¿Qué papel desempeña el cuerpo en el descubrimiento del tú? Puede parecer algo irrelevante, pero un tú humano no se alcanza ni con un puro espiritualismo ni con un cuerpo que no mande más allá de él. Aquí cifra Octavio Paz la diferencia entre erotismo y amor. Entre el “puro” erotismo y el amor, cabe aclarar, porque todos los atributos positivos del erotismo pertenecen a la plenitud del amor: lo que en cambio permite hablar de “puro erotismo” es justo lo que lo cierra al amor. Lo que hace que el erotismo no sea más que erotismo es una carencia o, si se prefiere, un cúmulo de carencias, porque “ni el concepto de alma ni el de persona y menos aún el de libertad aparecen en el erotismo”.
Se podría pensar que la profundidad y el misterio son atributos del espíritu, y Paz los refiere al cuerpo. Sobre los resultados de la revuelta erótica afirma que “las ideas han perdido su atracción y los cuerpos su misterio. La gratificación instantánea no sólo daña al deseo sino que frustra uno de los goces más ciertos del amor sexual: el mutuo descubrimiento que hace la pareja de sus cuerpos”.
Bajo diversas formulaciones, esta tesis vuelve una y otra vez a lo largo de la obra poética de Paz, en un movimiento “espiraliforme”, no sin antes haber escrito los rasgos de la condición humana, objeto de la revelación, así como los rasgos de la revelación misma:
“Esta revelación no es un saber de algo o sobre algo, pues entonces la poesía sería filosofía. Es un efectivo volver a ser aquello que el poeta revela que somos; por eso no se produce como un juicio; es un acto inexplicable excepto por sí mismo y que nunca asume una forma abstracta. No es una explicación de nuestra condición, sino una experiencia en la que nuestra condición, ella misma, se revela o manifiesta”.
Quizá una de las descripciones más elocuentes de la frontera entre erotismo y el amor es aquella en que Paz acude a un pasaje del “Ulises” de Joyce:
“Hay una frase en el monólogo de Molly que no hubiera podido decir ninguna mujer enamorada: me besó bajo la pared morisca y yo pensé bueno tanto da él como otro…No, no es lo mismo con éste o con aquél. Y esta es la línea que señala la frontera entre el amor y el erotismo. El amor es una atracción hacia una persona única: a un cuerpo y a un alma. El amor es elección; el erotismo, aceptación. Sin erotismo—sin forma visible que entra por los sentidos—no hay amor pero el amor traspasa al cuerpo deseado y busca al alma en el cuerpo y, en el alma, al cuerpo. A la persona entera.”
Si, en cambio, lo que buscamos es una caracterización sintética de las mismas nociones, la más magistral la encuentro en un ensayo de 1963: “El erotismo es una infinita multiplicación de cuerpos finitos; el amor es el descubrimiento de un infinito en una sola criatura”.
Sobre esta analogía descansa “La llama doble”(1993), que Paz abre con una reflexión sobre la experiencia poética, a la que llama “testimonio de los sentidos”. Si nos lo contaran no lo creeríamos, pero contamos con la experiencia de “ver lo invisible”, hemos vivido el salto del “ver al creer”. “En la conjunción de estas dos palabras está el secreto de la poesía y el de sus testimonios: aquello que nos muestra el poema no lo vemos con nuestros ojos de carne sino con los del espíritu. El testimonio poético nos revela otro mundo, el mundo otro que es este mundo”. La analogía es muy evidente en un escrito de 1988 en el que Paz habla del misterio de la comunión propia del amor: “Un contacto físico momentáneo nos abre las puertas de otra realidad inconmensurable e indecible”. Y añade: “Cuando hablo de persona humana no evoco una abstracción: me refiero a una totalidad concreta. He mencionado una y otra vez la palabra “alma” y me confieso culpable de una omisión: el alma, o como quiera llamarse a la psiquis humana, no sólo es razón e intelecto: también es una “sensibilidad”. El alma es cuerpo: sensación; la sensación se vuelve afecto, sentimiento, pasión”.
De manera análoga, no se da persona sin cuerpo, aunque la persona no se agota en el cuerpo. El cuerpo es trámite necesario para alcanzar a la persona, pero hay que trascenderlo. Ahora bien: es del todo posible quedarse en el cuerpo, no establecer una relación auténticamente personal con alguien. Quizá algunos lo hacen muy rara vez. Incluso quien vive muy libre de los atractivos corporales, por conquista o por temperamento, de vez en cuando siente que el cuerpo de su interlocutor es una barrera para mirarlo como se mira una persona.
Paz es bien consciente del origen griego y judeocristiano de esta concepción del hombre como unidad de alma y cuerpo:
“En la noción de persona aparece la idea de que los seres humanos tienen un alma y que esa alma es inmortal. Sobre esa idea fundó Platón su filosofía del amor. Con ella comienza una tradición seguida por los poetas de la Antigüedad, la Edad Media, el Renacimiento y, después, por toda la novela europea, sin excluir la telenovelas contemporáneas”.
Esto viene de “Pequeña crónica de grandes días”. En “La llama doble” Paz es más preciso al deslindar lo clásico de lo cristiano en la formación de la noción de persona en Occidente:
“El eros platónico busca la desencarnación mientras que el misticismo cristiano es sobre todo un amor de encarnación, a ejemplo de Cristo, que se hizo carne para salvarnos. En la contemplación platónica hay participación, no reciprocidad: las formas eternas no aman al hombre; en cambio, el Dios cristiano padece por los hombres, el Creador está enamorado de sus criaturas. Al amar a Dios, dicen los teólogos y los místicos, le devolvemos, pobremente, el inmenso amor que nos tiene. El amor humano, es decir, el verdadero amor, no niega al cuerpo ni al mundo”.
El saldo que se obtiene de esa presencia fuerte del cuerpo en el cristianismo es elevado, y lo veremos también en localizaciones geográficas más precisas y en sus efectos apreciables en el proceso de descristianización de las sociedades. Paz no ignora que tal positividad no ha sido siempre evidente en el cristianismo y observa que, cuando los padres de la Iglesia han visto negativamente la sexualidad, no es por ser cristianos sino por ser platónicos. El primer mandamiento bíblico, hace notar, es el “creced y multiplicaos”, y el dogma de la resurrección de la carne cierra un ciclo que ciertamente no admite pensar en desprecio del cuerpo. Solo esto explica la fuerza con que Paz afirmaba, ya en los años sesenta, que el cristianismo descubrió al otro y aún más: descubrió que el yo sólo vive en función del tú.