. Es decir, dicho repertorio lingüístico todavía existe junto a la modernidad.
Mi intención como novelista consiste en asentar los personajes en su sitio, lugar y tiempo, a través de su vocabulario, entre otras cosas. No hace mucho tiempo tuve una novia que a la vagina le llama creta y el dar del cuerpo, como decía mi tía, cagar. Muchas de esas palabras todavía sobreviven en la modernidad. Es una manera de mantener vivo ese mundo perdido.
Los harenes de Petán
En la página 101 entra Petán Trujillo a la novela ¿Qué episodios, historias o situaciones de ese caudillo regional recuerda usted, sea que estuviera presente o que fueran parte de la mitología de su familia?
Yo lo llegué a ver en el cruce de La Cumbre. Ahí hay una casa de madera que era de un comerciante muy amigo de Petán. Lo vi un día repartiendo dinero a la multitud y otro día saliendo de una de las casas de sus amantes, que estaba frente a la escuela.
Ese día tenía los lentes negros. Los lentes negros significaban que estaba encojonado y nadie se le podía acercar. Era parte de la simbología de su poder. Igual que sus botas. Tú sabes que el uniforme de los Trujillo era una vaina hitleriana: sus botas, sus lentes, su kepi. Lo recuerdo entrando al Country Club de Piedra Blanca.
Un día, en el recreo, salió el director de la escuela con un cheque que lo había donado el teniente general para el Día del Niño. Y había que cantar siempre esta canción:
El Día del Niño el Día del Niño / solo es para gozar / y los maestros y los maestros / no nos deben castigar. / Trompos, pelotas y bates / todos debemos esperar / que de seguro nos los trae / el teniente general.
Además, lo vi saliendo de la casa de Juanita Ramos, una de las amantes que tenía en el pueblo. Todo eso está en mi próxima novela.
¿Cómo fue la relación de su madre con Petán Trujillo?
Mamá conoció a Petán en una fiesta en Villa Altagracia que amenizaba la orquesta San José con Papa Molina. Bailando el merengue Caña Brava, a mamá se le rompió el taco del zapato. Petán llamó a un guardia que, con el tiempo, terminó siendo mi papá, y le dio una orden: ¡Arréglele el taco a la señorita! A diferencia de Trujillo, que tenía una voz afeminada, Petán tenía una voz de mando. Papá se lo arregló y se lo puso, y ahí comenzó la relación entre mis padres.
Un día mi mamá estaba comprando en la tienda de don Pepe y este la llamó con el apodo de Taquito porque ella siempre andaba en taco. Y yo estoy recreando ese episodio en la primera parte de mi novela.
En el lugar donde ahora está el hospital de Piedra Blanca estaba el Country Club, donde Petán era el dueño y señor. Y un día había una fiesta y mi mamá me contó que el teniente general estaba bailando con una de sus mujeres. En mi novela ese episodio se recrea así:
Parece que la veo, había dicho Secundina Rosario a su hijo Pablo Alberto, en la angosta galería de su vivienda, soportando las penas, apoltronada, ya vieja, en su heredada mecedora de caoba y guano, atisbando a la flamante Juanita Ramos metida hasta la cintura en el Country Club de Piedra Blanca, bailando con el general, quien tarareaba a pasitos lentos y sus botas regias, el trino lisonjero de un “perico ripiao”, pegajoso y apambichao, enroscándose a la talla de su hermosa manceba.
Petán era fiestero, pero a esos ágapes solo entraba la gente de sociedad.
Hay unas historias que me tocaron también a mi directamente y que tocaron emocionalmente a mamá. A ella le pasó un caso muy duro. Ella era alfabetizadora y maestra acá, en Piedra Blanca, y Petán la trasladó para la comunidad de Jayaco, en Bonao. Lo hizo para colocar en su puesto de maestra a una jovencita del poblado que había despepitado. Eso fue muy duro para mi mamá. Después Petán se desentendió de ella, de la muchacha, y mamá volvió para acá.
Hay otra historia, que también la estoy novelando: mamá se va a casar y Petán tenía que ser el padrino de todo el que se casara por aquí. Papá llega, con su saco y su corbata, y él le dijo que no, que se quitara esa vaina porque él era guardia y los guardias se casan con su uniforme.
