Punta Cana es una topografía de la República Dominicana tan famosa que su reconocimiento internacional supera el del propio país al que se circunscribe. Pero más allá de sus paraísos de temperaturas estivales, el desarrollo de peloteros de Grandes Ligas y la migración en yolas, la región Este de la media isla también debería ser reconocida por la calidad de sus poetas: Fernando Deligne, Federico Bermúdez, Pedro Mir, Freddy Gatón Arce, René del Risco Bermúdez, Norberto James, Rei Berroa…
Aunque existe la tendencia de colocar a Santo Domingo y las regiones Sur y Norte a la vanguardia de la tradición poética local, la realidad es que las provincias orientales no dejan de producir buenos literatos. Luego de una sequía de autores trascendentales entre los 80 y 90, en las primeras dos décadas del siglo XXI hemos visto desarrollarse las más diversas propuestas, estilos y búsquedas, desde el preciosismo amanerado, el conceptismo seudo filosófico, hasta lo erótico (esto último ha sido casi siempre tendencia juvenil en nuestra tradición). El resultado es un centenar de publicaciones por parte de poetas de verdad (con aportes originales) y poetas de mentira (con más publicidad que talento): Juan Hernández, Natasha Batlle, José Ángel Bratini, Rossalinna Benjamín, Abril Troncoso, Leyddy Dhianna Reynoso, Víctor Deoleo, Sandra Berroa, Joel Julio García, Nicole Mateo, Denisse Español. Etcétera.
Los aportes de algunos de estos autores merecen un abordaje crítico, un zoom dentro de su ecosistema, un entendimiento y contextualización dentro del canon. Tal es el caso de Leyddy Dhianna Reynoso, quien con la publicación de su libro El último refugio se sumó a la vanguardia de lo que califico un apogeo de los jóvenes poetas del Este. Esta especie de despertar de los escritores en el mismo trayecto del sol, los huracanes, el trasiego de la droga, las fugas migratorias y la bonanza del turismo, ocurrió a inicios de la segunda década del siglo XXI, con publicaciones como Manual para asesinar narcisos (2012) de Rossalinna Benjamín, Wanabí (2012) de Abril Troncoso, El último refugio (2012) de Leyddy Dihanna Reynoso y El álbum k (2013) de José Ángel Bratini.
En su momento trabajaré con cada uno de los pioneros de esta especie de boom. De momento quiero resaltar la obra de Leyddy Reynoso, porque a pesar de su calidad es la menos conocida de entre estos poetas. Se trata de una autora bien formada, tanto como escritora como en sus titulaciones de comunicadora y jurista. Quizás por estar absorta en los avatares de su ejercicio profesional como abogada ya no se le ve participar en talleres literarios, recitales de poesía o eventos de esos que dan la sensación de estar en la palestra. Lo que es injusto. El apogeo de un escritor debería ser medido por su calidad editorial, no por su vigencia mediática. Un poeta debe habitar en sus palabras y no en el espectáculo que rodea el circuito de su existencia.
El último refugio fue una aportación relevante, uno de los inicios literarios más contundentes y genuinos del que tenga memoria, por la peculiaridad en la articulación de su trabajo, construidos con una engañosa sencillez, si consideramos los elementos de su estructuración formal en dicotomía con la filosofía del sustrato.
Como cuando leemos a Pizarnik, tenemos en textos de Leyddy Reynoso unos fulgurazos que nos fuerzan a pensar, nos empujan a los límites de las paradojas y los más variados temas de la contemporaneidad. Su tendencia a la brevedad no está exenta del germen estético de este género literario (ese enunciar sin decirlo todo, la sensación de alegoría, la metaforización de la esencia de las cosas y no de su totalidad). Sus creaciones van mutando en especie de letanías, aforismos, reflexiones, epigramas. En definitiva, poemas breves que se nos quedan metidos en el pensamiento, provocando la sensación de ser un solo texto subdividido en la sucesión de titulaciones.
