La cultura es la gran olvidada en la cotidianidad de la campaña electoral. Prácticamente no aparece como preocupación ni como proyecto de política pública de los aspirantes a gobernar la República, lo que incluye a las organizaciones y candidaturas no tradicionales. En los tradicionales mayoritarios, ni se diga.

El sector cultural del Estado no ha crecido al unísono con el fortalecimiento de la democracia y la expansión de la economía. Las personalidades, artistas, escritores, pintores, escultores, cantantes, teatristas y tantas otras ramas de la vida cultural del país han desatendido la cuestión política y -quizás erróneamente- dejado a los políticos que hagan lo que les convenga en la gestión pública de la cultura.

La creación del Ministerio de Cultura fue una demanda del sector cultural, pero para los políticos representó un espacio para designar a seguidores, para destinar una atención que generara votos y también tranquilizar a los gestores culturales, a los artistas y escritores, que se encierran en grupos. Esos grupos, a veces formados por coincidencias de vinculación a partidos políticos, se pelean unos con otros, a veces de forma ríspida, sin que se vean con claridad cuáles son sus diferencias ideológicas o de corrientes estéticas, porque más bien se trata de competencias y apetencias que nada tienen que ver con un debate intelectual o académico.

No hay un sector más complicado, para los políticos y para los presidentes de la República, que los intelectuales, artistas y el sector cultural en general. Un respetado director de periódico expresó en una ocasión que el mundillo de los intelectuales y de la cultura era más dado al chisme que la gente de la farándula y la de los deportes.

Hemos tenido ministros de cultura poetas, novelistas, ensayistas, cantantes, arquitectos, comunicadores, y en ningún caso la gestión ha contado con un apoyo decidido del poder ejecutivo, que debe reflejarse en el presupuesto que se asigna. Tampoco se puede afirman que se ha puesto la atención suficiente en los temas de identidad, promoción de valores autóctonos, bellas artes, música, teatro, danza y  publicaciones. En el ministerio del ramo se recibe un presupuesto insuficiente, y se tienen que llevar a cabo las labores con migajas, aunque nominalmente se aumente el presupuesto. Pero también se señalan gastos no prioritarios. Y así no puede prosperar el sector cultural.

Hay quienes se preguntan si era necesario crear un ministerio para la cultura, si no se le iba a dar todo el apoyo indispensable para hacer su labor. Arrinconar la cultura a una administración burocrática resulta un serio problema para el desarrollo cultural y artístico en libertad y sin reparos de una oficialidad condicionada, que mira siempre el tiempo de los políticos, pero que los que toman las decisiones no atienden ni les interesa la cuestión.

Se suele olvidar que la cultura también es un importante renglón de la economía, de la llamada economía naranja. Pero, para los políticos la cultura queda atendida con un presupuesto y una burocracia mínima, y la designación de los ministros y viceministros atiende más la vocación del gobierno sobre la cultura, generalmente corta en dimensión, que las necesidades de vincular la cultura con la identidad del pueblo dominicano, con el turismo, con la economía, con la salud, con las exportaciones, con las artesanías, con la educación, y con tantas otras actividades y renglones que bien pudieran revolucionar, por ejemplo, el medio ambiente, la agricultura, el servicio exterior.

Y lo que más duele: Desde su creación, el ministerio responsable de la política cultural ha trabajado sin tomar en cuenta las iniciativas de trabajo cultural de barrios, municipios y comunidades rurales. Hay trabajo cultural serio, de manera espontánea, fuera de la ciudad capital, aunque se suela ignorar su existencia. Hay festivales de narradores, de poetas, ferias culturales, festivales de atabales y danzas; gente que guarda y preserva con amor tradicionales musicales, gastronómicas y musicales, en el Cibao, en el Sur y en el Este, todo sin fines de lucro personal.

Ahora que estamos en campaña electoral, el sector cultural debía hacer un esfuerzo de unidad, de coherencia, de desarticular sus viejas querellas entre personas, y apostar por un programa que pudiera ser asumido por quien gane las elecciones, para que el país resulte más beneficiado y más y mejor atendido en esta área transversal de nuestro desarrollo.

Museos, premios nacionales, trabajo de formación, estímulo a las escuelas de arte, y establecer redes nacionales que permitan conectar la cultura y sus diversas ramificaciones con los ayuntamientos, los gobiernos locales, con las gobernaciones, con las organizaciones populares y de la sociedad civil, para reducir la delincuencia, estimular los deportes, impactar la seguridad ciudadana. Solo por poner ejemplos.

Consideramos un buen punto de partida el documento elaborado por la Unión de Escritores Dominicanos, que acaba de sugerir una propuesta de política cultural para los candidatos presidenciales y los legisladores y las recién electas autoridades municipales.

Este documento podría estimular a otros intelectuales y gestores culturales a pensar más integralmente sus recomendaciones y necesidades, y unirse los escritores. La cultura es y será siempre mucho más eficiente y más viva que la burocracia que se asienta en el ministerio y en el aparato del Estado.

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