La primera vez que oí la palabra “voseo” fue, lo reconozco, ya muy tarde. No es que yo no hubiera nunca escuchado a hablantes de español que empleasen el “vos” en lugar del “tú”, pero no sabía que ese uso lingüístico se denominase “voseo”. Incluso recuerdo a un profesor francés que había aprendido el español en la Argentina y que voseaba. Me resultaba cómico oírle hablar con acento francés y usando esa forma peculiar: “Mi queridó amigó, vos sos muy generosó”.

El caso es que una de esas mañanas de luz maravillosa que ofrece el otoño madrileño, en la clase de lingüística impartida por uno de los grandes lingüistas hispánicos, don Rafael Lapesa, éste empezó a explicar en qué consistía gramaticalmente el voseo. Yo no comprendía nada. Por mucho que me estrujase la mollera, no entraba en mi cabeza que a Lapesa le interesase el boxeo, práctica violenta que dicen deportiva y que a mí me resulta éticamente inasumible. Le pregunté a mi compañero de mesa, quien luego sería un extraordinario y reconocido (y no suficientemente en su país, por aquello de profetizar en tierra propia), Francisco Marcos Marín: “Oye Paco, ¿a qué viene esto del boxeo?”. Mi compañero no se percató del profundo pozo que denunciaba mi pregunta y se limitó a decirme: “El uso de vos”. Entonces caí del guindo (y no del quinto, como decía una señora muy elegante que conocí).

Bastantes años después, en una reunión profesional celebrada en Rosario, a la orilla del Paraná, un miembro de la Academia Argentina inauguró con una conferencia en la que defendía que el argentino era un idioma diferente del español. Esa majadería ya en 1900 la había defendido (¿cómo no?) un francés agradecido que se ganaba las habichuelas (perdón, los porotos) ni más ni menos que en la Escuela Superior de Guerra de Buenos Aires, institución en más de una ocasión no precisamente modélica y fundada aquel mismo año. El francés se llamaba Lucien Abeille y no he llegado a saber si la Escuela Militar lo contrató por su manera de pensar o su manera de pensar influyó en la creación de la escuela. El señor Abeja (traduzco su nombre para mejor entendimiento) picaba en lo más alto. Defendía que la lengua y la nación marchan unidas e invertía el periclitado argumento romántico para decir, no que una lengua define una nación, sino que una nación justifica una lengua.

No busquemos en nuestras costumbres, en los modos de hablar ni en los comportamientos amorosos particularidades exclusivas.

El caso es que el conferenciante académico basaba la independencia lingüística en el voseo, que entendía particularidad puramente argentina. Olvidaba interesadamente, no sé si por parecerle que no tenía importancia o por un posible imperialismo futuro, que ese uso está extendido no solamente por la Argentina, sino también por zonas de México, Centroamérica, Venezuela, Colombia, Uruguay y Paraguay, incluso por algunos enclaves de Cuba. También callaba que ni siquiera el fenómeno está activo en todo su país.

Como yo era el único profesor español invitado a la reunión y los otros pertenecían a los demás países americanos, todos me miraron, como si los españoles fuéramos los propietarios del idioma o como si aquello significase una agresión al ser nacional de España, y me solicitaron que interviniese.

Aparentemente no se había visto en gesta parecida don Quijote. En fin, subíme al estrado, que no en Rocinante, y reconocí incluso la particular belleza, no del boxeo, sino del voseo, uso lingüístico aún vigente en algunas zonas de España en el siglo XIX y no raro en el teatro renacentista. Comenté que a nadie en su buen juicio, y menos a Monsieur Abeille, se le hubiera ocurrido defender que la lengua hablada en Québec, pese a sus arcaísmos, no fuera francés. Y concluí que lo difícil era hacer como mi madre, mujer de la campiña de Cádiz, que conversaba con su familia de “ustedes vosotros”, porque siempre cabe la duda de cómo conjugar el verbo a continuación: ¿”Ustedes vosotros vienen” o “Ustedes vosotros venís”? Al lado de este uso, el voseo es, para un lingüista y para un hablante, un juego de niños.

No busquemos en nuestras costumbres, en los modos de hablar ni en los comportamientos amorosos particularidades exclusivas. El mundo, como diría Ciro Alegría, es ancho y ajeno. Dejémoslo en su anchura y procuremos compartirlo. Con este ánimo regreso de vacaciones. Vosotros ustedes deciden (¿o decidís?).

Jorge Urrutia en Acento.com.do

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