Permítanme que incluya, con alguna mínima supresión, un fragmento de una obra literaria que fue uno de los grandes éxitos internacionales de venta, una novela publicada en lengua alemana el año 1939: Hotel Shanghai, de Vicki Baum.
“La existencia de los hombres de nuestra época es muy singular; en esta era, las convulsiones, las perplejidades, la inestabilidad convulsionan todo. Una red sanguinolenta de guerras y de revoluciones se ha extendido por la tierra y miles de seres se ven mezclados y encuentran una muerte cruel. Millones en la guerra mundial. Centenares de miles en la revolución rusa; otros millones en las luchas entre Chang Kai Chek y los comunistas chinos. Millones perecen por las inundaciones, las penurias y las epidemias en los países vencidos. ¡Cuántas vidas de hombres perdidas en Abisinia, en España, en Manchuria! ¿Cuántos han muerto en las cárceles alemanas, italianas, rusas, japonesas? ¿A cuántos se ha matado, cuántos indeseables simplemente han desaparecido, cuántos, temerosos de vivir, se han suicidado, sin hablar de los que mueren de hambre en la calle?
Pero ved a estos hombres que fueron héroes o mártires, que atravesaron un infierno imposible de describir, viven, comen, duermen, telefonean, integrados en el engranaje de las operaciones irrisorias de la vida cotidiana; pierden el autobús, ofrecen un cigarrillo, mantienen unas modestas y temerosas cuentas bancarias, se acatarran y se disgustan por ello; bailan y canturrean las canciones de moda, conocen a gente y dicen tonterías, se suscriben a los periódicos y se olvidan en casa el pañuelo; nada es tan grande ni tan terrible que no pueda olvidarse en beneficio de pequeñas alegrías y pequeños dolores, que acaban siendo más importantes que las luchas de gran mortandad por un mundo en gestación. La facultad de olvidar es la bendición más importante que se sea otorgada y, de ordinario, nos es entregada como hogar para nuestra alma”.
Nuestros clásicos habían expresado la misma idea diciendo que no es bueno que el arco esté siempre tenso, pero la escritora alemana la hace muy sugerente desde el punto de vista narrativo. Ya no es una máxima ética, sino un argumento novelesco. Y en él vemos, no la deducción de una experiencia, sino su latir.
Cuando llegamos a conocer a una de las personas a las que se refiere la página de Hotel Shanghai, ¿con cuál nos enfrentamos, con la que padeció o con la que vive? Pongámosle nombre. Lo tomamos de la propia novela. Frank. Helen. Chang. Endo. Si cada uno de ellos es un signo y, como tal, adquiere valores representativos, ¿qué representan, qué significan? ¿Un presente? ¿Un pasado? ¿El estar o el ser? ¿El ser o el haber sido? ¿Qué marcas quedaron impresas, ocultas posiblemente, de su sufrimiento? Se es en virtud de un haber sido.
En el análisis lingüístico, el pasado de una palabra resulta irrelevante. Importa para la historia de la lengua, pero no para la comprensión en el mismo hoy. Ahora bien, para el mejor entendimiento de la vida cotidiana, la sincronía no basta. “Tu calle ya no es tu calle / que es una calle cualquiera/ camino de cualquier parte”, dice la soleá de Manuel Machado. La calle fue, pero ya no es y, sin embargo, sigue siéndolo porque la mozuela, muy probablemente, allí continúa viviendo con el dolor de la ruptura amorosa. Deberían quedar en las palabras, como en los rostros, las arrugas que denuncian el paso de los años y de las experiencias. Pero si quedan esas marcas, apenas las percibimos porque es más fuerte la vida.
El fluir de la vida, aunque deje huella, parece esconderla. A eso lo llamamos olvido. Y el olvido significa sin significar, porque no hay memoria colectiva, como no hay dolor colectivo. Sólo quien comunica es capaz de atender los distintos niveles por los que la significación se distribuye. Sólo quien sufre conoce el sufrimiento. Pero el que solamente habla es el que vive más próximo de la mentira.