Pedro Henríquez Ureña vivió para escribir y escribió en contra del olvido y lo logró, al conjugar un acto de intuición y de rebeldía para reivindicar nuestra América, para construir la magna patria y soñar con la utopía. O tal vez para hacer causa común con el ineludible destino que le deparaba una saga familiar de intelectuales nunca vista. Así que para inventarse primero como hombre, y luego como paradigma, creó un método de escritura. A ella le asignó un discurso en función de su acendrado magisterio y de seguro usó la escritura como alguien que se sintió condenado a ejercerla. Como erudito de las letras y como maestro indiscutible del ensayo y la investigación filológica, dejó depositada en la memoria de los hispanoamericanos un conjunto de ideas con las cuales se ha subrayado nuestra identidad cultural.

Creyó ciegamente en el sueño de la gran patria cultural, y fue de los que ayudaron a forjar un pensamiento propio en las letras hispanoamericanas, lo que antes era óbice de regateos en círculos intelectuales. Pedro Henríquez Ureña vio en la literatura un valor incalculable para salvar la humanidad y para rebatir los vientos de la ignorancia. Murió convencido de que las bases de un futuro promisorio debían construirse a través de la educación. La labor pedagógica que ejerció como un sacerdocio en los países donde tuvo la oportunidad de enseñar, como Argentina, México y Cuba, la  llevó a cabo  con la  convicción y la vocación  que le eran  propias, en donde  aportó ideas valiosas para que se forjara en la  escuela las bases para un mejor pensamiento. De ahí su valiosa contribución en el Colegio de México junto a Vasconcelos y Alfonso Reyes y otros intelectuales, en las tareas perentorias para mejorar los programas educativos de ese país.

Pedro Henríquez Ureña.

Desde el inicio fue un intelectual prospectivo y orgánico. Otros lo definen dentro de un optimismo extremo, pues nunca se detuvo ante los ataques de los enemigos, ni de los que ignoraban su trabajo y pretendían detenerle el paso. Estaba seguro del magisterio que tendría su escritura en las futuras generaciones de escritores. No en vano Ernesto Sábato lo recuerda tan vehementemente como uno de sus valiosos profesores de la adolescencia.  Así llegó a decir que Pedro Henríquez Ureña “fue un espíritu de síntesis, que ansiaba armonizar el mundo de la razón con el de la inspiración irracional, el universo de la ciencia con el de la creación artística”.

Es fácil entender a Pedro Henríquez Ureña. Ver la lista de lo que comprendió y escribió. El interés que tuvo sobre las distintas ramas de las literaturas clásicas y modernas nos permite rastrear con detalles las claves de su pensamiento. Pues, su escritura fue muy certera y apuntó siempre a la búsqueda de nuestra expresión. De manera que la mayor cuota de su quehacer literario la encontramos en las ideas que dejó sobre el origen de las culturas hispánicas, en virtud de que sabía que “las transformaciones culturales consolidan las victorias guerreras” y sociales de una nación.

Para Henríquez Ureña la escritura fue una arma, más bien, un instrumento valioso para rebatir la ignorancia, pues en el ámbito de su crítica abarcó una geografía  que reúne distintos climas en los que se  sustentaron el quehacer científico frente a la investigación literaria y filológica. De manera que creó un sistema de pensamiento en torno a nuestra historia y de paso creó una estética muy particular para pensar el mundo americano. Desde muy temprano entendió que un “mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otros con la arcilla de nuestros sueños”.

Partió pobre materialmente, pero dejó un caudal de ideas que han iluminado  el espíritu humano y la sensibilidad

En su Historia de las culturas en América hispánica se fundamenta la visión del mundo hispanoamericano, visto a través de sus grandes hombres y sus grandes creaciones, pues en ella se reconoce una marcada finalidad didáctica. El tono en el que está escrita esta obra demuestra cabalmente el grado de conocimiento que tenía sobre las culturas del mundo, a través de un discurso acogedor que exacerba la imaginación y enaltece el espíritu humano. Sin duda que esta obra, contribuyó de forma definitiva a esclarecer el debate sobre la formación del pensamiento hispanoamericano a partir de la segunda mitad del siglo XIX.

