No todos los días ni todos los años ni todas las décadas, aparece un libro de poesía fundamental. Un libro que se levante desde el polvo, para decirlo en la palabra de otro poeta. Un libro que salga a defenderse solo, sin el lastre de las palabras ajenas, sin las alas prestadas del elogio simple.
Cada vez que me toca pensar unas palabras para anunciar un libro, viene a mi mente, el trabajo creador de otra disciplina artística. Pienso en la maravillosa Frida Kahlo (1907- 1954) en su trabajo creativo desde el dolor, derrumbando todos los augurios academicistas, y creando una obra imperecedera, si anclaje en la técnica, sino arraigada en el valor inconmensurable de contar lo humano como sentenciaba Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832).
La irrepetible Frida, vista con asombrosa clarividencia por Carlos Monsiváis (1938 –2010), es una de las grandes pintoras de todos los tiempos. Pero el mismo Monsiváis afirma: Frida desde el punto de vista de la técnica no es una gran pintora. Sobre todo, si la comparamos con su guía artístico y pareja sentimental, Diego Rivera (1886-1957).
Desde el punto de vista puramente academicista, Diego Rivera es el pintor mayor en esta pareja. Pero si de lo que se trata la pintura y por ende todo arte, de crear imágenes inolvidables, imágenes perdurables, si de lo que se trata es de crear una imagen o serie de imágenes que hagan del interlocutor un ser diferente y enriquecido después de haberla visto. Entonces como dice Monsiváis, la pintora irrepetible es Frida y no Diego. Todo esto viene a cuento, porque una gran parte de la poesía actual se ha fundamentado en el decir, en la musicalidad y en una suerte de acrobacia del lenguaje.
Pero la poesía que se levanta sobre estas bases corre el riesgo de que las garras de la lingüística la deje a un lado del camino. Que una simple traducción la vuelva sorda en la otra lengua a la que llega, o que los ortodoxos del canon poético desprecien sus modernismos a ultranza.
Tengo que volver de nuevo a Frida para explicar la maravillosa poesía de Miguel Ángel Odio. Este libro tiene las mismas bases sobre la que se levantan los libros comunes de poesías. Pero la creación consiste como dijo Roberto Juarroz (1925 -1995), en contar la historia de otra manera, con las palabras inéditas a las que el poeta le quita la herrumbre, la escoria, el ripio y el salitre, para que quede pulida y reluciente, como nadie la haya dicho antes. Este libro tiene un aporte significativo mayor, pues junto a la lengua que construye y levanta, crea con esas mismas palabras, las imágenes imperecederas que convierten un amasijo de vocablos, en un acontecimiento artístico, de la lengua, del pensar y del decir poético.
Unos breves trozos del corpus total del libro, tomados al azar como debe ser todo conjuro, revela el poeta que vive y trasiega en Miguel Ángel Odio:
Tiznadas de glamur
emergen las ratas por la urbe
suerte de horóscopo
abarrotado de preguntas
se hinchan los pies de la ciudad
perpetuo concierto de autos
/y heterogenias tribus,
la metálica trenza abre la boca.
al final del túnel que ahueca tus caderas
a veces me hundo, atado
a la banca que sostiene los siglos.
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Matador santigua su amuleto
toma la capota
y apagando las velas del camino
presagia la noche,
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Me lavo la boca
a los pies de la estatua,
que guarda en sus bolsillos
el cadáver andante de la rumba.
Miguel Ángel Odio, ha dado al mundo un gran libro, un libro grande desde el punto de vista del hecho físico-artístico (la forma) y desde el punto de vista de su contenido. Ninguna palabra podrá agregar ni quitar nada al valor intrínseco que posee. Estas palabras mías son una simple invitación a que como yo, entren a beber de las aguas íntimas de un gran poeta, de las aguas eternas de la buena poesía.