Entonces, una hija de la hermana de mi mamá le pidió que lo dejara casar así, de civil. Petán le dijo está bien, que se lo deje, pero que se lo quite después que pase la ceremonia, porque él realmente lo que es un guardia. Siempre había que hacer lo que decía Petán. Y así se hizo. Papá se quitó su saco y tuvo que ponerse su ropa de guardia. Era un mandato de Petán.
Era lo mismo cuando bautizaba porque era un asunto político, si tú eres mi compadre no me puedes traicionar. Eso pasaba también con su hermano Trujillo. Así fue que hicieron un pueblo entero de compadres.
¿Según sus investigaciones, cuántas mujeres tenía Petán en Piedra Blanca?
Yo te puedo decir de al menos ocho. En estos días, precisamente, está en proceso esa parte de la novela. Estoy trabajando en la ambientación de los harenes y en las historias que voy encontrando. Aquí tengo ya parte del manuscrito.
Petán tenía un harén por ahí por el Sesenta y Uno, y tenía otro en Caracol, camino a Villa Altagracia. Ese era conocido. Él las tenía a toditas juntas y mamá conocía la ama de llaves. Aquí había tres hermanas que eran amantes de él. Uno de mis informantes para la novela, que es primo de ellas, me contó que también se tiró a una de sus sobrinas.
Había familias que preparaban a sus hijas para Petán, eran las chapeadoras de ese tiempo. Petán les daba un pedazo de tierra, les daba dinero, las acomodaba, les compraba los ajuares para la casa, y después que se las comía, se las repartía a los guardias con todo y hueso. Los guardias se casaban con ella, se las llevaban. Incluso, muchas de ellas se convertían en cueros de cortina.
La historia de las amantes la estoy desarrollando, pero ha sido muy difícil de penetrar. Hace poco entrevisté a una señora que me estaba haciendo la historia de otra mujer, pero me di cuenta que es la historia de ella que me estaba contando camuflajeada.
Ella me contó esta historia. En el colegio de La Concepción de La Vega, él les daba becas a las muchachas, pero con su segunda intención. Como hacía Ramfis, que sacaba muchachas de la sociedad de un colegio y se las tiraba.
Estoy barajando como título de la novela de Petán Ensayo sobre la lujuria o algo así, porque eso era lo que él vivía, él estaba veinticuatro siete en eso y no guardaba la forma. Trujillo tenía que guardarla un poco porque era el presidente, pero a estos niveles no.
Lo de las amantes de Petán es una historia difícil, pues aún están ahí o están sus hijos y sus parientes, y nadie quiere hablar ni que le hablen de eso.
¿Ninguna familia le opuso resistencia?
Hubo padres que resistieron. Hubo un señor que se llamaba Luisito que trabajaba en el acueducto de acá. Vivía cerca del cruce y tenía dos muchachas lindísimas. Petán las mandó a buscar con unos guardias, y él les dijo dígale a Petán que venga él aquí a mi casa, que yo nada más soy pequeño, pero yo tengo cojones. Que venga él.
Hubo otras escenas también, como la de un hombre llamado Sixto, que también tenía hijas y que también se le plantó a Petán. Y la historia de Lidia Vera, que era maestra. A esta la mandó a buscar con sus guardias y el papá le dijo que no, que no la llevaba. Y Petán lo metió preso y duró tres días en la cárcel. Él se llamaba Marcelo Vera.
Un día Petán se paró en su jeep frente a mi casa y sus ojos se posaron sobre una moza que papá acababa de traer de Jayaco. Y al otro día temprano, mi papá se la llevó para su casa para ponerla fuera de la mirada libidinosa del teniente general.
Con respecto a la persecución de mujeres, él tenía sus agüizotes, el casi nunca iba directo.
¿Entonces, la belleza era un peligro en el reino de Petán Trujillo?
Si, definitivamente.
¿Por qué decidió convertir en un personaje de literatura a un sujeto tan gris como Petán, que más que un dictador, era un dictadorzuelo confinado a una provincia?
Petán Trujillo es parte de la historia. Era el dueño de acá, era el dueño de toda esta zona.
Decidí escribir esta novela porque la historiografía dominicana no le ha dado mucha importancia a Petán y sobre él se ha escrito muy poco, a pesar de que hay muchas historias regadas en estos pueblos. Quizás tenga que ver con la centralización del Estado, la cual obliga a que se hable del país dejando las comunidades fuera.
