A veces se culpa a alguna gente por decir, no por callar.

Y el pecado está en el silencio, ese silencio que se le impuso a Oscar Wilde hasta matarlo aún bajo la condición de poeta, es decir de librepensador, creador, de su valor social.

Se castiga no el pecado sino su exposición, la “obscenidad” de plantearlo.

Porque el pecado no existe si no se habla de él, si no lo repite el verbo de los inconformes que toda sociedad debe tener y mantener para sobrevivir a partir de su lucidez, de su lámpara iluminadora, su independencia y su hambre de porvenir.

Se castiga el valor de sostener una idea, una pasión, una posición sin examinar si es justa o no. Martí decía con propiedad que la mejor manera de decir es hacer.

Porque el pecado está en decir, en proclamar sobre los techos lo que la sociedad, cierta sociedad, quiere ocultar, lo que la hipocresía quiere disminuir o cubrir con las duras arenas del ver, oír, callar.

Cuando se comete un acto que la sociedad tiene por vergonzoso, delictivo, inaceptable, no se buscan orígenes sino quién se atrevió a blasfemar sobre lo prohibido no sobre quien cometió los excesos que merecen la condena.

Se castiga con severo terror indiferente el fracaso social que presenta el fracasado pero nada se dice del abismo de indiferencia, de aprehensión de rechazo que se abrió ante sus ojos.

Se castiga la miseria material no al que lleva en su codicia enferma todos los pecados que no tolera la sociedad en los postergados.

“Lo quieren todo!”, decía tal vez horrorizado un jefe de Estado a sus amigos al ver la gula implacable de los privilegiados desbordada a sus pies.

Nada les dice la Toma de la Bastilla que inició el rodar de cabezas coronadas en Francia a cargo del pueblo.

Nada les dice del final violento de los zares la historia de 300 años de dominio medieval.

Nada les dice el desenfreno latente de los insatisfechos, de los ahogados en deudas sociales que se deben pagar.

Siempre será importante prevenir.

Y la mejor manera de prevenir es hacer las cosas a tiempo, suscribir los pactos sociales que impidan la llegada de lo peor, aquello que podemos llamar tranquilamente el caos.