Cuando un poeta alcanza la longevidad de su creación, luego de haber demostrado originalidad y pericia en la configuración estética de su arte, y consigue ser tan avezado que juega a ser un dios en el manejo plástico del lenguaje, escribe lo que se denomina el arte poética o ars poética. En muchos casos, el texto que titulan como tal se convierte en el más celebrado de su producción, como es el caso de Vicente Huidobro. Pero lo cierto es que se trata en una tradición en la que han participado los grandes artistas de la palabra: Huidobro, Neruda, Borges… En la tradición del diseño estético del arte poético es una constante la intencionalidad de resumen o vademécum de la cosmovisión del artista. Allí se traza lo que piensa del arte y de la manera en que se arriba a él, como si se tratara de la voz de Ulises mientras regresa a su amada Ítaca.
En este sentido, considero que aunque se trata de un filósofo (que en el pasado no se diferenciaba del poeta), es lo que consigue el doctor Fidel Munnigh con su libro Pensar la imagen, pensar la forma. Aunque no se lo proponga, de manera tácita y recurrente, entre un título y otro, el autor esboza aforismos que hilvanados y numerados constituirían un manifiesto o declaración de principios –estéticos, éticos, hermenéuticos y epistemológicos– en cuanto al quehacer no solo del crítico de arte, sino también del intelectual y el ciudadano in situ en la expectación de la realidad y su polifonía. En definitiva, en este nuevo libro de Fidel se vislumbra la cosmovisión de sus años como pensador, académico y consumidor de arte.
En una exégesis total o de conjunto, el libro está compuesto por diez ensayos, el último de los cuales se denomina adenda. El autor parece reflexionar desde el panóptico de Michel Foucault, ninguna imagen escapa a su mirada, su mirada deviene en pensamiento; por lo tanto, su discurso resulta abarcador, totalizante, sincrético. Nos lo imaginamos en la postura del Pensador de Rodín, mientras deconstruye todo lo avistado visionado. A esa actitud panóptica no se le escapa nada, dejando al lector con sensación de ser una voz ubicua, en sintonía con todos los grandes relatos y conceptualizaciones de la cultura occidental. Así desde el arte del grafiti a las vallas publicitarias de los tiempos de campaña y su polución visual, todo es sopesado desde el punto de vista de la estética o experiencia sensible.
Desde el título de la obra, Pensar la imagen, pensar la mirada, el autor comienza con una audacia discursiva en que se privilegia el pensamiento como acto revolucionario, reivindicativo, cuasi mesiánico. El verbo “pensar” aparece explicitado (enunciado) en seis de los diez títulos de la colección. La connotación nos resulta reveladora de su poética; para Munnigh el saber libera en el sentido de Prometeo llevando el fuego del conocimiento a los humanos; por eso el epígrafe con que inicia el libro: “El saber es el único espacio de libertad del ser” (Michel Foucault). Y esta actitud es tan importante en su praxis que dentro de todos los autores que le sirven de referencia, desde Ciorán a Umberto Eco, la cita es la única que se repite en todo el libro. Es así como además del epígrafe en la página de 66 nos volvemos a encontrar con la frase del maestro francés: “El saber es el único espacio de libertad del ser”. El vocablo es fundamental para entender las claves de su ideario.
Uno de los temas que más le preocupan es el devenir del arte contemporáneo. Pocos pensadores tienen tanta conciencia de su objeto de estudio. Es por eso que, en el tono propedéutico que lo caracteriza, sin ínfula de sofista ni rebuscamiento expresivo, nos deslinda los momentos que inciden en el arte de la actualidad. En su visión se obvia la cronología para darle preferencia a los hitos socio-políticos. Para el autor: “El siglo XXI no nace en el año 2000 o 2001, nació un poco antes, en 1989. El siglo XX no es el periodo que va de 1900 al 2000. Nace en el 1914, con el estallido de la primera Guerra Mundial, y muere en 1989, con la caída del muro de Berlín…”. Este dominio le autoriza para esgrimir las críticas que realiza al arte contemporáneo, fenómeno que ve limitado a al imperio de los avances tecnológicos. Su postura es abierta a las nuevas manifestaciones estéticas. Se sustenta en la teoría del “caosmos” para validar los nuevos artefactos artísticos, desde los grafitis de acción poética, el fenómeno de la música urbana, hasta las instalaciones de Tony Capellán; nada descarta su mirada a pesar del escepticismo con que por momentos se filtra en el tono de sus ejercicios de deconstrucción. Para el autor lo importante es filosofar sobre los nuevos dispositivos o artefactos estéticos: no importa si a favor, no importa si en contra. Para Fidel lo relevante es el debate, poner a circular ideas, fomentar el pensamiento crítico en torno a la cultura.
