En los últimos años notamos una ampliación en el uso del término entropía, sobre todo en el campo de las ciencias humanas para explicar algunos fenómenos o acontecimientos. Si bien el concepto proviene de la termodinámica, no cabe dudas que se presta para interpretar la explosión de las culturas y la virtual desaparición de sociedades o, por lo menos, algunas de sus dimensiones.
A estas prefiero llamar «sociedades en transición»: aquellas en las que se percibe un estancamiento no solo a nivel económico, sino de cambios en el comportamiento social de los individuos y las instituciones. “Transición” en el entendido de que comienzan a recorrer el camino de lo entrópico.
Estas sociedades llegan a un estadio de permisividad tal, que no generan procesos de conocimientos que intervengan en la solución de conflictos, ni siquiera apalearlos. En ellas se percibe la dinámica constante de confrontación y los estamentos que están llamados a enfrentar tales situaciones no tienen una propuesta concreta. Por el contrario, su discurso recurre a palabras huecas, desviando el sentido de las preguntas hacia una metafísica de lo estático: “nunca como antes se ha combatido la criminalidad”, por ejemplo. O, “en años anteriores estaba más profunda la crisis”, dice.
Lo peligroso de este discurso es que borra el acontecimiento en nombre de un “tiempo eterno” e invisible. Intenta trazar un antes y un después bajo el estigma de que “la culpa la tienen otros”. Ese otro sin rostro que es adjetivado con cualidades negativas.
No voy a explicar el significado originario de entropía, pero si su esencia para responder a una pregunta que nos intriga: ¿qué es la entropía social? Por esta entiendo la propensión al caos y a la disolución del tejido social. A la permanente inestabilidad de sus instituciones y a la confusión generalizada de los sujetos que se expresa en miedos irracionales, prejuicios negativos; una efervescencia por el radicalismo religioso, un retorno a supersticiones vacías; una incapacidad para el diálogo crítico, muchas veces acompañada de la defensa ciega de creencias perniciosas para la convivencia.
¿Qué podemos hacer para cambiar esto? No existe una vara mágica ni mucho menos un sombrero del cual sacas un conejo para recibir aplausos. La solución es integral y compleja.
Todo este conjunto y más, empuja a la sociedad al lado de su clase gobernante hacia un desorden generalizado, pero sobre todo a la imposibilidad de enfrentar los problemas asumiendo de modo responsable el costo político y económico. En ese sentido, sus dirigentes temen al riesgo. No quieren atreverse por recelo a perder “prestigio” y en su lugar prefieren continuar con lo “políticamente correcto”, sin saber que esta jugada conduce a la inmovilidad por no ofrecer posibilidad de transformación e intervención.
Si bien es cierto que en un momento determinado se percibe la vuelta al orden, no es menos cierto que retornamos a lo mismo por falta de estrategias que solo aceleran la tendencia a la disipación. Tengo la idea de que esta última viene dada por una profunda merma de sentido que inicia en las instituciones, las cuales van perdiendo legitimidad, arrastrando consigo el maleficio de la inoperancia.
La huida de la ética es también indicador de la entropía social, dado que la ausencia de herramientas que ayuden a reflexionar o cuestionar el grupo de poder en sus acciones fraudulentas, provoca insensibilidad por los problemas que nos afectan anulando la pregunta esencial: ¿qué hacer? Precisamente esta disciplina nos lleva a la respuesta que pone en marcha nuestra capacidad de objetar. La misma ayuda no solo a disolver el “tranque actitudinal”, sino además orientar las decisiones correctas en el momento oportuno.
La pérdida del sentido. La ausencia de eticidad en las acciones junto a la crisis de legitimación de la clase gobernante y sus instituciones, son resortes de la entropía social seguida de un malestar cultural generalizado. ¿Qué podemos hacer para cambiar esto? No existe una vara mágica ni mucho menos un sombrero del cual sacas un conejo para recibir aplausos. La solución es integral y compleja. Necesita de la creación de políticas de innovación y reingeniería social, así como también de un nuevo liderazgo comprometido en la transformación capaz de asumir responsablemente el coste, sea económico, político o social.