El Archivo General de la Nación acaba de concluir la Novena Feria del Libro de Historia Dominicana, con el tema de Historia local y de pueblos y comunidades. Dentro de las actividades que se prolongaron durante una semana, el jueves 27 de octubre se celebró un panel sobre el tema, en el que participé junto a Frank Moya Pons y Edwin Espinal. Lo que sigue es la ponencia que presenté en la ocasión.
Como género académico, la historia local es reciente. Ha formado parte de la proliferación de campos de la investigación a partir principalmente de las innovaciones que introdujo la escuela francesa de los Annales (cuyo inicio se data en 1929), desde la noción de historia social, contrapuesta a la historia narrativa y política. Aunque, ciertamente, había precedentes, en particular desde los replanteamientos metodológicos de Henri Berr, dos décadas antes, solo a partir de entonces se fueron redactando estudios en varios países europeos. Originalmente esta innovación se conectó con la incorporación de lo geográfico en la síntesis histórica, resultado del encuentro con una geografía centrada en la relación del ser humano con el territorio.
Se deriva que se ha entendido lo local por oposición al esquema de la síntesis centrada en la política de alcance nacional y el protagonismo en ella de personalidades sobresalientes. En otras palabras, se persiguen otros enfoques relacionados con esferas alternativas de la historicidad. Este giro se acentuó en la segunda generación de los Annales, con la reconstrucción que hizo Fernand Braudel del proceso histórico de la cuenca del Mediterráneo durante la segunda mitad del siglo XVI: La Méditerranée et le monde méditerranéen à l´époque de Phillipe II (1949). Si bien la mayor contribución teórica de esta obra estribó en la problematización del tiempo, con tres ritmos, el primero el de la larga duración, “casi estático”, que remite al medioambiente y, por tanto, abre la perspectiva para la consideración de lo local en torno a la unidad de la cuenca mediterránea.
Así pues, lo local coincide con una perspectiva espacial abarcadora y, sobre todo, con la síntesis social, dirigida a lo que Pierre Vilar cataloga como “hechos de masa” o “historia total”, categoría esta última que acompañó la escuela de los Annales para referirse a lo “social”, nivel de síntesis que tipificó todo el tiempo la corriente historiográfica a pesar de los malentendidos que conllevó. Vilar fue otro prominente protagonista de la segunda generación de los Annales, con más claridad centrado en lo espacial-regional en su monumental Catalogne dans l´Espagne moderne (1962), con lo cual aportó otro peldaño en la sistematización de categorías y problemas de esta rama de la investigación.
En Francia este giro se fue ampliando hasta desembocar en la llamada Nouvelle Histoire, si bien contentiva de propuestas de utilidad metodológica más discutibles. Para solo dar una referencia, Emmanuel Le Roy Ladurie, figura emblemática de la historiografía francesa en las décadas finales del siglo XX, en su primera etapa, con Les paysans de Languedoc (1966), focalizó su interés en el campesinado en una región, y siguió esa óptica cuando varió de concepciones, alrededor de la noción de microhistoria, en Montaillou, village occitain (1975). En la primera obra traza un panorama social de largo plazo del mundo agrario en esa región del sur de Francia, mientras en la segunda se enfoca en individuos y subjetividades vinculadas a planos íntimos. Al margen de valoraciones de la evolución, se muestran las posibilidades de lo que él denomina microhistoria, que cubre planos diversos y reducidos que lo local. El mismo autor mantuvo sus búsquedas en sendos estudios sobre las regiones de Francia, donde recompuso de nuevo la síntesis hacia aspectos más inclusivos que trascienden la microhistoria: Histoire de la France des régions (2001) y Histoire de France des régions: la périphérie française, des origines à nos jours (2005). Los dos últimos títulos revelan un programa de superación de marcos de la historia francesa anclada en París y sus instancias administrativas y culturales o el protagonismo de los sectores sociales y políticos.
A partir de la proliferación de estudios históricos bajo el prisma de lo local, procedo a introducir algunas propuestas.
Lo local alude, en primer término, a un recorte territorial variable, como pueden ser zonas geográficas determinadas por la orografía, unidades administrativas (departamentos, provincias, municipios, localidades, barriadas, secciones y parajes) o regiones históricas. Dependiendo del tratamiento, la definición de la unidad territorial puede o no correlacionarse con otras unidades. De la misma manera, puede atravesar a varios países o englobarlos en relación con otros. Pero lo local es variable, no inmutable o unívoco, pues depende tanto de circunstancias objetivas cambiantes, del despliegue de subjetividades colectivas y de los enfoques que apliquen los historiadores en sus síntesis. En resumen, lo local no constituye una categoría absoluta.
Pero, en cualquier alcance de síntesis que se emplee, lo local se deslinda por definición de la historia tradicional política construida alrededor de las acciones de la autoridad central, bajo la premisa de privilegiar los llamados “hechos históricos” en una secuencia narrativa lineal.
Ante todo, el ángulo de lo local permite la aproximación a detalles forzosamente omitidos por las síntesis generales. En tal sentido, se dirige en parte la homología que efectúa Le Roy Ladurie entre lo local y la microhistoria, como lo lleva a cabo en la segunda obra citada. Ahora bien, la historia local no se reduce a lo micro, puesto que también aspira a una interpretación global del espacio estudiado. Más aún, cabe insistir en el requisito metodológico de que el espacio local, sea cual sea su alcance, se conecte con generalidades que lo trascienden, en particular las de alcance nacional e internacional. De otra manera, corre el riesgo de quedar como una sumatoria de informaciones, que pueden contener un valor pero que no apuntan a una intelección razonada de ese recorte espacial y temporal.
