Hoy hablaremos del inmenso grupo formado por las personas que lograron abrirse un espacio “a pesar de”. Las artes, las ciencias y, en general, toda actividad humana, están llenas de hombres y mujeres que pertenecieron a ese selecto grupo. La historia de la humanidad da buena cuenta de ellos.

Cuando el talento es abundante, no hay valladares que lo limiten. Es como el agua represada, que poco a poco va desgastando los muros que la contienen y aíslan, y un día irrumpe con tanta fuerza que destruye la barrera opresiva, y entonces corre libremente por el campo.

La adversidad suele activar resortes capaces de espolear la fuerza volitiva que en otras circunstancias quizás permanecerían latentes. El espíritu resiliente, que es inherente a la naturaleza humana, es lo que no nos permite rendirnos fácilmente cuando las dificultades apremian. Y es esa persistencia, esa fuerza imperativa que empuja desde dentro hacia fuera, el caldo de cultivo donde se desarrolla el talento.

Es bien sabido que la vida cómoda, apoltronada, fomenta la ociosidad y la apatía; causan flojera en el cuerpo y pereza en el espíritu. Se ha dicho siempre que la buena vida es poco productiva en términos artísticos. Y es que la melancolía, los estados depresivos, la angustia, la ansiedad, la frustración e, incluso, el tedio, calan más profundo en el alma que la alegría, el optimismo y otras emociones afines.

Lo dicho hasta aquí no obsta para reconocer que algunos artistas han sido espoleados por la alegría y el optimismo, y han escrito obras de extraordinaria magnitud. Tal es el caso del poeta alemán Schiller, quien escribió la célebre “Oda a la alegría”, que Beethoven incorporó al tercer movimiento de su Novena Sinfonía para ser cantada a coro. Hoy se conoce como “Canción de la alegría”, y ha alcanzado resonancia planetaria. Es una creación sublime, tanto en las letras de Schiller como en la melodía y la orquestación del genio alemán. El texto constituye una invitación a la fraternidad entre todos los seres que habitan el globo terráqueo, expresada de un modo optimista y exultante.

Y en ese tenor recordemos un poema de Rubén Darío titulado “A los poetas risueños”, entre los cuales cita a Anacreonte, Ovidio, Quevedo y Banville: “Anacreonte, padre de la sana alegría; / Ovidio, sacerdote de la ciencia amorosa; / Quevedo, en cuyo cáliz licor jovial rebosa; / Banville, insigne orfeo de la sacra Harmonía…”. Estos son presentados por el poeta nicaragüense como la cara opuesta de la poesía que nace del dolor humano y sus angustias vitales. Pero dejemos a estos poetas joviales en sus alegres festines y pasemos a lo que nos ocupa en esta oportunidad.

Veamos algunos casos de artistas que desarrollaron su vocación en medio de circunstancias difíciles. Los que alcanzaron la inmortalidad y la gloria “a pesar de” las dificultades que marcaron el rumbo de su existencia.

Percy Bysshe Shelley
Percy Bysshe Shelley.

Schiller

Percy Bysshe Shelley (1792-1822), poeta inglés. Expulsado de la Universidad de Oxford, por sus duras críticas contra la Iglesia y por sus posiciones antiburguesas, confrontado por su propia familia, acabó enemistado con parte de su parentela, especialmente con su padre, quien no compartía sus radicales críticas contra el establishment. Era de condición enfermiza, situación que en 1818 le forzó a abandonar su patria para irse a Italia, en busca de aires más salutíferos. Vivió una agitada vida en medio de circunstancias difíciles: suicidio de la primera esposa, pérdida de la custodia de los hijos que tuvo con ella y pronta muerte de éstos; indiferencia de los editores ingleses ante su obra, el ya referido distanciamiento afectivo con su padre, desdén por parte de sus antiguos amigos, en repudio a sus posiciones anticlericales y antiburguesas… También padeció de tuberculosis, según se desprende de una carta enviada desde Marlow a un amigo suyo, en diciembre de 1817:

