(*) Presentación del escritor José Enrique García, en el marco de la octava versión del Festival Cultural Ana Luisa Arias, celebrado en San Francisco de Macorís con el auspicio de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), Recinto SFM.
José Enrique García es un escritor dominicano de reconocida trayectoria en el campo de la ficción narrativa, la poesía y el ensayo. Sus aportes a la literatura dominicana y a nuestra lengua en sentido general están suficientemente establecidos.
Yo conocía algunos textos sueltos por ahí de García, dispersos en algunas antologías, generalmente de su libro El fabulador, el que mereciera el Premio Siboney, en la categoria de poesía, en 1979, si no me equivoco. Muchos años después tendría una visión mucho más terminada de la dimensión de creador de José Enrique, y fue a partir del día en que mi amigo Noé Zayas se me apareció con este libro del escritor en cuestión, titulado: El fabulador: Poesía reunida, 1977-2002. Entiendo que no debo agotar este tiempo, en que se me concede el privilegio de presentar a este gran creador, en detalles acerca de mis consideraciones sobre estos poemas reunidos en el volumen de marras. Solo diré que leí este libro sobrecogido de grata emoción, con el entusiasmo de estar en presencia de un gran libro y de un gran artista de la palabra. Hace ya muchísimo tiempo de esa primera lectura, pero hace solo algunos meses, en los que estaba envuelto solo en lecturas y relecturas de poemas, que volví sobre este libro; hice que me acompañara en unos viajes pesarosos a Santiago de los Caballeros, ciudad donde nació José Enrique y donde yo cursé mi Bachillerato, en el Liceo Onésimo Jiménez. Allí, en Santiago, Eclesiastés me iluminó de dudas y Cien años de soledad de magia.
Luego de la lectura del referido libro, cayó en mis manos la novela Una vez un hombre, de este autor, así como otros libros de narrativa, específicamente de cuentos, como Juego de villanos, por ejemplo. Estas nuevas lecturas me revelaron, desde mi humilde punto de vista, que con José Enrique García estábamos en presencia de uno de nuestros primeros prosistas. En el tiempo en que yo leía esta novela estaba inmerso en la elaboración de uno de mis cuentos que menos me decepciona: La asunción de la reina. Confieso que buscaba que el aliento de este discurrir narrativo de José tocara, aunque fuese mínimamente, el relato en que trabajaba entonces. Perseguía en mi texto dar un tono, un ritmo, un color, una música parecida a la que José Enrique García logra en varios pasajes de su novela, quizás porque de alguna manera sentía cierta colindancia espacio- temporal entre ambos textos, no sé. Si alguien lee el libro de José Enrique y mi relato comprobará cuán tristemente fracasé en el intento.
Pero en este caso no se trata de analizar la obra literaria del creador en cuestión, sino de presentarlo, de introducirlo ante ustedes, o más bien ante quienes no han tenido el privilegio de disfrutar de una obra de ficción ejemplar.
Pareciera que desde el momento en que José Enrique García asumió la creación literaria entendió que el lenguaje creativo debía prestarse, más allá de la limitada visión de género, a poetizar contando y a contar poetizando. Él necesitaba contar historias de seres y cosas, generalmente simples, poetizándolos, y poetizar las historias de los sujetos y las cosas cotidianas que entendía debía relatar, logrando al mismo tiempo una fusión donde también se mantiene una separación; parece algo paradójico, pero intentaré luego escribir sobre este asunto, sobre esta unidad y al mismo tiempo esta separación, o delimitación genérica, lo que ha sido logrado por muy pocos de nuestros escritores. Hablar de esto es un desafío al que intentaré enfrentarme luego de releer, así como de completar la lectura de otros libros del autor que tratamos.
Como bien señala José Alcántara Almánzar, a propósito de la publicación por parte del Banco Central de los cuentos reunidos de José Enrique, bajo el nombre de Estas historias: “Ahora, con la publicación de Estas historias, prueba su dominio (José Enrique García) del lenguaje y la técnica de la ficción, en casi medio centenar de textos escritos en una prosa impecable, sin apelar a efectismos ni trucos literarios”. Son textos, digo yo, construidos sin filtros, desnudos de empalagosos florilegios, en los que su autor se empeña en mostrarnos, de la forma más transparente posible, al hombre, en sus tristezas, en sus sueños y anhelos, y en su derrumbe inevitable.
Voy a concluir leyendo este poema del autor. Este texto se llama Historia, y forma parte de su primer libro de versos: Meditaciones alrededor de una sospecha, publicado en 1977.
Acabamos de enterrar al muerto
En una simple tumba.
Una herida en la tierra y unas cuantas rosas por las que no pagamos
Terminaron de cerrarle los ojos
Que no despertarán jamás a medianoche.
De él, un pedazo de su muerte
Sólo guardamos en la memoria:
Aquel enterrado esta mañana.
De sus días y de sus noches
Y de los caminos donde dejó sus pasos
No encontramos ni un solo vestigio,
Tampoco de sus hambres y de sus amores.
Ignoramos si fue un malvado
A quien lo perseguían por una fechoría
O si fue un hombre honesto,
Un doble desgraciado que huía de sí mismo.
Enterramos al hombre esta mañana
Y no sabemos—ni lo sabremos nunca—
Cuántas muertes tuvo que matar
Para llegar a muerto.