Hace varios años que empecé a preguntarme por el truco literario que la escritora Jenny Montero imprime a sus relatos. Me refiero al juego simbólico que atrapa a los lectores infantiles, al grado de hacerlos soslayar cualquier otra propuesta de lectura. Pero mi interés por descubrir los intersticios encantadores en la obra de nuestra autora aumentó significativamente desde el momento en que empecé a leer historias infantiles a mi primogénita.
¿Por qué prefiere leer o escuchar la historia de Clodomiro, el niño que observa las estrellas, Una velita quemó mi casita, ¡Eso no se bebe!, entre otros? ¿Por qué rara vez bosteza cuando le pido leer, antes de dormir, algún relato del libro A cualquiera le puede pasar (2020)? Algo debe haber en la literalidad producida por nuestra autora que hace que sus cuentos sean preferidos por los niños, frente a otros textos dentro del género infantojuvenil.
A finales de la década de los noventa, mi inolvidable profesor, Celso Benavides García me habló de la audacia de esa alumna inteligente y dedicada que seguía constituyendo causa su satisfacción como maestro de vocación.
Desde aquel momento estuve interesado en socializar con ella y con otros alumnos meritorios de ese importante lingüista dominicano. Sin embargo, fue a principios del siglo XXI cuando conocí a Jenny, después que aprobé los rigurosos concursos para acceder a una plaza como profesor de lingüística y de español en la Escuela de Letras de la UASD. Por eso, empecé a familiarizarme con ella, a través de sus edificantes conversaciones sobre su experiencia como maestrante Fullbright de literatura, amén de como profesora universitaria y, sobre todo, como escritora.
Jenny Montero es Licenciada en Educación mención Filosofía y Letras (Suma Cum Laude, UASD) y Magíster en Artes y Estudios Hispánicos por la Universidad de Illinois (Chicago, USA). En el año 1986, recibió el Premio de Ensayo Pedro Henríquez Ureña por su libro: La cuentística dominicana. Posteriormente, en el 2005, resultó ganadora del Premio Anual de Literatura Infantil Aurora Tavárez Belliard, con su libro Éranse una criatura del monte.
Amén de esas premiadas publicaciones, Jenny Montero ha producido libros de textos de Lengua Española y Educación Artística para los niveles: básico, medio y superior. Su más reciente publicación es un libro titulado: La literatura para niños y jóvenes a través de la historia: Un enfoque histórico-crítico (2021).
El descubrimiento de este fructífero historial literario de Jenny Montero me ha permitido comprender que el secreto de la calidad de sus textos obedece a su erudición como investigadora de las áreas humanísticas. Es muy evidente la forma en que ha hurgado en las teorías y mejores prácticas que sostienen los procesos lúdicos y sensoriales de los niños y jóvenes. Igualmente, se evidencia su cuidadoso dominio de la antropología infantil. Me refiero con especificidad a los relatos de Jenny que mi hija y yo hemos leído.
El aprovechamiento estratégico de los sentidos para cautivar la atención del lector constituye uno de los juegos narrativos que, a mi juicio, roban la atención de los infantes. No solo encontramos en su narrativa cuadros visuales, sino que el olfato, el oído, el tacto, el gusto y las funciones kinestésicas son potenciados con metáforas de la vida infantil que logran atrapar, desde mi manera de ver, todo el interés de cualquier lector infanto-juvenil.
Además, en el cuento ¡Vaya apetito el de ratoncito!, Jenny emplea jocosamente los diminutivos propios: Ratoncito, Ratoncita, Periquito; así como los zoónimos Sapo, Tortugo, Palomo; actantes que, sin dudas, motivan carcajadas en los niños.
Esta historia fomenta, asimismo, valores necesarios para la formación de niños, niñas y adolescentes. La conquista de Ratoncita fue lograda por Ratoncito, gracias a que éste era un personaje aplicado a sus estudios. Le gustaba leer, cantar, bailar, declamar y cocinar. Cuando cayó dentro de la sopa, fue un gato quien lo salvó.
Posteriormente, la gallina, la abeja y la vaca sugirieron diferentes ungüentos para su sanación, pero Ratoncita, quien también estaba relacionada con experiencias sobre quemaduras, decidió mantenerlo limpio y seco hasta que finalmente sanó.
La solidaridad une a los animales enemigos por naturaleza en pro de cooperar para que el recién casado, Ratoncito, se recupere. Este es un reluciente cuadro narrativo porque de inmediato los niños preguntan cómo pudo ser posible. Esto a la vez produce, en los sujetos lectores, lo que es propio de una genuina obra literaria, conjuntamente con las lecciones moralizantes.
Estamos ante una narrativa que resulta de alta aceptación porque, además, la prosa se percibe estratégicamente equilibrada con expresiones onomatopéyicas que representan carcajadas, canciones, declamaciones y otros tipos de sonidos naturales. Parte del contenido sublimar del relato recuerda a los niños que no deben inventar con el fuego, en ninguna circunstancia, mucho menos en ausencia de sus mayores.
Con el último enunciado de este cuento, los niños suelen comprometer a sus padres para que le regalen un helado después de la lectura. Leamos por qué:
“¡Y colorín colorado este cuento ha terminado y a mí me dieron un gran helado!” (Página 24).
Existe una combinación estratégica entre la narrativa y la semiótica no verbal. Cada cuento está acompañado de una imagen visual que bien puede ser usada previo al relato, como una manera de predecir qué sucederá, pero es la historia misma lo que en definitiva atrapa toda la atención de los lectores infantiles.
¡Que sirva este breve artículo para reconocer, en parte, las sobresalientes dotes artísticas, intelectuales y humanísticas de nuestra escritora de la semana para que, de ese modo, siga alegrando, con su prosa, el alma de nuestros niños, niñas y adolescentes! ¡Enhorabuena!
Montero, Jenny (2020) “A cualquier le puede pasar”. RD: Editorial Santuario.