En el presente artículo quiero mostrar que el pluralismo es una forma de debilitar la violencia en las sociedades que tienen aspiraciones en fortalecer la democracia. En la actualidad, esta problemática ha cobrado vigencia y mayor fundamentación, que por su parte argumenta la necesidad de defender el pluralismo interpretativo, de cara a las diferencias culturales que vienen desarrollándose en las sociedades posmodernas. Nuestro punto de vista lo acoge desde una ética que contribuya al diálogo y a la convivencia, respetando y reconociendo los derechos del otro.
Para argumentar en favor de esta postura la tesis que defendemos puede ser resumida como sigue: el pluralismo tiende aligerar la realidad, en el sentido de que “debilita” cualquier pretensión de objetividad e imposición de unos valores –éticos, políticos, sociales- que intentan presionar a un individuo o grupo para que acepten, sin más, una creencia, condición o “hecho”. En un mundo donde existen diferentes opciones racionales, ya no es necesario instaurar un único valor fundante y menos aún, un único principio de la realidad que sirva como norma de conducta.
Pero cuidado. Esto no quiere decir que no haya criterios para establecer parámetros que pueden orientar a la racionalidad, así como a las interpretaciones y toma de decisiones favorables al bien común. Por esta razón, entendemos que, si la noción de pluralismo no quiere perderse en una nebulosa relativista, debe ayudar a entender o fortalecer la praxis referente a la solidaridad. Proponiéndose, además, como una ética que gestiona y procura una sociedad del respeto o como le llama Margalit una sociedad decente.
En adición a esto, el pluralismo se puede entender como una ontología que ofrece una comprensión más rica, y quizás compleja, de la realidad y las culturas a propósito de la confusión generada por la cantidad de información que circula en nuestros medios. En efecto, una de las características de la sociedad posmoderna es que está gobernada por el régimen de los medios de comunicación masivos y por ese despliegue caótico de esa misma información que son manipuladas desde agencias interesadas.
Todo esto pone en evidencia que estamos ante una multiplicidad muy cambiante, confusa e inestable. Pero ¿de qué forma esto influye positivamente en nosotros? A decir verdad, esta nueva condición puede ser revertida para alcanzar una mayor libertad, ya que facilita proponer modos de vida, opiniones y estilos distintos. Lo que ha ocurrido es una “dilatación” del propio mercado de la información, posibilitando a otras culturas expresar sus juicios de valores.
Por ejemplo, la Internet y sus espacios virtuales como las Web y los Blogs, así también las distintas redes sociales, se han convertido en lugares comunes para que minorías y diferencias salgan del anonimato al que la cultura hegemónica las había tenido sometidas y a veces confinadas. Estos medios se convierten en un espacio idóneo que permite escuchar otras voces u otras alternativas. Sin embargo, algo paradójico también ocurre: este boom ocasiona un “choque” entre culturas y cosmovisiones. Es decir, crea conflictos entre valores y los mismos modos de vida que son expuestos. Es, por tanto, una “lucha social” que pone en entre dicho programas tradicionales de defensa nacional y territorial.
El pluralismo que defendemos tiene que verse como petición a la participación. O sea, se convierte en una exigencia política y jurídica. Que además exige la demanda de reconocimiento cultural y social, en términos de justicia hermenéutica. Lo que llevaría, incluso, fundar nuevos marcos de eticidad para la existencia y trato con el otro diferente.
Con todo esto decimos que lejos de encontrarnos en una “sociedad transparente”, de la disolución del conflicto y la plena convivencia sin amenazas, esta situación plural que impone las nuevas tecnologías de la información ha convertido nuestras sociedades en “sociedades contaminadas”, en el sentido positivo de la palabra. Esto es, se ha desplegado la pluralidad de valores frente al ideal de homogeneidad cultural.
Dicha “contaminación” cultural, desempeña una función muy específica: de la mezcla, de los contenidos de las tradiciones; la de fusionar estilos, la de inaugurar una nueva forma de percepción del mundo. Pero, sobre todo, la de llevar a cabo la lucha por el reconocimiento de nuestras interpretaciones o decisiones, siempre y cuando se encuentren el marco de una razonabilidad que respete las condiciones previamente acordadas que opera bajo la voluntad de realizar la justicia hermenéutica.