Aunque se observe el requisito de la conexión de lo local con planos más amplios, lo cierto es que, como campo especializado de síntesis, permite el examen en detalle de procesos que no se incluyen en las elaboraciones de alcances más amplios. Lo que puede ser general en otro enfoque más amplio adquiere una connotación particular. En tal sentido, lo relevante para el tratamiento de lo local radica en la definición deliberada de detalles comprensivos de un espacio determinado en su historicidad particular. En el mismo orden, las regiones no son estáticas, puesto que dependen de la articulación en el tiempo de un conjunto de factores demográficos, económicos, administrativos, culturales y de otros géneros.
En rigor, la conexión de lo local con lo general abre la puerta a mayores grados de comprensión de esto último, pues implica el estudio a profundidad de estructuras y coyunturas que han impactado o caracterizado escalas amplias. Así, por ejemplo, el estudio de la vida rural en El Seibo en el siglo XVIII, a partir de los documentos del archivo municipal de esa localidad, recopilados y publicados por el Archivo General de la Nación, permite considerar explicaciones más sofisticadas de fenómenos presentes en todo el país, como la ganadería extensiva, el sistema de terrenos comuneros, la esclavitud patriarcal, las relaciones familiares y tantos otros procesos estructurales. En otros procesos y delimitaciones estatales lo mismo es aplicable para componentes de primer orden de la historia nacional, como el desarrollo del campesinado mercantil en la producción del tabaco sobre la base del examen de los protocolos notariales relativos a secciones de los alrededores de Santiago o la industria azucarera, en fuentes similares para San Pedro de Macorís. Claro está: el estudio de lo particular devela amplitud de fenómenos múltiples en sus interdependencias.
Algo similar se plantea sobre los movimientos sociales o cualesquiera otras manifestaciones de la acción social o de los colectivos humanos en sus dinámicas. El sindicalismo clásico en el país, por ejemplo, se comprendería mejor en San Pedro de Macorís o La Romana que en Santo Domingo, aunque es de rigor que abarque a esta y otras circunscripciones. Por igual, los movimientos de protesta territorial pueden comprenderse mejor mediante la focalizarse en barriadas del norte de Santo Domingo o poblaciones como Navarrete o Licey.
En todos estos posibles ejemplos lo local no se identifica con lo micro, aunque al mismo tiempo uno puede abrir las puertas al otro. Ahora bien, con independencia de lo que se conceptualice como microhistoria, el enfoque en lo local permite la captación de singularidades cuyo valor ha de trascender el caso particular. Con tal precaución, se profundiza en torno a lo específico o único, un medio de acercamiento a una historia viva, que da cuerpo a las generalizaciones, la exigencia de Marc Bloch, fundador de los Annales, en Apologie pour l´histoire ou métier d´historien (1941, publicado en 1949) de que la investigación opere como el ogro cuando experimenta el olor de la carne. En otros términos, el conocimiento de lo local abre las puertas a una aproximación de lo concreto para contribuir a perfilar lo que Karel Kosik, en Dialéctica de lo concreto (1963), denominó totalidad concreta, una abstracción resultante de la integración de múltiples determinaciones.
En la labor de investigación, la historia local exige la utilización de fuentes no presentes en síntesis más amplias, delimitadas estas últimas a las que arrojan elementos de juicio para la globalidad. La aproximación a lo local obliga a que las explicaciones de su reproducción se amparen en fuentes en principio de alcances restringidos, pero que en verdad permiten profundizar en torno a planos no contemplados en síntesis generales y que dan cuenta de una intelección más profunda. Entre las fuentes posibles para estas investigaciones se hallan las correspondencias familiares y otros papeles personales, las actas de las instituciones locales, títulos de propiedad, protocolos notariales, informes a las autoridades centrales…
Sin importar las variantes, el establecimiento de lo particular en torno a lo local permite un acercamiento susceptible de ofrecer una intelección más profunda de situaciones, estructuras, instituciones, personas individuales, procesos o acciones sociales. Se crea una premisa para una relación dialogante entre el sujeto con el objeto de la investigación. El investigador se encuentra en mejor posición para nutrirse deliberadamente de las miradas de los protagonistas de la historia, en concordancia con la exigencia arriba enunciada de Bloch.
A su vez, tal relación subjetiva (no excluyente, por supuesto, del examen objetivo, siempre el fundamental) facilita una pragmática de la investigación para contribuir a la toma de conciencia histórica de colectivos humanos. En su cotidianidad, la generalidad de las personas no piensa en términos históricos. La forja de las identidades se produce mayormente alrededor de procesos vividos o tradiciones heredadas in situ, aunque incidan fuera de duda mensajes de los medios de comunicación o de la educación formal en el mundo moderno.
Comúnmente existe un hiato entre la investigación histórica y la acción social. Si hay un terreno en que esto puede encontrar vías adecuadas de solución es en la contribución a la educación. Algo de tanta vigencia ratifica el privilegio que debería encontrar la indagación en torno a lo local. Está suficientemente establecido que, en términos pedagógicos, el interés se suscita a partir de la conexión del sujeto con su medio como vía para desarrollar su participación.
Entre los dominicanos conviene trazar balances sobre la abundante literatura ya existente de historia local, como los títulos expuestos en esta Novena feria del libro de historia dominicana. Esto debiera ser un requisito para la definición de un programa de desarrollo de estudios futuros.