Cada época, es dueña de sus ritos literarios y de sus representaciones simbólicas. Ya sea a través de la pintura, el cine, la música o la literatura. En tal sentido, nadie puede negar el impacto que tuvieron en el mundo la novela rusa y la novela francesa del siglo XIX; así sea, la norteamericana, y la nueva novela latinoamericana de principio y mediados del siglo XX. De paso, esos hitos literarios crearon en la imaginación de los lectores, millones de fantasías y maneras específicas de mirar la realidad. Me refiero a las diversas categorías del juego literario, impulsado por un acabado plan teórico de propuestas estéticas, nunca vistas por los lectores y la crítica internacional. En ese orden dinámico, durante más de cincuenta años el rostro de la novela latinoamericana no solo cambió de color, sino   que creó una vinculación directa con las almas de los lectores, con sus vibraciones y afinidades más profundas.

Eso significa que la novela evolucionó de manera vigorosa en la creación de nuevas estructuras narrativas y nuevos espacios reflexivos, fenómeno que al mismo tiempo representó una inesperada revolución cultural, en cuanto que registraba a ciencia cierta la existencia de un público lector. Así sea en el encuentro con el mito, con la historia y con los cambios y comportamientos sociológicos. Aunque la novela no haya sido el género por excelencia de América Latina como lo fueron en su tiempo la poesía y el ensayo. Desde la aparición del Periquillo Sarniento a principios del siglo XIX, nuestra novelística ha sabido adaptarse a los cambios y sobreponerse a los avatares que requiere el oficio. De ahí que ha sido innegable su valor prospectivo para establecer un punto de contacto con el arte y su tendencia a desafiar el tiempo. En ese sentido, se puede llegar a pensar que la novela latinoamericana, ha sido en cierta medida, la novela esencial sobre todo, por el peso específico y la significación de sus historias.

Julio Cortázar con José Lezama Lima.

Sin embargo, la evolución de la novela no es una obra del azar, mejor se puede ver como una imposición del tiempo, pues la historia latinoamericana ha sido dinámica en cuanto a su condición fractal. En cuanto a su versión contestataria, es también el escenario de ideas e inquietudes valiosas como fuerzas enfrentadas en permanente choque.

¿Cuál ha sido el interés de nuestros novelistas en tratar de indagar en el interior de la historia? La novela no solo es el reflejo de las pasiones de los hombres y su deseo de ampliar el horizonte mental, sino también un espejo que retrata los recovecos de nuestra cultura. Para nuestros novelistas, el tema de la historia latinoamericana, desde siempre, ha estado ligado a una dimensión épica muy particular y a matices de heroísmo colectivo, que en cierta medida ha significado parte de los aportes de los escritores en cualificar nuestra historia literaria y nuestra novela como tal.

Así que la dimensión épica de la novela se convirtió desde luego en caldo de cultivo de una definida y valorada estética narrativa. Vista desde varias perspectivas la novela es una forma valiosa de contemplar la realidad a partir de la visión naturalista de la cultura, hasta la visión materialista y espiritual del hombre   latinoamericano como tal. De ahí que la visión política del novelista de nuestras latitudes haya estado encaminada a poner en nuestras manos los componentes mitológicos e históricos y los variados psicologismos del hombre latinoamericano, desde el esclavo africano enclavado en las grandes plantaciones y haciendas, hasta el indio ubicado en las grandes mesetas y llanuras.

Enfrentar al hombre con sus mitos y leyendas más cercanas y hacer que este reflexionara frente al pasado fue uno de sus principales aciertos y “explica que se haya impuesto un modelo –el de la novela como espejo de la realidad”.

Si vemos con detalle el porvenir de la novela, nos podemos situar de manera específica en su marcada evolución: Primero en su versión antropológica de la cultura, cuyos relatos canónicos del pasado sentaron las bases y pusieron en marcha un programa autóctono de secuencia narrativa sobre los primeros hombres del continente, los que a la postre fueron aplazados por la fuerza imperial. Segundo, como resultado de las demandas y necesidades sociales nos encontramos con la novela regionalista a partir de la época de los años treinta. En su condición contestataria y realista, la novela regionalista plantea varias vertientes a saber: El desafío del hombre frente a la naturaleza, con sus grandes selvas, ríos y planicies, sobre todo, la capacidad de ver este desafío como condición espiritual de sus vidas y como condición estética.

Mitificar la naturaleza americana representó para el hombre la imperiosa necesidad de explorar geográficamente el entorno selvático frente a los grandes ríos y una forma  muy particular de relatar  el mundo vivido, diferente a como la planteó en un principio, el criollismo.

Juan Carlos Onetti, 1909- 1994.

Sin embargo, el regionalismo fue un poco más allá y desafió la condición localista del hombre criollo y es ahí precisamente donde comienza a gestarse una dimensión épica que le dio a la novela ribetes identitarios. Pues arriesgarse a desafiar las grandes selvas, las aguas de los grandes ríos y decidirse a vivir en sus orillas, cercano a sus cauces, representó para el hombre un sentido espiritualista de su condición como tal, cuando se dio cuenta de que esa bravura de la naturaleza constituía un reto importante.

