“Mis imágenes son metáforas de una sociedad que se niega a crecer y no asume sus responsabilidades. El espectador decide de acuerdo con sus referentes. Mi responsabilidad como artista es hacer que el espectador que ve la obra, vuelva a ver. Que vea de nuevo esa cotidianidad que de tanto tenerla en frente se le ha hecho invisible.”

Jorge Pineda, 1961-2023

 

El escándalo generado por la instalación de Jorge Pineda en la Bienal Nacional de Artes Visuales no solo da vergüenza ajena sino que nos debe avergonzar como país. Tiemblo de pensar que la prensa internacional esté reseñando el ridículo desfile de comentarios y denuncias de los últimos días, que sin duda consolidan nuestra reputación como el país peor educado de Latinoamérica y entre los peor educados del mundo, como nos confirma el último PISA. ¿Cómo es posible, se preguntarán quienes lean esas reseñas, que en la nación con la tasa más alta de embarazo adolescente de la región, donde el Ministerio de Educación (sub)registró 1,422 estudiantes embarazadas en el último año escolar, hayan armado tal alharaca por una obra de arte cuyo propósito es obviamente denunciar esta realidad terrible, que afecta a una de cada cinco adolescentes dominicanas?

Lo peor del caso es que no son los ninis semianalfabetos de los barrios pobres los que ven la mano tenebrosa de la ONU y las élites globalistas detrás de esta “siniestra” obra, sino bachilleres y licenciados, líderes políticos y religiosos, y hasta diputados al Congreso Nacional. El hecho de que muchos de ellos sean miembros del fan club de admiradores de Trump, Vox y Milei (y ahora también de Rubiales) nos da una idea de su defectuosa percepción de la realidad, eso sí. Y no dudo que muchos simplemente anden buscando notoriedad y likes, así como más público para sus podcasts y sus intervenciones en Alofoke, cuando en realidad no se creen el cuento de que la obra de Pineda busca incentivar el embarazo adolescente y convencer a las niñas que embarazarse está de moda. Pero aún así, y a pesar de la mucha gente pensante que los ha enfrentado en las redes -a veces con comentarios de antología-, el escándalo de estos días nos obliga a mirar bien el estado de nuestra educación superior y la tendencia actual del extremismo político en el país.

 

Como docente universitaria de varias décadas conozco de primera mano cómo el progresivo deterioro de la educación básica y secundaria condujo a la devaluación paralela de la educación superior -fenómeno al que también contribuyen otros factores, como la deficiente fiscalización estatal de las docenas de universidades que operan en el país como negocios privados con fines de lucro-. Durante mis años de docente vi aumentar enormemente el número de bachilleres -y hasta de universitarios- que se graduaban sin haber leído nunca un libro que no fuera de texto; estudiantes que jamás cursaron una asignatura de Humanidades, porque eso no tiene ningún valor de mercado, y que en muchos casos nunca han pisado un museo o una sala de arte. Con razón son incapaces de interpretar la instalación de Pineda, a pesar de su obviedad. A juzgar por las barbaridades que escriben en las redes, no entienden ni su obra sobre embarazo adolescente ni la pintura con que denuncia la explotación de los niños por buscones y empresarios del béisbol, que ellos insisten en denunciar como una promoción de la pedofilia. No me sorprendería que muchos de los indignados por nuestro gran artista piensen que La Mona Lisa es un meme, y si alguna vez llegan a ver Las Tres Gracias de Rubens la consideren una obra pornográfica (además de fea, con esas gordas llenas de celulitis!).

 

El alboroto con la Bienal también remite al crecimiento cada vez más peligroso de la ultraderecha conspiranoica en el país, obsesionada con la Agenda 2030 -que probablemente muchos de sus seguidores no han leído- y con las élites globalistas que supuestamente buscan dominar el mundo. Aquí debemos diferenciar la ultraderecha tradicional de la ultraderecha conspiranoica, a pesar de que sus adeptos en muchos casos se solapan -como en el caso de un conocido diputado de ultraderecha que anda reposteando un meme en el que un notorio antisemita acusa a Hollywood de ser “una guarida de parásitos que se divierten con la sangre de niños”.

 

Podemos caracterizar a la ultraderecha tradicional en base a sus principales cucos: Haití y su siempre inminente fusión con la RD; el aborto por causales, que no es más que la antesala del derecho a abortar hasta el momento mismo del nacimiento; los LGBT, degenerados y pedófilos todos que, al igual que las feministas, lo que buscan es destruir la “familia natural”; y el “socialismo”, que incluye todo lo que no sea fundamentalismo extremo de mercado, ahora con sabor libertario a Milei y a Ayn Rand. Aunque este sector se ha ido volviendo cada vez más extremista, todavía hay que distinguirlos de los conspiranoicos demenciales que, a manera de ejemplo, en estos días andan promoviendo en las redes la idea de que el cambio climático es un invento -adivinen de quién- y que los fuegos forestales devastadores de los últimos tiempos en realidad han sido causados por: a) bolitas de fuego lanzadas desde drones por los globalistas; b) rayos láser disparados desde el espacio por satélites “judíos” (reeditado recientemente en diferentes versiones); c) unos rayos que los EEUU están enviando desde el espacio para culpar a los ovnis (¿?). Juro que no me lo estoy inventando, que estas cosas circulan libremente por las redes y cada vez más gente las cree.

 

Como decía, estos dos sectores de ultraderecha se solapan y, gracias al internet, crecen como la verdolaga, por lo que hay que tomárselos muy en serio. Además de liderazgos comunes, entre ellos hay otros nexos, como el racismo antihiatiano, la obsesión con la pedofilia y, en muchos casos, el fanatismo religioso -lo que no resulta sorprendente dado que, si de chiquito te enseñaron a creer en el “misterio” de la Santísima Trinidad y en la virginidad eterna de María, de grande probablemente eres capaz de creer cualquier cosa-. Pero sobre todo, a estos sectores los une la vocación autoritaritaria: lo que subyace la alharaca que en estos días armaron los grandes defensores de la familia, la nación y la moral contra la instalación de Pineda es el llamado implícito a la censura estatal del arte, una medida siempre amada por los admiradores de Balaguer y demás dictadores de derecha que adornan su panteón político.

 

En este panteón destaca, cada vez más abiertamente, la figura de Trujillo, cuyos peores crímines son ahora reivindicados por gente que entiende que la Masacre del 37 nos libró, al menos temporalmente, de la invasión haitiana y que a las Mirabal las mataron por ser agentes comunistas. Hay que tenerles miedo, mucho miedo.