Hace unos días el profesor haitiano Paul Arcelin, exembajador en República Dominicana, puso en circulación en el Archivo General de la Nación La danza de los saltimbanquis, presentado por Andrés Alba. Este libro debe ser leído por los dominicanos que desean un porvenir auspicioso para el pueblo haitiano y el desarrollo de las mejores relaciones entre los dos Estados y pueblos que comparten la isla de Santo Domingo. El libro provee claves acerca de la política de Haití en la actualidad. Arcelin muestra ser un conocedor a fondo del proceso político de su país desde la caída de la dinastía de los Duvalier en 1986, a la cual combatió desde un prolongado exilio. También ha estado relacionado a los dominicanos, desde que, muy joven y recién salido al exilio, se vinculó a los antitrujillistas dominicanos que preparaban en Venezuela la expedición de 1959. Más adelante formó parte del conglomerado de demócratas haitianos que, con el apoyo del gobierno de Bosch, se propusieron derrocar al tirano Papa Doc Duvalier en 1963. Uno de sus líderes, Fred Baptiste, desempeñó un papel estelar en la Revolución de Abril de 1965, al frente del comando haitiano situado frente al parque Independencia.
Arcelin, por consiguiente, ha estado en condiciones de identificar conexiones claves en la evolución de los procesos de los dos países. Su libro tiene la marca testimonial. Por una parte, contiene un recuento de hechos en los cuales él tuvo participación o de alguna manera se relacionó. Adicionalmente a la riqueza de informaciones que contiene, comporta una dimensión de análisis acerca de las causas intervinientes en la trágica situación en que se debate el país vecino.
No resulta arriesgado resumir la tesis central de Arcelin: la descalificación de la generalidad de las dirigencias políticas que han ocupado el poder después de 1986, cuando fue derrocado Jean Claude Duvalier. Les endilga el duro calificativo de saltimbanquis por haberse dedicado al pillaje en colusión con intereses del exterior y las conveniencias de potencias que inciden en el denominado Core Group, las cuales instrumentan instituciones internacionales. En torno a las actuaciones de la generalidad de estos actores posduvalieristas, establece las raíces del agravamiento incesante de las condiciones de vida del país, que ha desembocado el fenómeno social de bandas delictivas que ha sumido al pueblo de Haití en un estado de desesperación.
Recién llegado del dilatado exilio, Arcelin se vinculó a los sectores militares y civiles que ejercían el poder en esos días. Es posible que protagonistas de entonces levanten objeciones a las descripciones y análisis que efectúa en el libro. Como no nacional haitiano, no estoy en condiciones de apreciar posibles aspectos sujetos a polémica. Arcelin tomó la opción de comprometerse en la acción, a mi modo de ver con el propósito de contribuir a implantar un ordenamiento democrático y socialmente equitativo, objetivo que se deriva de la consistencia de sus análisis y propuestas. El autor muestra la honestidad de describir su participación en hechos controversiales y traza el balance de que trató con personajes que se revelaron también como danzantes saltimbanquis.
En una reseña no es posible abordar todos los procesos relatados. Me interesa ahora focalizarme en situaciones que hacen inteligible el presente. La primera fundamental, a mi juicio, es la naturaleza de la gestión gubernamental de Jean Bertrand Aristide a partir de febrero de 1991. Es bien conocido que llegó aupado por un sector popular de la Iglesia católica y un discurso antiimperialista y anticapitalista. En su condición de amigo de este visualizado mesías de los pobres, Arcelin advierte en él la búsqueda de un poder autocrático, lo que implícitamente estuvo en el origen de la conspiración de los factores de poder que llevó a su fácil derrocamiento en el mes de septiembre del mismo año. Un senador le comentó en los días previos que Aristide llegó a intentar incendiar el parlamento: “Sí, se volvió loco, si no es que lo estaba desde antes Está sediento de poder. Quiere controlarlo todo” (La danza de los saltimbanquis, p. 87.). El panorama del pretendido régimen revolucionario del líder de partido Lavalas es sistematizado de forma más contundente: “Rodeado de una camarilla, amasó una fortuna colosal. Líder de una secta política, se volvió intolerante, sectario, duro, explotando la emotividad de las masas ávidas de justicia” (pp. 158-159).
Durante la primera administración de Aristide, Arcelin mantenía comunicación con él, por lo que este le solicitó tender un puente con las familias de la cúspide del poder social, las cuales ya “habían acordado financiar cualquier golpe de Estado” (p. 85.). Como es bien sabido, también hubo involucramiento exterior, sobre lo cual Arcelin rememora que fue contactado por el representante de una embajada con el propósito de coordinar el golpe de Estado.
A renglón seguido, en el libro se condena como crimen el embargo promovido por Aristide e implementado por el presidente Bill Clinton como parte de las negociaciones con el Black Caucus. Detalles interesantes muestran los criterios de Joaquín Balaguer y algunos de su entorno, como el general Charles Dunlop, ante esta medida. Rememora que en los años previos Balaguer había sostenido relaciones de colaboración con los Duvalier, padre e hijo. Incluso, Papa Doc puso su grano de arena para afianzar vínculos a través de un personero estadounidense destinado a la región. Arcelin interpreta, basado en datos estadísticos, que ese embargo inició la destrucción de la economía haitiana.
Más adelante narra negociaciones tendentes a una solución que evitara la intervención extranjera. El asesinato del honesto sacerdote Jean Marie Vincent, a finales de agosto de 1994, quien hacía esfuerzos para evitar el desembarco de tropas de Estados Unidos, lo hizo inevitable semanas después.
