Se podría decir que el fetichismo es una antigua vanidad que forma parte importante en la vida de los hombres. En ciertas formas, representa caprichos y fantasías que complementan la rama espiritual de los seres humanos. Tengo un amigo que quería ser como un personaje de las novelas de Onetti. Había en él una obsesión mayor por la vida tan extraña de Juntacadáveres. Tenía un libro, en cuya contraportada había una foto del autor. A seguidas abría el libro justamente donde estaba la fotografía y se pasaba horas enteras contemplando aquel rostro inexpresivo y con cara de borracho que tenía Onetti. Se quedaba fijo, observando sus secretos movimientos, aquellos que se imaginaba con el parpadeo de sus grandes ojos apagados. Luego establecía una especie de diálogo imaginario con el autor, que en definitiva constituía un monólogo.

Todos en la vida, viejos y jóvenes, adolescentes y de mediana edad, hemos atesorado el deseo, de algún día, estar cerca de los héroes a quienes amamos secretamente, a quienes idealizamos y con quienes guardamos amores imposibles. Héroes, por quienes soñamos cada día y sentimos una profunda admiración. Sean estos, artistas, deportistas, políticos, o líderes religiosos, músicos o cantantes. Pudiera ser a través de imágenes religiosas o figuras en quienes creemos y necesitamos como amuletos, por eso, nos atesora la idea de tener un simple objeto suyo. La firma de un libro puede ser, si es escritor. Una guitarra, si es cantante o músico. Sólo nos basta con un objeto simbólico, para sentirnos reconfortados, porque con ello, nos imaginamos tener cerca a nuestro  adorable héroe.  Esa simple fantasía que viene desde el fondo de nuestras almas hace las veces de un karma sagrado que alimenta el espíritu y envilece nuestras vidas.

Juan Carlos Onetti, 1909- 1994.

En buena medida, la fantasía fetichista funciona como un amuleto que alimenta las pasiones humanas. A veces la pasión por el dinero. En ocasiones, la pasión por la religión,  por el amor, o por el juego, cuando no,  para mantener vivo el fervor erótico. Estas inquietudes espirituales de los hombres se convierten cada día en hermosas fantasías que, mantienen viva, la esperanza de vivir.

Así que no se critica al religioso católico por atesorar en algún rincón de su casa la imagen de Jesucristo, o al devoto de San Miguel por reunir en un altar a todas las deidades de su fiesta pagana. En cierta medida, en el fetichismo influye también el fanatismo. Este desencadena, en algunos casos,  una pasión desenfrenada en la que interviene, además, el ala emocional del individuo, por eso el fanático es fervoroso y aflora sus sentimientos hasta con sangre en la defensa de quien adora. De ahí que mucha gente se ha matado en peleas y riñas por discusiones deportivas y por discusiones políticas, así como por la defensa de una religión. ¿A cuántas personas en el mundo no han matado los extremistas musulmanes, porque entienden simplemente que han ofendido a su profeta Mahoma?.

Che Guevara, en su imagen más famosa, la fotografía tomada por fotógrafo cubano Alberto Díaz Gutiérrez (1928-2001) más conocido como "Alberto Korda".

El fetichismo representa un culto de amor a la figura del objeto. Su centro de atracción convierte al objeto en algo sagrado. El turismo religioso, aprovecha ese sentimiento tan arraigado de los feligreses y se beneficia materialmente con la comercialización de objetos adorables que atesoran miles y miles de imágenes religiosas en las puertas de los templos sagrados y en todas las mezquitas del mundo.  En peregrinaciones, en convivencias y retiros espirituales, de manera que aquí el sentimiento y el culto a la figura se convierte también en un negocio jugoso. Lo mismo sucede en el plano político. ¿Cuánto no se ha comercializado en el mundo con las imágenes del Che Guevara y de Fidel Castro, en aras de promover y mantener vivo el mito de la Revolución Cubana?

Una danza y un juego atractivo sin precedentes: Torrente sanguíneo, vida, muerte y logos-cosmos. Tal consagración del elemento de atracción, equivale a una clase de energía, que se hace patente con la consumación definitiva del hecho

Modernamente, los fetichistas menos espirituales coleccionan carros de lujo, armas de fuego, cuchillos, dagas, sables enchapados en oro y otros metales lujosos. Desde la antigüedad clásica, existe una comercialización con objetos artísticos y obras de arte. Una práctica, que es a la vez sentimental y romántica. Los coleccionistas de obras de arte pagan en subasta montañas de dólares por una obra, para que forme parte de su colección personal. Los que les rinden culto a los libros representan de igual modo otra variante del fetichismo, más espiritual, menos comercial, pero más sentimental que la anterior, porque los coleccionistas de libros son capaces de repetir obras de diferentes ediciones y traducciones de un mismo autor. Algunos llegan mucho más lejos, cuando se trata de libros antiguos, raros o perturbadores, libros de temas prohibidos o cuestionados por la censura totalitaria.