«Mi salud ha empeorado enormemente. Mis sentimientos fluctúan entre una apatía perniciosa y un estado vehemente de aguda excitación tan poco natural que, sólo por referirme al órgano de la vista, tengo la sensación de que las mismas briznas de hierba y las ramas de árboles lejanos se presentan ante mí con claridad microscópica. Entrada ya la tarde me hundo en un estado de letargo e inmovilidad, y a menudo me quedo muchas horas en el sofá entre sueño y vigilia, preso de la más dolorosa irritabilidad de pensamiento. Tal es, con poca intermitencia, mi situación. Las horas dedicadas al estudio las selecciono con una cuidadosa precaución de entre tales periodos de sufrimiento. No es por eso por lo que pienso viajar a Italia, aunque supiera que Italia me aliviara, sino porque he sufrido un ataque pulmonar grave, y aunque de momento ha desaparecido sin dejar ningún vestigio considerable de su existencia, estos síntomas muestran a las claras que la verdadera naturaleza de mi enfermedad es tuberculosa”. (Tomado de unas “Notas de Mary Shelley a Prometeo liberado”).

Shelley murió muy a destiempo, a los 30 años, al naufragar una embarcación en la que se desplazaba por el mar Tirreno, frente a las costas toscanas en Italia.

Shelley sufrió mucho, pero siempre supo sobreponerse a sus duras peripecias vitales. Hoy es considerado uno de los grandes referentes de la literatura romántica de su país y de toda Europa. Sobre él escribió el poeta y patriota cubano José Martí (2009, pág. 96): “Maravillosa es la poesía de Shelley por la música del verso, la elegancia de la construcción y la profundidad de la idea”. Entre su producción poética se destacan: “Adonais”, poema que escribió inspirado en la muerte del poeta John Keats; “Oda al viento del oeste”; “Himno a la belleza intelectual”, “Oda al cielo”; “Prometeo desencadenado” y “Monte Blanc”.

Y es que no hay fuerza humana capaz de limitar a una persona tan eficazmente dotada de imaginación creadora, tan fértil en la concepción de objetos estéticos y tan segura de cuál es su verdadera vocación.

Dibujo de Beethoven.

Ludwig van Beethoven (Bonn, Alemania, 1770- Viena, Austria, 1827): músico alemán, uno de los más grandes compositores de música clásica. Su vida estuvo cargada de circunstancias desfavorables. En plena infancia fue sometido a una férrea disciplina que le impuso su padre, obligándole a practicar lecciones de música hasta altas horas de la noche, circunstancia que le hizo desarrollar un carácter poco sociable, que por momentos podía tornarse irascible.

Era el segundo de una familia de siete hijos, de los cuales sólo sobrevivieron tres, incluyéndolo a él. Su madre murió cuando él apenas tenía diecisiete años, afectada de tuberculosis, y su padre, cuatro años después, víctima del alcoholismo. Al morir ambos progenitores, Beethoven debió encargarse del sostenimiento de su familia.

Beethoven era enfermizo. “Desde los 22 años […] presentó sintomatología digestiva que lo acompañó toda la vida. Tuvo períodos intercurrentes de diarrea, en raras ocasiones sanguinolenta, dolor abdominal tipo cólico, el que inicialmente la ingesta de alcohol lo aliviaba” (Miranda, 2018: 91). También padeció asma desde los cinco años. Pero la mayor dificultad que confrontó el Genio de Bonn fue la pérdida progresiva de la audición, que culminó en una absoluta sordez. Esta difícil condición fue tan dolorosa para él que le afectó su autoestima, llegando a evidenciarse en un descuido en el arreglo personal y en la acentuación de su consabida tendencia al aislamiento social. El terrible impacto que causó el diagnóstico puede medirse a través de sus propias palabras:

“El cielo solo sabe lo que va ser de mí… me informaron que mi sordera no tiene cura. Ya he maldecido a mi creador y a mi existencia. Ud. puede darse cuenta qué triste vida debo tener, viendo que he sido retirado de todo lo que es querido y precioso para mí… debo retirarme de todo” (Miranda, ibidem). Tanto le angustió la pérdida de la audición que, según su propia confesión, llegó a concebir ideas suicidas. Al final, la música y sus proyectos artísticos, lo salvaban. Sus últimas composiciones, entre ellas la famosa Novena Sinfonía, la compuso ya sin contar con el sentido auditivo. Había interiorizado su música, hasta convertirla en una abstracción; de ahí que pudiera seguir componiendo sin lograr escuchar los sonidos concretos emitidos por los instrumentos.