En un país tan politizado como el nuestro, es sumamente valioso y oportuno el texto “Pensar la cultura (para una ética y una estética de la praxis cultural)”. El autor esboza su visión de lo que debe ser el rol de un intelectual en el siglo XXI. El tono de su discurso culmina en arenga ético-moral, cuando reclama a los intelectuales transparencia y ecuanimidad y valentía; desde su panóptico, les insta hacia la independencia de criterio. Para Fidel Munnigh el crítico debe rehuir de quitarse la cabeza y ponerla al servicio de alguien o de algo, ya sea el gobierno, la iglesia o la academia (pág. 64). El intelectual debe ser un ente sino neutral al menos justo, pero siempre cuestionador de los estamentos de poder. En otro de los textos vuelve al asunto, lo que lo convierte en un pensador coherente, dado, sobre todo, el nivel de autocrítica cuando aborda el ámbito académico: “ni los profesores enseñan ni el alumno aprende, estamos inmersos en la pedagogía del simulacro” (pág. 82).
La problematizacion filosófica de la imagen, como en Zunzunegui, es el gran tópico de la colección de ensayos. En textos como Pensar las culturas visuales y El reino de la imagen –uno de los más interesantes y provocadores de la colección–, entre otras cosas, nos plantea la ecléctica cultura contemporánea como un pandemonio polivalente e inagotable, más que como un reino de la información y la digitalización, un ámbito dominado por la imagen (arte digital, redes sociales, videojuegos…). Como bien resalta el autor, en el siglo XXI, “la cultura de la imagen parece haber sustituido a la cultura escrita como transmisora del saber” (pág. 93). Por eso la tendencia de los teóricos de las artes visuales a considerar las imágenes como un texto. Es decir, que las imágenes hoy en día forman parte de un mundo que debe ser abordado desde una hermenéutica con intención semiótica, pues todo cuanto llega a la vista es signo connotado por la cultura (sociedad), por lo tanto, las imágenes se pueden leer. Lo que particularmente resulta interesante, puesto que la primera estrategia de comunicación del ser humano fue de carácter pictográfico, más tarde desarrollaríamos el lenguaje de articulaciones fonética y morfológica; sin embargo ahora abandonamos la escritura, poco a poco, para retornar a las imágenes.
El texto final, que el autor denomina adenda, pero que nosotros más bien vemos como epílogo, si aplicamos la narratología al discurso concatenado por los textos y sus variaciones a modo de corriente alterna; sobre todo porque lo interpretamos como una declaración de principios en torno a la escritura de ensayos, cuando precisamente el autor nos ofrece un libro de este género. Y de nuevo vuelve a su leitmotiv: le importa más el pensamiento que su forma; Fidel valora a aquellos pensadores, que como él, se hacen entender, mediante una escritura diáfana, transparente, no importa la complejidad del material en cuestión.
Como ya decíamos en un principio, Pensar la imagen, pensar la mirada es una especie de muestrario o antología personal que recoge la esencia de las aristas referenciales de su autor, es decir, su cosmovisión, su poética. La suya es una mirada que no cesa de pensar y un pensamiento que no cesa de mirar. En definitiva, este libro revela una actitud de pensador in situ en los problemas de la cultura de su época: como acto de seriedad intelectual o como catarsis lúdica. Es así como llegamos a la última página y –como si se tratara de un laberinto de círculos concéntricos en un cuento de Borges– volvemos al epígrafe inicial: “El saber es el único espacio de libertad del ser”. ¿Pensar la imagen es el manifiesto de un rebelde?