Pocos intelectuales nos dieron una visión tan amplia y sobrecogedora de nuestra América. Y pocos lo hicieron con el compromiso y la visión con la que lo hizo Pedro Henríquez Ureña, con la necesaria lucidez de su discurso y el acabado juicio intelectual, “con una prosa limpia, diáfana, y fluida que apunta hacia la divulgación” científica, con ideas originales sobre el quehacer cultural.

En el sueño de Pedro Henríquez Ureña, en el interior más profundo de su ser, la utopía constituyó una atmósfera. Un valor y una expectativa para vencer el infranqueable muro del atraso cultural y económico. Una visión que se hizo necesaria para ver en perspectiva lo que queríamos ser y lo que debíamos ser como latinoamericanos. Pasado el tiempo, la utopía constituyó además un símbolo en el que se vieron reflejadas las esperanzas para conjugar así el iluminador propósito de su empresa intelectual.

En gran medida, reivindicar nuestra América formó parte de su programa crítico, el cual quedó ampliamente evidenciado desde la publicación de Seis ensayos en busca de nuestra expresión, Historia de las culturas en América hispánica  y Utopía de américa.

Quizás su descontento con el poder político le ayudó a construir la idea de la magna patria y hasta adoptar su errancia indefinida. Para Henríquez Ureña “no puede haber patria en los estados sometidos. Así los que viven bajo el despotismo, donde no se conoce otra ley que la voluntad del soberano, otras máximas que la adoración de sus caprichos, estos no tienen patria”. Para él, la patria se congrega alrededor del estudio, con el trabajo intelectual con el pensamiento y con la defensa de las ideas y los valores universales de la cultura. Así que la distancia es irónica en ocasiones, pero muchas veces tiene sus bondades, pues su errancia le permitió a él, simplificar y vencer los miedos y temores sobre el destino cultural de los hispanoamericanos.

Siempre estuvo consciente de la riqueza que hay en los saberes humanos, porque su experiencia como investigador le permitió participar con la gente, conversar e intercambiar ideas y pareceres. Partió pobre materialmente, pero dejó un caudal de ideas que han iluminado  el espíritu humano y la sensibilidad de los hombres. Murió un día de 1946, mientras viajaba en tren hacia la Universidad de la Plata cuando se dirigía precisamente a cumplir con su labor de maestro. Su humanismo era tan puro que nunca le atrajo esa idea que mucho tiempo después explica el humanista italiano Nuccio Ordine, en su famoso manifiesto La utilidad de lo inútil, cuando afirma que “la utilidad de los saberes inútiles se contrapone radicalmente a la utilidad dominante, que en nombre de un exclusivo interés económico, mata de forma progresiva la memoria del pasado, las disciplinas humanísticas, la libre investigación, la fantasía, el arte, el pensamiento crítico y el horizonte civil que debería inspirar toda actividad humana”.

La mejor imagen de ese inesperado final de su vida la tiene Jorge Luis Borges en El libro de sueños, con esa tan variada forma elástica de la ficción en aquel diálogo profético de las profundidades del sueño. “Hará unas cuantas noches, en una esquina de la calle Córdoba, discutiste con Borges la invocación del anónimo sevillano, Oh muerte, ven callada, como sueles venir en la saeta. Sospecharon que era el eco deliberado de algún texto latino. Lo que no sospecharon, lo que no podían sospechar, es que el diálogo era profético. Alcanzarás el tren, pondrás la cartera en la red y te acomodarás en tu asiento, junto a la ventanilla. Alguien cuyo nombre no sé pero cuya cara estoy viendo, te dirigirá unas  palabras. No le contestarás, porque estarás muerto. Ya te habrás despedido para siempre de tu mujer y de tus hijas. No recordarás este sueño porque tu olvido es necesario para que se cumplan los hechos”

Eugenio Camacho en Acento.com.do