Otro hecho que le produjo muchos conflictos al compositor, fue el encargarse de la tutela de su sobrino Karl, al morir su hermano, de igual nombre, padre del chico. Beethoven se vio envuelto en una litis judicial por la tutela del sobrino, la que al final obtuvo. La relación con el chico fue bastante tensa, lo que en cierta ocasión llevó a este a tratar de suicidarse. El suicidio no se consumó, pero Karl finalmente decidió alejarse de su tío y enrolarse en el ejército para escapar de su posesiva autoridad.

La vida sentimental de Beethoven fue bastante frustrante. Cortejó a varias mujeres, pero no tuvo éxito. Su personalidad insociable, retraída, colérica, para nada empática, no resultaba atractiva para las féminas; más bien parecía repelerlas. En un artículo publicado por José Antonio Rosell Antón, titulado “Ludwig van Beethoven”, encontramos estos datos: “Cuando cumple los 20 años conoce a Leonora Breuning la que ama en silencio; mujer bella que luego casaría con su gran amigo Wegeler, pero su primer amor fue Jeannette d’Honrath, mujer que casó con el general austriaco Karl von Greth” (Rosell, 2017, pág. 39). Más adelante, en el mismo artículo, Rosell Antón ofrece otros datos, de los cuales citamos otro fragmento a fin de ofrecer una idea más cabal de ese aspecto de la vida del compositor alemán. Esto a sabiendas de que abordar la vida sentimental de Beethoven requiere mucho mayor espacio.

“En 1801, con 31 años y sordo, conoció a Giulietta Guicciardi de 17 años, personaje que inmortalizó dedicándole la Sonata para piano N.º 14 en Do sostenido menor «Quasi una fantasía» y más tarde llamada “Claro de luna” (“Moonligth Sonata”). La joven Giulietta fue confiada a Ludwig para su educación musical y se enamoró platónicamente, amor que no fue consentido y rechazado por la familia; actitud que atribuía a su sordera progresiva, y así le escribió a Wegeler: «Ahora vivo más feliz. No podrás nunca figurarte la vida tan sola y triste que he pasado en estos últimos años… Este cambio es obra de una cariñosa, de una mágica niña que me quiere y a quien yo amo…, pero desgraciadamente ella no es de posición y no puedo pensar en casarme». El proceso de matrimonio fracasó (casó con el conde Gailenberg), un hecho que le provocó gran pena a Beethoven. Un suspiro de tristeza que comunicó al amigo: «Ciertamente no podría casarme. Para mí no hay placer mayor que practicar y ejercer mi arte»”.

Nada de lo anterior impidió que el genio alemán continuara creando. Más bien parece que esos estados de melancolía provocados por las circunstancias sirvieran de acicate para su creatividad. La vehemencia de su carácter supo traducirse en obras de suprema belleza.

Sin dudas, la vida del autor de Sonata Claro de Luna fue complicada y poco grata, pero el genio del que había sido dotado se sobrepuso a todas las limitaciones. Hoy sus obras constituyen un precioso legado no sólo del pueblo alemán, sino que se hace extensivo a toda la humanidad. Sus nueve sinfonías, sus conciertos para piano, sus sonatas, su ópera Fidelio son apreciados como joyas extraordinarias de la música universal. Y el conjunto formado por cada una de ellas ha labrado la inmortalidad del destacado músico y compositor. Donde quiera que se hable de música clásica, será imposible no pronunciar el sagrado nombre de Beethoven

Fedor Dostoievski

Dostoievski

Fiódor Dostoievski (1821-1881), novelista ruso, conocido como el padre del realismo psicológico de su país. Una de las plumas más prestigiosas de las letras rusas y universales. Su vida parece haber estado marcada por un signo trágico. Pierde a su madre a los diecisiete años, y a los veintiuno a su padre. Éste, al igual que el de Beethoven, era autoritario, inflexible y alcohólico. Guillermo Suazo, prologuista de El jugador (2002, pág. 12), se refiere a la relación del escritor con su padre, y a la de éste con la madre del escritor en los siguientes términos: “La relación conyugal es desigual, la madre llora a escondidas. Fiódor, nuestro autor, toma partido por la ternura de la madre y acentúa sus sentimientos de aversión y odio hacia su padre”.

