“Y entonces, como ocurrió tantas otras veces en las revueltas de esclavos de estas islas, pareció que los rebeldes no sabían qué hacer: toda la energía y la exaltación se habían reunido y consumido en la tragedia del ataque, de la sorpresa, de la primera efusión de sangre, de la humillación de las personas con autoridad”. Cito de “Un camino en el mundo”, libro del premio Nobel jamaicano V. S. Naipul.

Suele ser así en todas las revoluciones, tanto en Jamaica como en otro lugar. Por eso la revolución rusa fue tan importante. En la francesa, los poderosos echaron por la borda a los inútiles de la propia clase que no habían leído a los filósofos ilustrados y no permitían el progreso. Luego siguieron controlándolo todo, por personas interpuestas, como Bonaparte, pero con modernidad. La democracia era moderna, el absolutismo, además de anticuado, había perdido “glamour”. En la revolución rusa se liquidó a la clase que detentaba el poder. Todos fueron nuevos. Prescindieron del “glamour” y eso nunca se le perdonó.
Aquello que decimos o escribimos sobre otras razas u otro sexo le parecen siempre a alguien lleno de prejuicios. No deja de aparecer una persona que afirma (la frase es de Naipul): “De haber sido un hindú ―o un negro, un blanco, un moro, una mujer…― no habría dicho o escrito eso”. Tal vez el racismo esté en quien escucha o lee y no tanto en el que habla o escribe. Pero es que no es cuestión de racismo ni de sexo, se trata de la problemática del “otro”. El otro es precisamente otro, alguien que no soy yo y que, por ello, ni mira, ni piensa, ni interpreta el mundo ni habla, ni escribe como yo. ES difícil que no disentamos.
Me interesa de Naipul el retrato, aparentemente distanciado, de un mundo multicultural.
Gleb Chumalov, en protagonista de “El cemento” (1925), novela proletaria rusa de Fyodor Gladkov, regresa del Ejército Rojo a su ciudad, dispuesto a trabajar como antes en la fábrica. Pero la revolución ha arrasado con todo, sus antiguos compañeros ya son “otros”, su mujer es “otra”, él es, para ellos, “otro”. ¿Cómo hacer la revolución desde la otredad?. Pero es que la revolución es necesariamente eso, hacernos “otro”. Gleb encuentra que se perdió la autoridad y sólo hay poder. Es preciso convertir al antiguo ingeniero de la fábrica en “otro” que se comprometa con la revolución y a los revolucionarios en “otros” que acepten la autoridad que habían degradado. Recordemos un título de aquel francés amigo del Che Guevara: “¿Revolución en la revolución?”.

Naipul recuerda que los conquistadores españoles siempre llevaban un notario para que diera fe. Pero no podía éste atestiguar más que lo que veía y los hechos no sólo son apariencia. Tras ellos hay una larga serie de posibilidades humanas. Me interesa de Naipul el retrato, aparentemente distanciado, de un mundo multicultural. El pensador canadiense Charles Taylor es quien mejor atendió el concepto de multiculturalismo pero la experiencia ha mostrado que la política multiculturalista no produce una multiplicación de guetos, eliminando de la palabra cualquier connotación negativa. Cada “otro” se resiste a dejar de ser él mismo.
He leído y escrito esto en la calle, en un velador de un impersonal café italiano de Regent Street, esquina Little Portland Street. No lejos vivió algún tiempo Simón Bolívar. Ha sido un día hermoso. Bello de cielo y temperatura. Por delante de mí pasaban gentes de toda raza y condición. Apresuradas o paseantes. Pero abajo, en los túneles del metro de Londres, bulle una inquietud inquietante (y no es un juego de palabras).