Él fue un caudillo regional de mucha importancia porque de cuatrero llegó a moldear a todo un pueblo de acuerdo a sus apetencias personales, las cuales todavía perviven en los políticos dominicanos.
Cuando Petán descubrió que la exportación de cacao dejaba dinero, se metió en el negocio y dicen que mandó a matar gente por aquí para quitarle sus propiedades. Hay un hombre de Yabacoa que fue expropiado y terminó pobre. Y hubo muchos otros.
Aun no sé qué camino va a tomar la novela pues hay cosas tan terribles y tan absurdas en la historia de Petán que tú no distingues qué es ficción y qué es realidad.
Petán es una fuente de historia que da para varios tomos, pero hasta ahora nadie se ha interesado. Mi intención es llegar al fondo de esas historias. El creo toda una antropología en esta zona y yo no voy a escribir una novela basada en la problemática social, sino basada en la problemática de la condición humana.
¿Con tantas fechorías sexuales, Petán no tuvo hijos en la zona?
Bueno, según Pito, uno que lo conocía bien, él era machorro, es decir, no daba hijos. Hasta ahora no se le conoce ninguno. Incluso, él tuvo que criar una niña.
¿Puede contar la relación del merengue El Jarro Pichao y las circunstancias en las que surgió?
El Jarro Pichao surgió para ironizar, metafóricamente, los hechos de que Petán Trujillo terminaba con la virginidad de las mujeres de Bonao. El Jarro Pichao hacía referencia a todas las mujeres abusadas, algo consuetudinario de este déspota feudal no solo en Bonao, sino en toda la provincia Monseñor Nouel, su feudo privado.
Dicen que había diferencias entre Petán y su hermano Rafael Leonidas. ¿Cómo se sintieron esas diferencias en Bonao y cómo va a tratarlas en su novela?
Petán siempre estaba conspirando para tumbar a su hermano Trujillo. Tenía ambiciones políticas. En una ocasión el Generalísimo lo mandó para Europa como Agregado Militar para desprenderse de él. Cuando regresó continuaron sus intrigas políticas.
Nuevamente el Jefe lo sacó del país, enviándolo a Puerto Rico. Luego lo desterró otra vez a Europa. Trujillo se presentó en Bonao ante la alta sociedad y dejó claro que él era el verdadero Jefe. Tras la creación del Banco Central y la emisión del peso dominicano, Petán comenzó a fabricar pesos dominicanos falsos. Vino una nueva ruptura.
Se dice que Trujillo decidió matar a Petán. Éste abandona el país. Luego de este último destierro, Petán abandonó sus planes para desplazar a su hermano Trujillo.
Esas informaciones son conocidas. Ahora bien, los episodios de estas contiendas también corren en las voces del pueblo. Me cuentan que Trujillo envió un contingente militar para apresar a su hermano Petán. Pero un cabo de puesto en La Cumbre, cuando vio pasar el contingente de guardias, algo sospechoso, telefoneó a Petán. De inmediato, Petán salió huyendo. Todavía sigo recabando informaciones.
¿Cuando se escribe sobre los dictadores y sus colaboradores se busca hacer un ajuste de cuentas histórico?
Mejor un ajuste de cuentas contra las élites del poder que han escamoteado la historia. En cuanto a la novela, no es solo un tratamiento desde el punto de vista literario, social y político, sino el de la condición humana.
¿En qué medida tiene la novela de hoy (la suya incluida) que ver con la memoria de los lugares y con la memoria de los tiempos?
Creo que una novela, o el arte en general, debe ser un testimonio histórico de una época determinada, o de una que otra posición filosófica, ideológica, etc. El tiempo, lugares y pueblos constituyen elementos esenciales de la historia contada, es su sello de identidad, su marco referencial. No podemos evadirnos del contexto social donde vivimos, lo arrastramos intrínsecamente en nuestra constitución humana.
Como tema central de lugares, tiempo e historia aparecen numerosas novelas contemporáneas. Almudena Grandes, por ejemplo, en su novela En el corazón helado (2007), utiliza la memoria histórica como fondo para recrear la historia de la sociedad española actual, relacionada con el pasado durante la Guerra Civil y el futuro. Es decir, historia y ficción se mezclan para escribir la historia de España del siglo XX y principios del siglo XXI, y así remitirnos a la memoria colectiva.