La niñez de Dostoievski fue triste y solitaria, pues el padre, médico de profesión, vivió por mucho tiempo junto a su familia en un anexo del Hospital Mariinski donde laboraba. Fruto de ese aislamiento, el autor de Crimen y castigo, desarrolló una personalidad introvertida, poco dada a la interacción social. Suazo, citado más arriba, afirma: “En esos años ya se nos presenta un Dostoievski irritable, huraño, demasiado sensible; el propio autor tiene una imagen de sí mismo bastante negativa y antipática” (Ibidem, pág. 13).

En 1849 fue apresado, acusado de pertenecer a un grupo revolucionario que conspiraba contra el gobierno del zar Nicolás I. Fue sentenciado y condenado a muerte. Pero en el último momento, cuando ya se encontraba en el patíbulo, vendado y de pie, a la espera de la fatal ejecución, llegó una orden del zar: la sentencia de muerte había sido conmutada por cuatro años de trabajos públicos en Siberia. Acababa de pisar los umbrales de la muerte y como quien despierta de un escalofriante sueño había vuelto a la vida. “No recuerdo día más feliz en mi vida”, diría el escritor al rememorar ese hecho. Aunque le esperaban cuatro años de penurias en un campo de trabajo forzado, nada era peor que la muerte. Esta experiencia marcó profundamente la vida y la obra del escritor. “Sabéis lo que es una sentencia de muerte? Quién nunca ha mirado a la muerte a la cara no lo puede entender”, escribió Dostoievski más adelante, según consigna su biógrafo Paul Strathern en su pequeño libro Dostoievski en 90 minutos (2016, pág. 9).

Diez años antes, a partir de 1939, el año en que su padre muere a manos de sus siervos, como reacción violenta al maltrato al que estaban sometidos en la finca de aquel, comienza a sufrir de epilepsia.

Su primera novela: Pobres gentes (1844) tuvo una amplia aceptación, que le sirvió de introducción al mundo literario; pero no ocurrió igual con sus obras subsiguientes: El doble (1846), El señor Projardkin (1846) y La patrona (1847). Belinski, el más importante crítico literario de la época, que había hablado muy elogiosamente de la primera, calificó estas tres últimas de raras y absurdas (Suazo, 2002, pág.15). Este desplante del reputado crítico, y la frialdad con que fueron recibidas estas obras por el público, no arredraron el espíritu del escritor. Más adelante le esperan otros fracasos, pero también resonantes triunfos.

En 1857 se casa con una joven viuda, María Dmitrievna, la cual pronto se enferma de tuberculosis y muere siete años después (1864). Como vemos, la muerte sigue rondando al escritor. Esta vez dejándolo en condición de viudo. No obstante, este hecho no pareció muy devastador para el novelista, debido a que antes de la muerte de María había conocido a Pólina Suslova, de la que se enamoró apasionadamente y con la que mantuvo un romance lleno de sinuosidades. Juntos viajaron por Europa, entre acuerdos y desacuerdos, hasta que la relación se rompió de manera definitiva. Dostoievski la convierte en personaje de su novela autorreferencial El jugador. Es la Pólina Alexándrovna, la joven que ama Alexéi Ivánovich, su alter ego en la novela.

El jugador recrea en clave ficcional un aspecto de la personalidad del escritor: su afición al juego de la ruleta, vicio que le hizo contraer grandes deudas y le ocasionó innumerables apuros. Esa y otras obras suyas las escribió de manera compulsiva, bajo amenaza de perder los derechos de sus obras si no entregaba un nuevo manuscrito (una nueva obra) dentro de los plazos acordados y en un período muy breve. La presión obedecía a que su editor le había adelantado dinero por futuros libros. Dinero que él necesitaba para poder atender a las exigencias de sus acreedores. A fin de adelantar en la escritura de sus obras, se vio forzado a contratar a una taquígrafa: Ana Gringorievna Sníkina, joven veinteañera (él tenía 44 años) de quien acabó enamorándose y con la que contrajo matrimonio. En 1869, mientras residían en Italia, tuvieron una hija, que murió a los tres meses. La sombra de la muerte le seguía siempre.