Talvez no podemos presentar esa novela como grandes realizaciones artísticas en virtud de que no fueron obras maestras, pero sí como un modelo sui generi en cuanto a la condición prospectiva del hombre dispuesto a sobreponerse ante los avatares de la selva americana.

Años después de recién iniciada la década del sesenta, ya la novela dejó de reflejar las preocupaciones del hombre frente a la naturaleza y este se concentró en los problemas políticos y económicos que generó el éxodo masivo de las poblaciones hacia las grandes ciudades de América. Quedaron atrás los escenarios telúricos de la selva y los temas se concentraron alrededor de las preocupaciones filosóficas y vivenciales del hombre moderno. Esa evolución generó en nuestros novelistas, un pensamiento acorde con la época, al ser habitadas las grandes capitales como el D.F., Lima, Rio de Janeiro y Buenos Aires, producto del crecimiento poblacional.

Este hecho sociológico cambió de manera drástica el panorama y estuvo emparentado con el progreso que reflejaron los procesos científicos técnicos producto del desarrollo material en estas ciudades. Diríamos, que en alguna medida, esta evolución de la novela estuvo cercana a cierto academicismo. Vino con las ideas y los cambios que influenciaron el  arte  en todo el mundo, específicamente, las manifestaciones vanguardistas provenientes de Europa, pues los intelectuales y escritores de la época tenían sus ojos puestos hacia allá, específicamente en Francia y los latinoamericanos no estuvieron al margen de estos movimientos tan importantes para el desarrollo del arte en el siglo XX.

Pues no es un secreto que los grandes temas filosóficos de la época comenzaron a gestarse en los   enclaves y foros donde se discutían y se ponían en práctica las ideas nodales del arte nouveau y de la cultura universal, hecho que tuvo una influencia muy marcada en nuestros escritores e intelectuales. De ahí que las expectativas generadas para tratar de renovar un arte, que en Europa se veía con cierta ojeriza, fueron estruendosas. Así llegaron a las manos de los lectores de todo el mundo, grandes novelas como El túnel de Ernesto Sábato, El reino de este mundo, de Alejo Carpentier, La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares, La región más transparente de Carlos Fuentes, Pedro Páramo de Juan Rulfo, Los sueños del porvenir de Elena Garro.

Alejo Carpentier.

Entonces la novela se convirtió, a partir de este momento en algo muy esencial: En una fuente de conocimiento que renovó las ideas estéticas y  abrió  la oportunidad de múltiples debates y sentidos, sobre la nueva visión del arte, en virtud de que el hombre latinoamericano no se había enfrentado a este tipo de desafíos estéticos,  cuyas tramas involucraran también la vida de los lectores como sucede con Juan Pablo Castel, personaje central de la novela de Sábato.

Ese mundo de la ficción, que desde el principio se confundió con lo real fue precisamente lo que le dio a la novela un sello característico y esencial, que a la postre dimensionó sus fronteras y “creó un sistema de relaciones internas que al promover las convenciones del tiempo y el espacio forjó un criterio de verosimilitud” nunca antes alcanzado por nuestros novelistas.

A partir de ahí, hubo una esperada emancipación, y la novela latinoamericana comenzó a verse en el mundo como lo que es: La utopía de lo nuevo. Una propuesta estética de grandes valores humanos en la que se inauguró una nueva corriente de pensamiento al enfrentar la historia con los relatos canónicos del pasado remoto, junto a los mitos antiguos y cotidianos del presente continuo. Esa dicotomía, tiempo-espacio y mito abrió las puertas al nacimiento de nuevos relatos, –especie de art nouveau de la novela– aquellos que inauguraron Gabriel García Márquez Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, José Donoso y Julio Cortázar. Enfrentar al hombre con sus mitos y leyendas más cercanas y hacer que este reflexionara frente al pasado fue uno de sus principales aciertos y “explica que se haya impuesto un modelo –el de la novela como espejo de la realidad”.

¿Quién iba a imaginar que en Borges los laberintos serían representaciones simbólicas y metafísicas de las interioridades humanas? Que en Julio Cortázar, lo fantástico sería una forma geométrica y exacta de ver la vida dentro del marco de toda lógica posible. Nadie pensó que en Vargas Llosa el mundo subjetivo, aparentemente imaginario, se confundiría con los planos narrativos entre el tiempo y el espacio, entre la realidad y la ficción. Que en García Márquez, el mito sería la estratagema de una prehistoria antropológica nunca acabada, cuyo motor funciona de acuerdo con un torrente de la imaginación y de la memoria colectiva latinoamericanas. Que en Carlos Fuentes los mitos históricos son la palanca que impulsaría retrospectivamente el tiempo histórico, para descubrir el origen de nuestras raíces culturales.

Eugenio Camacho en Acento.com.do