Con los escritores dominicanos la tendencia es a tenerlos en alguna gaveta de los tiempos o dejarlos en frente de ti, buscando un diálogo. El oficio de escribir es eso: constancia, nuevas y grandes aspiraciones, hallazgos, saltos, caídas.
José Mármol pertenece a estos últimos autores. Desde “El ojo del Arúspice” (1984) hasta “Celebración de la imagen” (2021), lo suyo saber aprender y desaprender, que sería tal vez el único camino expedito para las grandes almas.
A José -o a Jochi, como le dicen sus más cercanos- lo conocí en aquella mítica Facultad de Humanidades de la UASD, por cuyas aulas gozamos y sufrimos, igualmente. En aquellos principios de los 80 todo era revelación en Santo Domingo: noches que se extendían hasta el mismísimo sol en balcones y con gracia, por el malecón, reperpero de ideas, entre pro-chinos, pro-soviéticos y promíscuos. Mientras el Feflas garantizaba “vigilarnos” en inmensos afiches con ojos más que orwelianos y los dilemas de la noche eran si Café Atlántico o el Drake’s, Jochi Mármol visitaba en la noche a su entonces novia Soraya, como desquitado de todo lo que significase locura, habladera, Palacio de la Esquizofrenia, balcones en Ciudad Universitaria y la trulla del Terror con su apaga y vámonos más permanentes que el permanente que usara su primo Roldán Mármol en su etapa negroide.
Con Jochi tuve innumerables diferencias: de si a aquellos años le llamaríamos “de la crisis” -como yo proponía-, o simplemente de “los 80”, de si la “conciencia social” o la “poética del pensar”. Aún así, José Mármol siempre ha tenido una virtud que lo ha encumbrado: la generosidad de no implicarse emocionalmente, tal vez la mayor enseñanza que pudo asumir de su venerado Nietzsche.
Pero una cosa eran sus discusiones que parecían interminables y otra, una práctica poética siempre dispuesta a otras audiciones. Ahora que he revisado “Los ojos del Arúspice”, celebrando sus 40 años de publicación, he vuelto a ese verso tan medido, concentrado y luminoso, cuyo brillo ya tuvo tiempo de destacar el excelente texto de Manuel García Cartagena que acompañara aquella edición.
Aquellos mediados de los 80 fueron tal vez los años más luminosos del último cuarto del siglo XX en cuanto a publicaciones en el país dominicano. En poco menos de tres años se editaron algunos de los libros más significativos de aquella generación que supera la resaca de los doce años balagueristas: “Axiología de las sombras” (1984) de Dionisio de Jesús; “Twenty Century (Aún sin título en español” de Martha Rivera-Garrido y “Manicomio de Papel”, de G.C. Manuel, y “El humo de los espejos” de Pastor de Moya, en 1985; al año siguiente, “Las piedras del ábaco” de Médar Serrata y “Consumación de la carne”, de Plinio Chahín.
Junto al poeta José Mármol también fue surgiendo el aforista, a partir de sus lecturas de Antonio Porchia, entre muchos otros. También tuvimos al ensayista y hasta al filósofo.
Esta larga e intensa trayectoria de nuestro autor ha sido justamente compilada por el Dr. Carlos X. Ardavín Trabanco, de la Universidad de Trinity, dentro de la colección Archivos, de Ediciones Cielonaranja.
Luego de haberle dedicado doce volúmenes a la obra de Pedro Henríquez Ureña, y sendos números a autores como Tulio M. Cestero, Pedro Mir, Aída Cartagena Portalatín, René del Risco Bermúdez, Junot Díaz y Rita Indiana, ahora vamos completando esta biblioteca sobre nuestros escritores esenciales.
Luego de haber compilado el tomo correspondiente a la obra de Antonio Fernández Spencer, Ardavín Trabanco nos ofrece esta nueva compilación sobre la obra de Mármol.
“Archivos de José Mármol” es un libro más que necesario. Es un acercamiento a un pensador que se atreve a situarse más allá de la isla, en un diálogo con la contemporaneidad.
[La obra se ha publicado en tapa dura, y se puede adquirir en Amazon: https://www.amazon.com/dp/B0DKC68T1H]