Repuesto por la intervención extranjera, conforme a Arcelin, el régimen de Lavalas tomó una orientación todavía peor. Privatizó algunas de las empresas más importantes de Haití, como la Telefónica, el molino de trigo, la cementera, además de puertos y aeropuertos. Las operaciones se habrían transado a precios de vaca muerta, a cambio de comisiones corruptas a saltimbanquis. A raíz de una de las operaciones de sobornos, los diputados Jean Feuillet y Gabriel Fortuné fueron ultimados después de abandonar el Palacio Nacional.
Obligado a llamar a elecciones en 1995, Aristide habría dejado a René Préval en la presidencia como un títere. Asegura Arcelin que desde entonces comenzó el derroche de los recursos aportados por Venezuela en el programa Petro Caribe. Un asesor, Moïse Jean Charles, decidió por su cuenta investigar cómo se habían gastado 97 millones de dólares en el aeropuerto de Cap Haïtien. Fue ignorado en su demanda de investigar a la primera ministra Pierre Louis, y declaró a Arcelin: “Después de analizarlo, me di cuenta que en Haití no es solo el robo, la miseria, lo que realmente es el problema, sino la falta de patriotismo. Si todos los senadores me hubieran apoyado durante la interpelación de la primera ministra Pierre Louis, el dinero de Petro Caribe no se habría desperdiciado” (p. 150).
Las primeras bandas armadas fueron creadas por Lavalas, los Chimeres (Quimeras), “para controlar los barrios marginados. De vez en cuando estos bandidos se despedazaban entre sí para obtener el control de un territorio, en el que las drogas eran omnipresentes” (p. 159).
Devuelto a la presidencia nominal, tras la administración títere de Préval, los comportamientos de Aristide generaron una inestabilidad que concluyó con su derrocamiento por iniciativa de factores de poder locales e internacionales. Arcelin expone multitud de hechos como participante en las acciones contra Aristide junto al militar Guy Philippe, a quien terminó visualizando como un saltimbanqui más. Los propios estadounidenses lo sacaron de circulación y luego lo procesaron y condenaron por tráfico de drogas.
Tras sucesivas coyunturas, Préval retornó a la presidencia, libre de la coyunda de Aristide. Desde esta administración de Préval se abrió un nuevo esquema de ocupación extranjera a través de la ONU, con apoyo de los grupos dirigentes y de factores internacionales, lo que fue no óbice para que los delincuentes Chimères siguieran aterrorizando la población.
Al concluir la administración de Préval, con un país arruinado por la mala gestión y el terremoto de enero de 2010, los factores de poder gravitantes decidieron otorgar la presidencia a Michel Martelly, de conocida orientación ultraderechista como asesor de una agrupación criminal durante el régimen militar, “un bandido legal”. Martelly quedó en tercer lugar, pero para el balotaje los delegados del Core Group forzaron que se descartara al favorito de Préval, Jude Celestin, a fin de derrotar artificiosamente a la preparada académica Mirlande Manigat.
Se consolidó entonces un esquema de saqueo de los fondos de la ayuda internacional. Registra Arcelin que, para compensar los efectos del terremoto, la ayuda internacional otorgó unos 9,000 millones de dólares, de los cuales una fracción insignificante ingresó en el tesoro nacional. Más debatido fue el continuo desfalco de los fondos de Petro Caribe. Arcelin describe maniobras de diversos actores que formaron parte de la descomunal corruptela que agudizó hasta lo infinito los males de su país. Para facilitar esas operaciones, se implantó un ordenamiento autoritario, lo que incluía el control del parlamento por medio de prebendas, aceptadas por los “diplomáticos acreditados en Haití, en particular los del ´Core Group”, “una entidad ficticia que se hace pasar por un cuerpo diplomático legítimo…”, y que ha destruido “los cimientos de la democracia en Haití a través del apoyo abierto brindado a la disolución del Poder Judicial (Cour de Cassation), el Legislativo (Caducidad del Parlamento) y el Ejecutivo (ataque monocefálico)”.
En este libro queda aclarada hasta la saciedad la decisión de la “comunidad internacional” de favorecer la instalación en el poder de sujetos de extrema derecha, sustentados en una voraz corruptela y una criminalidad creciente.
El descrédito creciente de Martelly y de su designado sucesor, Jovenel Moïse, fue respondido por continuas y masivas manifestaciones populares. Las bandas actuales fueron creadas por las instancias de poder para defender intereses particulares y oponerse al movimiento popular y democrático.
En semejante contexto se produjo el asesinato del presidente Moïse en julio de 2021. Arcelin no se adentra en desentrañar el misterio que todavía a la fecha envuelve el magnicidio. Se limita a observar que poco antes se establecieron relaciones diplomáticas con Rusia y el presidente Moïse realizó una visita a Turquía.
El actual orden, aparentemente indefinido, a pesar de su provisionalidad continúa la orientación abierta por Martelly con apoyo de la diplomacia y los organismos internacionales. Después de un reconocimiento del entonces primer ministro Claude Joseph por parte de diplomáticos de incidencia decisiva, se decidió otorgar el mando a Ariel Henry como primer ministro, por haber sido previamente designado por Moïse.
En medio del avance de la incidencia de las bandas delictivas, obviamente instrumentadas por intereses variados, continúa la oposición democrática. El valiente libro de Arcelin es una manifestación de la existencia de un movimiento democrático sometido a la represión criminal por parte de los poderes sustentados en prácticas mafiosas.
La lectura de este libro ha de comprometer a los dominicanos a la solidaridad con los patriotas haitianos que se empeñan, aun en la catastrófica situación del presente, a implantar un ordenamiento democrático y honesto, que supere la pesadilla creada por los poderes gravitantes.