En 1871, de vuelta a San Petersburgo, nace su segundo hijo, que llevó su mismo nombre (Fiódor), al que no podrá ver convertido en hombre, pues muere diez años después, al inicio del año 1881. Apenas contaba con cincuenta y nueve años: ya sabemos, hay una tendencia a una vida breve entre los genios. Una vida no tan larga, pero muy fecunda, ya que escribió una gran cantidad de obras, sobre todo, novelas, dentro de las cuales figuran algunas de las más prestigiosas de la literatura rusa, y aún leídas en todo el mundo, ya que Dostoievski es un autor que está más allá de las modas pasajeras, que resiste de manera triunfal el paso del tiempo.

Entre sus obras más representativas está Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov, Humillados y ofendidos, El idiota, El doble, Pobres gentes, El adolescente. ¿De dónde sacaba Dostoievski tanta entereza para sobreponerse a las hostiles circunstancias que a menudo debió enfrentar, y entregarnos obras tan acabadas? Recordemos que era un genio, y el genio siempre sale a flote, a pesar de las turbulencias en medio de las cuales le corresponde conducir la nave de su vida.

Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893).

Tchaikovsky

Piotr Ilich Tchaikovsky, músico y compositor ruso. Nació en la provincia de Uyatka, en 1840, y falleció en San Petersburgo, en 1893). Vivió apenas cincuenta y tres años. Nació en un hogar de clase media (su padre era ingeniero de minas y empresario). Llevó una vida atormentada, debido a diversos episodios vividos en su niñez y su juventud. En su infancia estudió en una refinada institución educativa: la Escuela Schmelling, donde según Javier Alfaya –autor de una breve biografía publicada por la colección Alianza Cien (Alianza Editorial, Madrid, 1995)– “lo pasó muy mal”. Este mismo autor nos dice: “Su carácter hipersensible e inestable le hizo sufrir mucho al separarse de su madre y hubo episodios en su niñez que le marcaron profundamente” (Alfaya, 1995, pág. 11). Ciertamente, sentía un profundo afecto hacia su madre, por lo que al morir ésta, cuando él apenas tenía catorce años, se sintió devastado. Sin embargo, como compensación ante tan desolador acontecimiento, se entregó con mayor intensidad al aprendizaje de la música.

En el aspecto sentimental la vida de Tchaikovsky fue bastante opaca. Sobre todo, por su inclinación al homoerotismo en una época de mucha intolerancia hacia esa práctica sexual. Nunca se declaró abiertamente homosexual, no obstante, su preferencia era un secreto a voces entre sus conocidos. En 1867, contando con 27 años, inició un flirteo con la cantante de ópera belga Désirée Artôt. Pero un barítono español, Mario Padilla, se atravesó en el camino y ella acabó casándose con él.  Fue la única vez que se percibió un interés real en una persona del sexo opuesto. Sin embargo, más adelante una joven, Antonina Milyukova, se enamoró de él y así se lo hizo saber mediante una carta. Tuvieron una cita, en la que el compositor dejó claramente establecido que en términos sexuales no se sentía atraído por ella. Cuenta Javier Alfaya (1995: págs. 15-17) que luego Tchaikovski se arrepintió de su negativa y decidió aceptar la propuesta de la joven, probablemente para hacer notar que lo que de él se murmuraba en términos sexuales era falso. La relación fracasó, pues luego de consumarse el matrimonio, Tchaikovski se negó a cumplir con los deberes de hombre en el lecho conyugal. Nos cuenta el biógrafo:

“Los días posteriores a la boda fueron terribles. Tchaikovski intentó quitarse la vida, en una de esas acciones que parecen más un intento desesperado por llamar la atención acerca de un problema que un verdadero propósito de suicidio. Sea como fuere, el matrimonio se rompió, Antonina inició una vida de disipación y Tchaikovski guardó para siempre un desagradable y humillante recuerdo de esa unión. La infeliz Antonina, ya perturbada, insistió numerosas veces en verle y en tener una explicación con él, a lo que el músico se negó en términos extremadamente radicales” (Ibidem, págs. 16-17).