Similar a la tendencia de su admirado Borges, Leyddy Reynoso siempre anda metida en los laberintos de la reflexión. Todo lo ausculta su mirada. Una mirada que piensa: temblorosa: ofuscada: emocionada. La emoción dicta los versos: los augurios de la sibila. Entonces el resultado es una escultura de palabras en un estilo sobrio y delicado, cincelados por la perfección de la piedra de toque de una creadora que demuestra ser una poeta conciente de su incurrencia, insurgencia e insistencia en el oficio de la palabra, forjada tanto en la interacción de los talleres literarios como en la búsqueda autodidacta de los autores que recurren en sus epígrafes. Y los que no.
El último refugio es filosofía de lo cotidiano en codificación minimalista. Todo está sometido a la lupa de la reflexión, como si la voz poética padeciera una especie de realismo visceral y quisiera auscultar el claroscuro de las cosas del mundo, con la meta o aspiración final de sobreponerse a los desengaños. En su búsqueda e incorfornidad, la autora construye una voz poética que siempre piensa lo que canta, que no se queda varada en el vacío lúdico-experimental, como si la poesía fuera imposibilidad metafísica en sí misma.
Quizas adrede o como un error de composición, la hilación de los versos tienen un ritmo muy particular, como quien persigue entonación entre susurros con frecuencia sincopada, variación de intervalos irregulares. Por lo que me atrevo a afirmar que en los ciclos tonales con relación a la caída del verso, su tendencia se inclina más a la poesía en prosa que se construye con párrafos, que a la tradicional caída delimitada verso a verso, como quien inconscientemente huye de la lírica ortodoxa y se inclina a las influencias de Charles Baudelaire, César Vallejo, Oliverio Girondo, Olga Orozco…
Entre todos los textos de la colección, el que consideramos más representativo —digamos que resume las estrategias de construcción, el tono y estilo del conjunto— es el intitulado Salvarnos y huir:
“Escribir en la perspectiva de lo inaccesible.
De unos dedos hurgando en el vacío
extraer el infinito,
del abismo bifurcado
de tus ojos
el volcánico fervor de las caricias.
Retraer el tiempo en sus disímiles retornos
de sus espacios incongruentes.
Salvarnos.
Amor, con todas mis vísceras, salvarnos y huir.”
La poesía de Leyddy Dhianna Reynoso Caraballo es también innovadora porque ofrece una actualización del discurso femenino en la poesía dominicana. Ya no se trata de una mujer-sufrida, una mujer-víctima, sino que en esta joven escritora ya se esgrime la lírica de la mujer empoderada de la contemporaneidad, una disonancia si pensamos en los contenidos de sus pares femeninas en el siglo pasado. Es interesante como la voz poética pasa de un poema de amor filial dedicado a los sobrinos, a otro en que aparece como femme fatale y hasta podría decirse que como antiheroina.
En este sentido, compartimos la siguiente extracción del poema Es decir:
“Y que esto de callar gemidos, no se nos
de, con tanta contingencia de los años
y tanta espera para honrar a lo perfecto
que no somos.”
Su visión y tratamiento del amor no es ilusorio sino más bien realista, como en los versos finales en el poema De mis conversaciones con nadie, dedicado al escritor argentino Daniel Mujica:
“…y me dices que soy parte de ti
No seas boludo.”
Leyddy Dhianna Reynoso es una de las voces representativas de la poesía dominicana más reciente y una de las firmas que configuran lo que denomino un boom en la poesía de la región este al inicio del siglo XXI. Y así como de Freddy Gatón Arce ahora solo contamos con sus libros y no con las anécdotas de sus lecturas públicas y performance, esperamos los nuevos libros de esta autora que en su momento impactó el panorama poético, en representación de su ciudad y región. Publicar es fundamental, el espectáculo es accesorio en la trayectoria de un poeta.