En ese rango están aquellos que compran libros de manera compulsiva o coleccionan libros (como los bibliófilos o bibliópatas), cuya posesión, no necesariamente debe ser para leerlos, sino que para ellos, los libros, representan una necesidad imperiosa que forma parte de su vida espiritual. Conozco cantidad de compradores de libros que solo los coleccionan, pero nunca los leen. Hay otros que sí, son lectores hasta donde les alcanza la vida,  luego los regalan. Sobre esta peculiar actividad, el escritor italiano Umberto Eco tiene su propia opinión: “Es una tontería pensar que tienes que leer todos los libros que compras, así como es una tontería criticar a quienes compran más libros de los que jamás podrán leer. Sería como decir que debes usar todos los cubiertos, vasos, destornilladores o brocas que compraste antes de comprar nuevos. Hay cosas en la vida que necesitamos tener en abundancia, aunque solo usemos una pequeña porción”.

Esa infatigable búsqueda del hombre para coleccionar objetos y cosas puede convertirse de repente en la infalible eficacia de una “máquina espiritual”. Visto como un acabado mecanismo para regular y combatir la acción de una fuerza interior que domina el instinto animal. Hay coleccionistas que hasta llegan a robar valiosas piezas de museo, para saciar en parte ese instinto diabólico que domina el alma fetichista, que lo define como un ser pasional e inescrupuloso, hasta cierto punto. El extremo de esta inesperada correlación de fuerzas entre el hombre y el objeto la podemos ver a la luz de la psicología. Estudiando el dominio y la fuerza de atracción que ejerce el objeto sobre el hombre y su definitiva posesión a través de una gnosis profunda. De ahí que la trama argumental que fabrica el objeto en función de conquistar al hombre, potencia el goce de este hacia la conquista definitiva del objeto.

De ahí, que entre el hombre y el objeto no haya esa anunciada lógica del límite, pues el objeto disuelve ese concepto y convierte al hombre en esclavo de su propia debilidad moral.

¿De dónde nace pues, esa pasión desenfrenada del amor por el objeto? Diríamos que proviene del egoísmo acumulado de algún extraño gen que domina la geografía interior de nuestras almas, alimenta las pasiones y socava nuestras debilidades. En esta relación hombre-objeto interviene una lógica matemática de extrema precisión, que detona en la atracción hacia las “cosas sensibles” de la naturaleza.  De ser así, la acción fetiche tiene escondido un grado de absoluta belleza en el fondo de la cuestión. ¿Es bello matar en aras de conquistar un “objeto sensible”? ¿Esta es la razón por la que Thomas de Quincey habla del asesinato como una de las bellas artes? ¿O es que acaso, la belleza procura la estética del asesinato en su forma primitiva, o la mueve el espíritu estético del asesino?

Esa relación hombre-objeto es relativa a todos los niveles de nuestra vida cotidiana. Una relación dialéctica que confluye bajo los efectos de fuerzas extrañas y ocultas detrás de las almas humanas. Fuerzas conjuntas que constituyen un ethos. Una danza y un juego atractivo sin precedentes: Torrente sanguíneo, vida, muerte y logos-cosmos. Tal consagración del elemento de atracción, equivale a una clase de energía, que se hace patente con la consumación definitiva del hecho: La conquista del hombre, su posesión por parte del objeto y el triunfo de este frente a la cosa deseada: El objeto. De ahí, que los objetos adorados por los hombres se colocan en un universo de poder, construyen un templo. Poseen fuerzas vigorosas. Envían mensajes ocultos e indefinibles: Tienen la fuerza de un chamán.

La práctica fetichista se define así, como una pálida enfermedad sentimental, propia de las almas románticas, que solo la padecen los hombres sensatos. Puede ser también una extraña red de inquietudes telegráficas e inalámbricas conectadas con el alma de quien la padece. En ciertas formas, la práctica fetichista está contaminada por el sucio pecado de la avaricia y ya sabemos que el pecado de la avaricia no es de mentes equilibradas.

Tal magnitud dicotómica es transversal a todas las acciones del hombre. Pues, esa conquista del objeto culmina con la consagración definitiva de la tragedia. Por eso la tragedia del hombre no es la muerte en sí. Es el objeto que arrastra la muerte, cuyas representaciones simbólicas la encontramos en el sexo y el dinero, pues el afán y el trasiego que de ella se derivan representan en definitiva el tiempo de la muerte.

Eugenio Camacho en Acento.com.do