En cuanto a mi novela, Voces de Tomasina Rosario, encontramos una concurrencia de la crónica, la historia y la narrativa en un extenso espacio de lugares, tiempo e historia con la finalidad de preservar la memoria colectiva. Memoria, lugares e historia se conjugan a través del devenir del tiempo.
La metáfora es un recurso del entendimeinto
¿Qué ideas tiene usted sobre la literatura como creación, y de la metáfora como una herramienta consustancial a la creación?
La discusión es: ¿somos creadores o interpretadores de lo que ya está creado? La idea mía es que el discurso esté conectado con la realidad. Y en ese contexto, la metáfora es una realidad y está presente en todo. Yo no estoy creando una metáfora, la metáfora ya existe, el mundo metafórico ya existe. Por tanto, yo estoy interpretando algo que ya existe. Todo tipo de representación es metafórico.
En la escuela todavía se enseñan que la metáfora es un recurso del escritor. Pero la metáfora es un recurso de la vida, de todo el que habla, de todo el que observa: está en la biología, está en la matemática, está en la literatura; se puede hablar de ella en la religión, en la química, en la física; está en todo. Porque para todo tenemos que utilizar la lengua. La metáfora es un recurso del entendimiento.
¿Qué ha pasado con el pensamiento crítico en la sociedad dominicana, una entidad que luce desvanecida, y cuál es la situación de la intelectualidad dominicana, de cara a ese pensamiento crítico?
Si tomamos como punto de partida los años 50-80, en el país ha habido un retroceso en cuanto al pensamiento crítico. El mundo de las ideas progresistas se derrumbó enteramente en el estercolero de las ONG. Sobre todo, si pensamos en un capitalismo del subdesarrollo, donde los intelectuales dependen del subsidio de los poderes fácticos para comer, vestirse y hasta para cagar, entre otras cosas.
Se convirtieron en intelectuales todoterreno, en una lucha a muerte por un empleo o una posición deslumbrante que los catapulte a la cima de la victoria, no por lo que piensan, sino por lo que tienen, por lo que materialmente poseen.
Ya no es ser o no ser, sino el tener o no tener. Los poderes fácticos los cooptaron, en parte, con las becas y las libaciones que les brindan las embajadas del pensamiento occidental. Pernoctan en el mundo postmoderno, el de la realidad líquida, virtual y aumentada. Precisamente, ahí se juntan todos con el mismo pensamiento único, el mismo lenguaje, sobre todo en una sociedad donde las comunidades dejaron de existir, ya que la centralización del estado obliga a que la gran metrópolis regentee las provincias, y los municipios cabecera regenteen las demás municipalidades.
De manera, que tenemos un pensamiento único metropolitano. Todos hablan del país, pero dejando las comunidades fuera. La homogeneidad de su discurso espanta, Además de lo repetitivo. Las utopías desaparecieron de su vocabulario. Se secaron las gargantas. El pensamiento crítico murió en la víspera de su agonía. El tiempo no alcanza. Asistimos a la comedia trágica de lo mío primero.
Lo que pinto y lo que escribo
¿En qué se parecen y en qué se diferencian las historias que cuentan sus libros y las historias que cuentan sus pinturas?
Al parecer, las dos nacieron juntas conmigo. Lo más temprano fue el dibujo, ya que para ello no se necesitaba leer ni escribir.
Recuerdo que desde niño mis cuadernos escolares los llenaba de dibujos. Copiaba personajes y paisajes de periódicos y revistas. También intentaba copiar directamente de la naturaleza viva. Luego llegaron los colores con el advenimiento de los lápices a colores.
¿De dónde venía esa inspiración? No lo sé. Simplemente, para mí era una necesidad interna, una extensión de mi ser como individuo. Asir la naturaleza a través del arte funciona como si la viviera y explicara. Igual sucedió con mi vocación literaria. Atiborraba mis cuadernos de pensamientos. Expresar mis sentimientos e ideas en palabras era lo mismo que si pintara. El medio no importaba.
