Citar a Emerson, fundador del pensamiento estadounidense, con referencia a la novelística de Louise May Ascott —como hice en mi columna anterior—, ni es baladí ni significa comulgar con el pensamiento trascendentalista. Las obras literarias no tienen por qué defender explícitamente una teoría filosófica o política, pero se conciben en un contexto que siempre deja huella. Así, en el caso de las novelas de Alcott, cuyos personajes actúan según un concepto de mundo desarrollado en Concord, el pueblo donde vivía.
“Mujercitas” transcurre a unos 40 kilómetros de Boston, el corazón del pensamiento de Nueva Inglaterra. En Concord, W. E. Channing, autor de un famoso sermón sobre el cristianismo unitario (1819) y de “Observaciones sobre la literatura nacional” (1823), buscó reunir a un grupo de reflexión, compuesto en su mayoría por clérigos liberales egresados de Harvard, en la granja Brook (¿Es casualidad que el preceptor de Laurie, “joven serio y discreto, con unos hermosos ojos marrones y una voz muy agradable”, que se casa con Meg en “Mujercitas”, se llame Brooke?). Otros proyectos comunitarios se desarrollaron allí, como el de la familia Alcott, que describió con ironía la misma Luise May en “Fruitlans. Una experiencia trascendental” (1873). En ese grupo de “scholars”, eruditos o intelectuales, figuraron Emerson, desde 1834, A. Bronson Alcott, padre de Louisa May, en 1840, y George Ripley, que tendió hacia el socialismo. Hawthorne, autor de “La letra escarlata”, llegó en 1841, y Thoreau, había nacido allí, donde escribió “Walden”, aunque sólo permaneció en la granja seis meses y aprovechó la experiencia para “La granja de Blithedale” (1852). El diccionario Webster, en 1828, definía “scholar” como persona eminente por su erudición. También poetas místicos, como Jones Very.
En este ambiente se educó la autora de “Mujercitas”. Las lecturas que se citan en la novela muestran que las protagonistas siguen la literatura importante del momento y aquella que la fundamenta. Se preocupan por el ensayista inglés Samuel Johnson: leen “La historia de Rasselas, príncipe de Abisinia” (1759), consultan su revista “The Rambler” (1750-1752 y la biografía escrita por James Boswell en 1791. Del siglo XVIII conocen también “El vicario de Wakefield” (1776), de Oliver Goldsmith, o “Evelina” (1778), de Frances Burney, novela que influyó sobre Jane Austen. Conocen “Ivanhoe” (1819), de Walter Scott, comentan “Los papeles póstumos del Club Pickwick” (1836-7), “Oliver Twist” (1839), o “David Copperfield” (1850), de Dickens. Obras coetáneas —Louisa May nació en 1832— son “El heredero de Redclyffe” (1854), de Charlotte M. Yonge, uno de los primeros best-sellers de la literatura americana, y “The wide, wide world” —El ancho, ancho mundo— (1850), de Susan Warner. Jo, la escritora, se refiere a “Sartor Resartus” —El sastre sastreado—, del inglés Thomas Carlyle, obra que se distancia del idealismo alemán, en la prensa inglesa desde 1833 pero el volumen lo publicó en Boston, precisamente, Emerson, en 1836.
El libro sobre cuyas peripecias juegan las cuatro hermanas, es “El progreso del peregrino”, obra ascética del puritanismo inglés publicado por John Bunyan en 1678. De enorme popularidad, defendía, a través de una compleja construcción alegórica, una interpretación no canónica de los textos sagrados. La peregrinación conduce desde la Ciudad de la Destrucción a la Ciudad Celestial, a través del Pantano del Desaliento, la Puerta Angosta o de la Buena Voluntad, y un camino vigilado por leones que comprueban la fe del cristiano; rodea el Castillo de las Dudas y atraviesa, al fin, el Río de la Muerte. Las cuatro hermanas de “Mujercitas” juegan a ello desde la bodega de la casa hasta la buhardilla. Más tarde, la Ciudad Celestial será la casa del joven Laurie, deseado y deseante, y su padre podría parecer un león.
Emerson despreciaba a quienes no valoraban los libros por su relación con el entorno vital. La vida debe conocerse por experiencia y no por referencia. La lectura no puede ser escuela de vida, sino proyección de la vida, puesto que lo más importante es la confianza en sí mismo y la independencia del espíritu. El lector de “Mujercitas” no dejará de comprender que la novela rebosa de ascetismo, decisión y una querida naturalidad. Una novela que hemos minimizado.