En esta pequeña isla del Caribe, compartida por dos pueblos que han vivido durante siglos bajo los efectos del saqueo y la opresión, no se habla de derechos culturales porque como el derecho a la vida nos ha sido negado qué sentido tendría tocar un tema que a todas luces resulta secundario.

Si al pueblo se le hace imposible disfrutar de una vida digna, a quién le importa el tema de la cultura, aun siendo esta parte intrínseca del tinglado social e imprescindible para el desarrollo pleno de una conciencia clara y objetiva.

La ausencia de una política cultural viene de lejos, desde el inicio de una historia santiguada por el robo y el crimen. Sucedió hace siglos, justo al final de la Edad Media,  1492, año en el que Colón llegó a América con la intención de apropiarse de nuestras riquezas y de exterminar a quienes poblaban valles, montañas y selvas.

Cuando un “lindo marinero” de nombre Rodrigo de Triana gritó Tierra, Tierra, Tierra, y quien sabe cuántas veces más, nuestro cielo se oscureció, sin que nadie adivinara que esa oscuridad se prolongaría hasta la locura.

Desde entonces, en ambos lados de la isla, la vida ha estado signada por el sufrimiento y el cansancio, como única herencia de nuestra historia pasada y de los latigazos ferinos de los tiempos que corren.

Mas qué importa lo que piensen o digan quienes han contado de manera caprichosa nuestra historia, fabricantes de falsedades y mentiras, tantas que de enumerarlas llenaríamos cientos de páginas.

Aquí, en República Dominicana, los viejos historiadores obvian referir en sus cuentos los pormenores de nuestras costumbres, temen hablar de nuestros bailes y cantos, y niegan las creencias amamantadas en la magia del fuego. Le temen al amor como el diablo a la cruz, y aborrecen las palabras salidas de nuestros labios, simbiosis de mitos jamás contados y síntesis de ríos desbordados, y de jardines destruidos por manos que nunca favorecieron la suavidad ni el color de las flores. Palabras rotas, pero cantarinas: fluviales en el día y navegantes en las noches calóricas.

Pero no solo eso: también aborrecen nuestros movimientos y gestos, en los cuales es fácil de detectar la represión y hambruna  seculares, establecidas en las franjas calóricas y frías del continente.

Gestos violentos, sin duda, y movimientos desordenados, armonizan nuestro diario vivir porque se compenetran con el sol y le rinden honor a la noche, y saltan y corren alrededor de la luna más allá de las horas.

“Se mueven como demonios y estridulan más que los saltamontes”, dicen los eruditos.

Mas qué importa lo que piensen o digan quienes han contado de manera caprichosa nuestra historia, fabricantes de falsedades y mentiras, tantas que de enumerarlas llenaríamos cientos de páginas.

A pesar de que nos han triturado los huesos, todavía somos capaces de saltar, danzar y cantar, y esto crea pánico en el ámbito de los modernos verdugos.  Por eso, en gran medida, sus historiadores nunca se dieron a la tarea de cuantificar nuestros gestos ni de narrar lo que guarda nuestra memoria, que aunque es horrendo somos capaces de envolverlo con flores del campo para no olvidarlo: y estaban por ahí los que fueron arrastrados por las corrientes oceánicas, y al oírnos cantar, y al oír los sonidos de nuestros instrumentos, vinieron como fieras a matarnos, y nos mataron, pero como la muerte es prolongación de la vida, les hablo desde ella, desde un rincón inaccesible, y les digo que el dolor no será eterno en nuestra isla: un día despertaremos libres de espanto, y volveremos a cantar y a bailar como antes.

Puesto que hemos estado habitados y dominados por monstruos con dientes de oro, rubricados por la codicia, se nos hace difícil sentirnos merecedores de una cultura  prohijada al calor de un destino más venturoso.

Debemos deshacernos cuanto antes de este esquema, si queremos reconocer nuestros propios valores.

Deshacernos significa: destruir  las patrañas y las ataduras salidas del vaho que arrojó aquel duodécimo día de octubre del año 1492 cuando despertó sobre nosotros con ronquidos funestos.

Haffe Serulle en Acento.com.do