Las dos -pintura y escritura- forman parte de la representación metafórica del universo. Desde jovenzuelo, todo lo que caía en mis manos lo leía. Desde los famosos paquitos hasta obras de la literatura universal. Durante el primero del bachillerato estaba leyendo a Crimen y Castigo, de Fedor Dostowesky. El medio cultural era muy escaso, pero mi mundo interior, inmenso.
Desde el punto de vista conceptual, no existen diferencias entre lo que pinto y lo que escribo. Todo obedece a mi concepción de que toda representación es metafórica, e interpretada de acuerdo a nuestra ideología.
Las historias que cuentan mis pinturas podrían diferenciarse en los temas, pero el concepto de la representación visual, metafórica, de la realidad es el mismo.
Todos hablan del país, pero dejan fuera a las comunidades
¿Qué tiene que ofrecer la provincia a la literatura hoy?
Hay gente que está escribiendo en las provincias. Aquí en Piedra Blanca hay un muchacho que escribe décimas. Ha publicado varios libros y va a publicar otro ahora, que yo le hice el prólogo. Aquí también está Claudino Medina, que escribió un libro sobre décima a los patriotas del país y está escribiendo otro sobre los patriotas latinoamericanos, también de décimas. Y Fernando Lescallé, que tiene dos libros sobre asuntos históricos y sobre las familias de Piedra Blanca. Es muy bueno y yo me estoy apoyando en eso para mi novela sobre Petán Trujillo.
En Bonao hay mucha gente escribiendo, pero creo que se necesita formación porque una obra de literatura no puede ser una pieza sociológica, y hay muchos que tienen esa tendencia. Allí tienen, incluso, tienen un club de literatura y uno de sus integrantes ha escrito unos cuentos muy buenos.
Recientemente, murió Héctor Bueno, un poeta consagrado de Villa Altagracia; un poeta que tuvo que ponerse a trabajar en Falconbride.
Pero yo lo que creo es que la literatura provincial no ha podido llegar y desarrollarse producto de la centralización del estado. Se necesita apoyo, recursos, se necesita estudios, se necesita de todo. ¡Pero si todo se concentra en la capital ¡qué podemos hacer! Muy poco.
Por eso yo insisto en que, con la descentralización del estado, muchas cosas pueden florecer.
También en las artes hay una juventud muy vibrante. Aquí está el taller de José Parra, que estudió en Altos de Chavón, y también un grupo de muchachas que están integradas a la tierra y lo que hacen me gusta mucho porque es la integración del arte y la naturaleza. Además, hay un taller de cerámica.
Aquí hay fiestas de palo y hemos luchado mucho para que eso no se pierda. Hay dos poetas naturales que tocaban palos. Ellos se paraban por una hora de manera improvisada, porfiando. La porfía es una manifestación de la cultura popular y, si seguimos así, la vamos a perder.
Aquí hay una energía muy grande, pero no hay recursos. El recurso está en otro lado. Yo quiero competir, quiero que mi municipio compita, yo quiero escribir desde aquí, quiero que los niños de aquí escriban, que aprendan música, que los enseñemos. Aquí hay gente que quiere superarse, gente que sabe de arte, que sabe de pintura, de cerámica, de todo, pero no puede porque no tiene recursos para sostener su trabajo.
¿No cree que, a pesar de esas limitaciones, en la República Dominicana se puede hablar de una literatura de provincias como entidad?
En realidad, así como no hay una novelística nacional, tampoco hay una literatura de provincias. Hay algo que se llama sistema de la literatura y aquí no podemos hablar de eso.
¿A pesar de las novelas Al caer la tarde, de Minelys Sánchez; de La Pretendida de Verapaz; de Virgilio Azuán; de La vida de las estrellas, de Máximo Vega, de Oro, sulfuro y muerte, de Mélida García; de Una rosa en el quinto infierno, de Willian Mejía (que hasta premio UCE ganó); y de Lo que vieron las casas puertoplateñas, de Andrés Brugal Kunhardt, y otras más?
A pesar de eso.
¿Finalmente, por qué es que usted considera que no despega la literatura de provincias?
Por lo mismo que te estoy diciendo: porque todo está concentrado en la capital. Ese asunto de la centralización del estado ha jodido el país.
¿Incluyendo la literatura?
Si, si. Todo. Incluyendo la literatura.