El pasado 27 de enero se celebró la edición XVII del Encuentro Nacional de Lectores, organizado por Editorial Santuario. En esta ocasión, el libro escogido como tema central fue Lengua de paraíso y otros poemas, y, naturalmente, el invitado especial fue su autor: el poeta y ensayista José Mármol, premio nacional de literatura 2013.
Como toda reunión que se realice bajo la estrella tutelar de la poesía, la cita tuvo un encanto único: no solo por el minucioso acercamiento crítico a la obra de Mármol, realizado de modo brillante por el poeta y narrador Juan Inirio, sino por la emotividad y belleza del testimonio del fotógrafo artístico Herminio Alberti; y de la lectura de poemas realizada por el propio Mármol.
En su propia voz, los textos de los poetas adquieren un tono singular, pues muchos de ellos son capaces de trasmitir el ritmo, el sentimiento y hasta la atmósfera creativa que los hizo nacer. Mármol lo logra, y todo su cuerpo, en particular sus facciones, adquieren entonces la tensión, la levedad, la tierna reverencia del que sabe que alega, describe y edifica con “materia” inmortal, con la Palabra. “En el principio, el Verbo”, y no hay nada más justo. De esa magia, se desgranan los versos; y cuando, en un poema homenaje para su padre ausente, se le quiebra, de repente, la voz, o un silencio difícil hurta varios segundos al final de una línea, uno siente la flecha del dolor y la nostalgia como mismo la va sintiendo el poeta.
Por su parte, el testimonio de Alberti, que ha realizado varias colaboraciones con Mármol, sobre todo su primer libro, Casa de sombras (sobre la que fuera una de las viviendas del dictador Trujillo), fue muy revelador por lo anecdótico en torno al surgimiento de un volumen que posee una simbiosis única: la fotografía y el poema, y que, al decir de grandes firmas dominicanas, como José Rafael Lantigua, es único en nuestra bibliografía, y de los que más lo ha impresionado en los últimos años dentro del ámbito poético nacional.
Pero el testimonio de Alberti reveló, por añadidura, otra certeza que casi tenía ya con la sola lectura de los poemas de Mármol, y que he comentado con amigos cuando se cerraron las pantallas virtuales a las que obliga esta “covidianidad”: Se trata de la bondad del poeta, de su paciencia, de su afán de ponerse al servicio de la poesía, que es, en cierto modo, ponerse al servicio del mundo, y del arte, y la belleza útil. Alberti contó cómo lo convocó una y otra vez, incluso en complejos contextos, y cómo obtuvo siempre una respuesta artística admirable, a veces inmediata y casi increíble, porque los versos parecían nacidos de años de reflexión, y no de las inspiradas o afiebradas pasiones del artista del lente, siempre dispuesto redondear y a enriquecer su arte.
Cuando Alberti afirmó, entre cómplices risas, y como colofón de sus palabras: “Yo no lo suelto. Qué va, no lo suelto… Ya no me veo si no me acompañan los versos de Jochi. ¡Es el poeta de mayor imaginación y creatividad!”, la certeza de la que hablé antes adquirió forma definitiva: Mármol es un alma vieja, alba, y sabia, que ha elegido como instrumento a la poesía, que es cosa de profetas, o la poesía lo ha elegido a él, ¿qué importa cómo sucedió? Lo cierto es que una vez que se encuentra a alguien así, nadie quiere soltarlo, porque, sencillamente, todo se vuelve más fácil, más brillante, más digno…
La humildad genuina, sin aspavientos inútiles, ¡tan difícil en el éxito!, esa que puede verse en la mirada de Mármol, en la sonrisa, o en el modo sincero de agradecer, comprometiendo el corazón, es la principal muestra de grandeza, y el límite de esa tranquila sabiduría adquirida en los dolores del mundo, que nos recuerda que somos una gota en el mar, un puñado de polvo, una entelequia, una promesa de la muerte… la misma con la que Mármol, según su confesión, tiene una temprana y dura sociedad, tratos añejos que esquiva, y quiebra, como diría Lezama que es tarea de cada poeta, creando la resurrección, y entonando ante la muerte un hurra victorioso…
Nada me impresionó más de ese encuentro, ni siquiera su admirable poesía, que su propia actitud y personalidad. A un amigo, le dije: “Escribí dos cuartillas sobre Lengua de paraíso, de Mármol, y tuve la oportunidad de leérselas. Qué alma blanca tiene ese hombre, qué manera hermosa de agradecer. Creo que merece con creces todo lo que ha logrado”.
Estoy seguro que fue esa la misma impresión de Inirio, de Alberti, de Isael Pérez, y la de muchos otros amigos que pudieron acudir a esa cita. Para el final, otra revelación, dicha con la sencillez con que se descubre lo extraordinario, volvió a mostrárnoslo completo: Al agradecer la presencia de todos, y la oportunidad de compartir sus versos y reflexiones en torno a la poesía, Mármol saludó a sus hermanas, a su esposa, y a otros miembros de su familia que acababan de regresar de una misa en memoria de su madre, a la que no pudo asistir por participar, precisamente, en el maravilloso encuentro que acababa de regalarnos. Su sonrisa, no obstante, entre la gratitud y el ruego, como la de un niño que teme haber faltado en algo leve, y siente que merece clemencia, solo fue superada por su frase: “Bueno, ustedes saben… (como quien dice: Madre sabe…): La poesía también es comunión”.