El soneto es un tipo de composición poética cuya estructura especial se haya formada por dos cuartetos y dos terceros, y que computa, por ende, catorce versos. Así nos lo enseña deleitándonos Lope de Vega:
Un soneto me manda hacer Violante
Que en mi vida me he visto en tal aprieto
Catorce versos dicen que es soneto
Burla, burlando los tres delante.
Yo pensé que no hallara consonante
Y estoy en la mitad de otro cuarteto
Mas si me veo en el primer tercero
No hay cosa en los cuartetos que me espante.
Por el primer terceto voy entrando
Y aún parece que entré con pié derecho
Pues fin con este verso le voy dando.
Ya estoy en el segundo y aún sospecho
Que estoy los trece versos acabando
Contad si son catorce y está hecho.
Como bien es sabido, en el soneto clásico los versos constan de once sílabas y se llaman, por eso, endecasílabos, y la rima, en ellos es siempre consonante y con igual rima en sus dos cuartetos, pues son de rima cerrada; pero los tercetos no, y ofrecen varias posibilidades a capricho del autor, pues pueden ser de pies cruzados, pareados, con rimas alternas, sin faltar a la lógica natural de la rima.
La historia nos enseña que Juan Boscán, que nació en Barcelona alrededor del 1500 y murió en la misma ciudad en 1542, y que estando en Granada conoció al embajador de Venecia, Andrés Navagiero, quien influyó en Boscán a tal punto que el poeta español abandonó los antiguos metros castellanos por el endecasílabo de los poetas italianos, labor que llevó a cabo junto a Garcilaso, de quien era gran amigo, una trascendental reforma de la lírica castellana. Las composiciones que Boscán denominaba "a la castellana", consistentes en su mayoría en villancicos, glosas y letrillas, incluyen también aquellas composiciones que Boscán denomina al "itálico modo", consistentes en noventa y dos sonetos y diez canciones, aunque su obra es más extensa, pues tradujo la fábula de Museo Hero y Leandro y un poema alegórico que se considera como imitación de uno italiano de Bembo. Y también, según el Padre Mariana, fue autor de la obra histórica La Guerra de su tiempo, que son las "Memorias del año 1462″ que reposa con este título en la Biblioteca de Madrid.
La muerte de su gran amigo Garcilaso afectó profundamente el corazón de Boscán, cuya muerte lo sorprendió cuando reunía la obra de Garcilaso, pero fue su viuda quien publicó el libro de Juan Boscán en 1543. Veamos el soneto XCII de Boscán:
Garcilaso, que al bien siempre aspiraste,
Y siempre con tal fuerza le seguiste,
Que a pocos pasos que tras él corriste
En todo enteramente le alcanzaste,
Dime: ¿por qué tras ti no me llevaste,
Cuando desta mortal tierra partiste?
¿Por qué al subir a lo alto que subiste,
Acá en esta bajeza me dejaste?
Bien pienso yo que si poder tuvieras
De mudar algo lo que está ordenado,
En tal caso de mí no te olvidaras.
Que, o quisieras honrarme con tu lado,
O, a lo menos, de mí te despidieras,
O si esto no, después por mí tornaras.
Demás está decir que Garcilaso de la Vega nació en Toledo entre 1501 y 1503 y que murió en Niza en 1536. Es decir, que su amigo Boscán, que vivió 42 años, sólo le sobrevivió siete años a Garcilaso, quien, lógicamente, tuvo una existencia más efímeras, pues sólo vivió unos 33 ó 35 años, cuando fue alcanzado por una piedra en la cabeza, durante el asalto a la torre de Muy, en las cercanías de Fréjus, Provenza. Aunque casó con doña Elena de Zúñiga, la historia nos cuenta que amó profundamente a doña Isabel Freyre, aunque esta era muy feliz en su matrimonio, y desde que conoció a la dama portuguesa de la emperatriz Isabel. El soneto X, que copiamos a continuación, y que aparece en LOS CLÁSICOS o Antología de Poetas Líricos Castellanos, es una obra que fue inspirada, al igual que la égloga I, en su amor por doña Elena de Zúñica.
