Alejandro González Luna

Hay quienes tratan de ser poetas, y no pueden. Hay quienes no pueden dejar de ser poetas aunque lo traten. Plinio Chahín es uno de ellos. El rastro lírico de su mirada lo delata: en él habita esa fuerza oculta que nadie sabe nombrar, pero que se revela con complicidad en cada uno de sus logros y en cada uno de sus desvaríos. “La poesía es un riesgo, un límite”, dice, con la convicción de alguien que la ha vivido con su propia carne, que sabe que los poetas de a de veras lo son porque ni pueden ser de otra manera.

 

En el papel, el autor de “Consumación de la carne”, “Hechizos de la hybris”, “Sin Remedio”, “Ragazza incógnita”, “Efímero”,  entre otras,  ha descubierto que cuando se escribe o se lee poesía, cada palabra es un puente al borde del abismo. Fue en ese andar sublime y peligroso que lo encontré para esta entrevista: con la cabeza hundida en uno de los cuatro libros que reposaban sobre esa butaca solitaria y descompuesta del aula 111 de la Facultad de Humanidades de la UASD, donde imparte clases, y donde me esperaba consumado quizá en algún poema interminable.

 

Ese deambular errático por los caminos de la poesía, ¿ha valido la pena?

 

Sí, porque es una aventura y un riesgo que uno asume a sabiendas de que nadie le va a hacer caso, pero que de alguna manera es una redención; aunque a veces también puede ser un desgarramiento del propio ser, de la vida de uno, porque puede llegar a convertirse en una pasión obsesiva que casi nadie entiende.

 

 

Y sin embargo, hay quienes se han atrevido a afirmar que la poesía ha muerto.

 

Siempre se ha dicho. Para Mallarmé, la poesía era la totalidad, el universo, el mundo, sin embargo, para Platón la poesía siempre tenía que estar fuera de la sociedad, por lo tanto, tenía que estar muerta. Los franceses -Barthes, Foucault-, todos tenían una frase especial para decir que la era de la poesía había terminado, que el hombre o el escritor habían muerto; pero eso significaba que había empezado una nueva forma de sentir, de percibir y de trabajar el mundo y su realidad fenoménica. Creo que la poesía siempre muere, pero de manera dialéctica, para transformarse en una nueva forma de expresión. Un nuevo universo, una nueva visión.

 

¿Es en ese punto donde nos hallamos actualmente?

 

Sí, pienso que sí. Hay transformaciones encaminadas a adaptarse al espíritu de la época. Aunque  la poesía es siempre una rebeldía contra los hábitos, costumbres y valores establecidos

 

¿Qué le depara entonces el futuro al poeta y a la poesía?

 

El poeta está perdido, siempre lo ha estado. En cuanto a la poesía, siento que su porvenir está en ella misma, es decir, en los lectores que tiene, que son muchos; eso, que, paradójicamente,  Juan Ramón Jiménez llamó la “inmensa minoría”: son muchos porque son arriesgados, cómplices y atrevidos en una sociedad donde se le niega el valor a la sensibilidad que tiene para el espíritu y para la vida misma el acto de escribir. 

¿El “poeta maldito” es una especie extinguida hoy día?

Creo que existen, no muchos pero sí existen aún poetas que asumen la poesía como un acto vital; poetas errantes, rebeldes, insurrectos contra el orden establecido.

 

¿Es usted uno de ellos?

 

Yo, no (risas). Soy un poeta escéptico por necesidad, esencialmente escéptico, porque veo con optimismo las perspectivas insumisas de la poesía.

 

¿Debe la biografía del poeta justificar su obra?

 

No. La biografía es un accidente. La biografía es el imaginario que crea el poeta para poder escribir su obra. Los poetas no tienen biografía, como ha dicho Octavio Paz.  La biografía de un poeta son sus  obras. Fernando Pessoa dijo:” No tengo ambiciones ni deseos. Ser poeta no es una ambición mía. Es mi manera de estar solo.”

 

¿Por qué, a diferencia de lo que ocurre en otros países de la región, los escritores locales no han asumido por lo general una actitud crítica hacia la realidad política y social que les rodea?

 

Aquí se ha asumido de manera diferente. Los poetas que han abordado esas temáticas cotidianas no han sabido transformar los elementos políticos de complot, de conspiración, en figuras imaginativas, en puntos fantásticos, fantasmagóricos que enriquezcan lo político y lo real, sino que ha pasado lo contrario: lo real se ha tragado lo imaginario. Nuestra época, al revés de las eras imaginarias, se ha especializado en neutralizar el valor específico de la imagen, anulándola con algún relato o epígrafe que la explique o sitúe..

 

¿Debe estar el escritor comprometido con la realidad social?

 

El escritor no tiene más que el compromiso que asume con la palabra, con su obra, y el de arriesgar su vida por ella. Tú dirás, el poeta escribe dentro de un contexto social, claro, pero lo que tiene que hacer es superar verbalmente ese contexto. Porque es que antes el poeta era un vocero, pero creo que ya ha perdido la autoridad para hablar como la voz de la tribu, de la comunidad, porque esta nueva “Era de la información”, de la banalización, lo que ha hecho es desplazar al poeta, que antaño estaba relegado a un segundo plano, al olvido total. Ahora se constituye en un ser humano  sin contexto. De cara a un futuro sin plazo, donde la Inteligencia Artificial desvirtúa la percepción hacia un entorno sin sensibilidad, ni metas claras sobre el destino del hombre.

 

¿Cómo luce el panorama de la poesía dominicana?

 

Bien, en el sentido que hay poetas de nuevo registro trabajando las nuevas problemáticas que vive el hombre, el ser, la imagen y su entorno. Sin embargo hace falta una política cultural de lo  sensible hacia el fenómeno del arte, visual y literario, que transforme el imaginario poético dominicano.

 

¿Cuáles escritores que han marcado tu carrera?

 

He tenido encuentros fabulosos y siempre peligrosos con poetas como Perse, Rilke, Whitman, Wallece Stevens, Alejandra Pizarnik, Silvia Plath, Sachs, Olga Orozco, Vallejo, Octavio Paz, T.S. Eliot, Borges. También con los simbolistas franceses: Valéry, Mallarme y los considerados malditos:  Baudelaire y Rimbaud , entre otros poetas de tono bajo que han sido muy determinante para mí en algún momento, como Roberto Juarroz y Blanca Varela.

 

Un poeta esencial del siglo XX.

 

Rainer Maria Rilke. Y Eliot. Pero Perse sobre todo, es una poesía que siempre he querido escribir.

 

 

Y de siempre.

 

Stephen Mallarmé o Paul Valéry. Ambos por la pureza inteligente de construir un poema a partir de la nada, y hacer de la nada su temática principal. Y por vivir la poesía como una pasión descarriada que nunca concluyó.

 

¿Te atreverías a definir la poesía?

 

La poesía es el poema esencial de la poesía, es la esencia del poema que es la poesía que desborda la imaginación: es decir, en otras palabras, si la poesía tuviese un nombre desaparece, nada más. No se puede definir.