Transcribo fielmente una conversación en el autobús el lunes pasado.

Articulista: — Oiga, caballero.

Señor: — ¿Es a mí?

Articulista: — Sí, es que estoy muy preocupado.

Señor: —¿Qué le ha ocurrido, hombre?

Articulista: — Pues que el otro día un periodista o profesor, o vaya usted a saber qué es, me llamó eurocéntrico.

Señor: — Tampoco es muy grave. Si supiera usted las cosas que a mí me llaman en mi trabajo…

Articulista: — ¿Pues en qué trabaja usted?

Señor: — Soy inspector del fisco.

Articulista: — ¡Caramba! ¡Vaya profesión!

Señor: — Sí, de todo tiene que haber en la finca del señor. Pero estábamos en que lo habían tildado de eurocéntrico.

Articulista: — Eso. ¡A mí, que en mi barrio tengo fama de cosmopolita!

Señor: — También hay cosmopolitas eurocéntricos. No se disguste tanto.

Articulista: — Depende lo que entienda usted por cosmopolita. Pero lo que me pregunto es que quiere decir el interfecto aquel por “eurocéntrico”. El diccionario explica que es quien tiende a considerar los valores culturales, sociales y políticos de tradición europea como modelos universales.

Señor: — Sera así.

Articulista: — ¿Pero qué país americano no considera esos valores como propios? Los fundamentos del derecho son romanos, la democracia es griega, la justicia social inglesa o alemana. Lo que llamamos literatura es, si no de origen greco-latino, sí al menos italiano.

Señor: — Es cierto, porque en la América precolombina había organización social, pero no igualdad. Eso me enseñaron en el bachillerato.

Articulista: — Y no creo que mi insultador quisiera volver a la sociedad precolombina. Además, negar el eurocentrismo históricamente significa negar, la literatura hispanoamericana, desde Rubén Darío hasta García Márquez o Consuelo Triviño, mi compañera en el periódico “Acento”. ¿Porque a qué llamamos Europa? ¿A Letonia, a Chequia, a Ucrania, a Rusia, o bien a Francia, Italia, Alemania o Inglaterra? ¿El intento de aclimatación del sistema soviético, con sus logros y sus errores, por Castro y el Ché, no era eurocéntrico?

Señor: — Yo creo que lo que aquella persona quiere decir es que usted miraba América desde España.

Articulista: — Puede ser. Pero conozco América del norte al sur, tengo una mujer americana, mi hija y mi nieto viven en América, mi padre conversaba en casa o en el café con escritores americanos de todas las tendencias estéticas e ideológicas, yo mismo… No le voy hacer una lista, pero creo que desde niño superé un máster en estudios americanos, con Respeto y Entendimiento como asignaturas.

Señor: — Cálmese, usted se enfrenta a la ignorancia como yo a la defraudación.

Articulista: — Eso es. Además, he puesto en duda por escrito que los valores, no sólo europeos, sino de lo que se llama Occidente, sean realmente universales. Por ejemplo, ¿el concepto que en América y en España tenemos de literatura, es válido para aplicarlo a los libros chinos? No estoy seguro.

Señor: — Tampoco se puede definir uniformemente la locura.  Y ya sabe usted que de poeta y de loco, todos tenemos un poco.

Articulista: — Dijo el pensador francés Michel Foucault que la locura depende de una consideración histórica e ideológica. De hecho, los regímenes totalitarios han recluido, no en la cárcel sino en manicomios, a disidentes porque “hay que estar loco para no darse cuenta de lo bueno que es este sistema político”.

Señor: — O para creer que cada generación empieza de cero.

Articulista: — Aunque de bebés usaran pañales franceses, leche en polvo suiza, galletas españolas y aparatos musicales alemanes.

Señor: — A ver si es que ese señor le acusaba de eurocentrismo por esconder algún complejo, o por echarle la culpa de sus fracasos a alguien lejano. La verdad es que no sé lo que querría decir con esa palabra. Pasa lo mismo con las declaraciones de hacienda, los signos  y los números ocultan lo que hay detrás.

Articulista: — Y, además, presumirá de latinoamericano, palabra francesa, difundida por los angloparlantes como término de desprecio.

Señor: —¡Qué cosas, demonio! Y ya que estamos, ¿me deja ver su declaración de ingresos y gastos, porque no me fío mucho de su labia?

Articulista: — ¡Qué casualidad! Me bajo en la próxima parada, ya mismo.

 

Jorge Urrutia en Acento.com.do

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