X
¡Oh dulces prendas por mi mal halladas,
Dulces y alegres cuando Dios quería!
Juntas estás en la memoria mía,
Y con ella en mi muerte conjuradas.
¿Quién me dijera, cuando en las pasadas
Horas en tanto bien por vos me vía,
Que me habíais de ser en algún día
Con tan grave dolor representadas?
Pues en un hora junto me llevastes
Todo el bien que por término me distes,
Llevadme junto el mal que me dejastes.
Si no, sospecharé que me pusistes
En tantos bienes porque deseastes
Verme morir entre memorias tristes.
Entre los grandes genios españoles, pocos son los que no cultivaron el soneto. Francisco de Herrera, Luís de Góngora, Lope de Vega, entre muchos otros que holgaría mencionar en un breve comentario como este, donde sólo intentamos despertar el interés de los más jóvenes poetas, y cualesquiera otras que se le quieran sumar. Empero, no podemos dejar de agregar que en Hispanoamérica se produjo una gran explosión de exquisitos cultivadores del soneto, entre quienes quiero destacar dos solamente para no abrir ronchas: el nicaragüense Rubén Darío y el dominicano Joaquín Balaguer.
Quiero además, citar como ejemplo paradigmático de la composición que se llama soneto, uno titulado DIFINIENDO EL AMOR, de Francisco de Quevedo.
Es hielo abrasador, es fuego helado,
Es herida que duele y no se siente,
Es un soñado bien, un mal presente,
Es un breve descanso muy cansado.
Es un descuido que nos da cuidado,
Jun cobarde con nombre de valiente,
Un andar solitario entre la gente,
Un amar solamente al ser amado.
Es una libertad encarcelada,
Que dura hasta el postrero parasismo;
Enfermedad que crece si es curada.
Éste es el niño Amor, éste es su abismo,
¡Mira cuál amistad tendrá con nada
El que en todo es contrario de sí mismo!
En conclusión, observemos cómo Quevedo prefiere la palabra parasismo, en vez de paroxismo. Paroxismo luce más luminosa, pero muy técnica. Así ha de ser siempre la directriz del que cultiva el soneto, poner el vocablo mojado en lugar de húmero, pues permite una mejor comunicación. Pues, entre Dios y el pueblo, encuéntrense, además del Papa apostólico, además de los filósofos, además de los gobernantes de todas las naciones del mundo que las aman y gobiernan bien, están sin duda los poetas.
Y en un caso excepcional que vimos en Miguel D. Cervantes, al soneto se le puede agregar en grado extremo un tercer tercero, que él lo llamó estrambote, licencia que los manuales educativos no incluyen, a pesar de que la Real Academia Española, en la Vigésima Segunda Edición, 2001, nos enseña que estrambote significa (Del it.strambotto). m. Conjunto de versos que por gracejo o bizarría suele añadirse al fin de una combinación métrica, especialmente del soneto.
Siempre es harto importar volver sobre el tema del cultivo del soneto, porque modernamente, tanto el modo itálico como el modo castellano propio de fijar sus acentos rítmicos, variaron, pero en ningún caso permite uso vulgar de los mismos, al grado que ya cualquier composición es un soneto aunque no sea tal, como ocurre con uno de los más grandes escritores hispanoamericanos, por cierto compatriota mío, quien publicó una obra titulada SONETOS BÁRBAROS (1991_1992), y que no son más que ODAS, con el ritmo propio del soneto clásico. Es como si reeditáramos las ODAS DE HORACIO como lo hizo en España Menéndez y Pelayo en los albores del mil novecientos, poniéndole como título SONETOS DE HORACIO. Hasta ahí hemos llegado.
Hoy en día el soneto sigue siendo la prueba de fuego del arte de poetizar como en los pasados tiempos, pero ha ido perdiendo su aristocracia e hidalguía, no por los cambios que ha recibido en la modernidad, sino porque ha perdido el lenguaje trascendente que lo gobernaba. ¡Cuánta irreverencia en este afán de cambios!
En suma, en todo soneto debe siempre permanecer inalterable, como hemos visto precedentemente, aquel principio que acuñó Huidobro en su Arte poética: el adjetivo, si no da vida, mata.