Tchaikovski desarrolló una personalidad endeble, con una autoestima precaria. Al analizar ciertos modos de comportamiento da la impresión de que no se sentía seguro de sus dotes artísticas y necesitaba la aprobación de otras personas para sentirse satisfecho con lo que hacía. En ese sentido, basta referir su relación contradictoria con el también compositor ruso contemporáneo suyo Mily Balakirev. El autor de “El lago de los cisnes”, le dedicó varias obras, entre ellas su muy reconocida “Romeo y Julieta”, que había compuesto inspirado en la obra homónima de William Shakespeare, en una afanosa búsqueda de aprobación, pero Balakirey no siempre supo corresponder a tales atenciones.

Después de muchos años dedicado a la composición, Thaikovski se interesó por hacer carrera como director musical. Pero había un gran escollo: “era un hombre inseguro y extremadamente nervioso, dos defectos que indudablemente pesaban sobre él cuando empuñaba una batuta” (Alfaya, 1995, págs. 18-19). Aun así, viajó por diversos países dando conciertos. Fue particularmente exitoso en una gira que realizó en los Estados Unidos.

Tchaikovsky muere el 6 de noviembre de 1893. Oficialmente se sabe que murió al contraer el cólera. Sin embargo, mucho se ha especulado sobre su muerte: algunos biógrafos afirman que se trató de un suicidio. Situaciones problemáticas, desengaños, temores y frustraciones nunca faltaron en su vida, pero no hay suficientes pruebas que avalen la hipótesis de la autólisis.

Definitivamente, la vida de Tchaikovsky estuvo llena de vacilaciones, incertidumbres, timideces, frustraciones. Javier Alfaya, tantas veces citado en este apartado, lo califica como “un hombre de carácter hipersensible, de temperamento melancólico y reflexivo, amante apasionado de la naturaleza” (Ibidem, pág. 22). Pero su arte lo salvaba, como pasa con todos aquellos que tienen una gran predisposición para el trabajo estético. ¿Qué hacía cuando una desagradable experiencia hería su sensibilidad? Ponía en acción su capacidad creativa y producía obras con las que enriqueció el patrimonio musical y cultural de la humanidad. Es que el arte, la creatividad, son formas de terapia. Los grandes artistas saben de lo que hablamos. Incluso, en los momentos más críticos es cuando estos se vuelven más fecundos.

Si la sumatoria de defectos de personalidad del compositor ruso arroja un saldo negativo, el compendio de sus talentos y los frutos que de ellos obtuvo son de orden muy superior. Si nos detenemos en la personalidad del artista es sólo para poder situar al hombre dentro del contexto de su obra. Pero lo realmente significativo es el legado musical que dejó a los melómanos de todo el mundo. Son –somos– muchos los entusiastas devotos de su obra. La mayoría no está –no estamos– en capacidad de explicar conceptualmente las connotaciones de sus conciertos, danzas, valses, pues no dominamos el discurso musical, al no ser expertos en el arte de las notas y el pentagrama; pero gracias a YouTube, hemos podido acceder a las magníficas creaciones de este portentoso compositor, y nos hemos sentido emocionados y conmovidos por la belleza de su música. Sus ballets “El lago de los cisnes” y Cascanueces” son maravillosos. “Obertura 1812”, una pequeña gema; “Romeo y Julieta”, extraordinaria, el “Concierto para piano no. 1”, exquisito… la “Marcha eslava”, bellísima (y no sigamos porque se agotan los adjetivos).

Bécquer

Gustavo Adolfo Bécquer.

Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, 1836-Madrid, 1870). Poeta romántico español de la segunda etapa en que se desarrolló ese movimiento (Romanticismo tardío o Posromanticismo). La figura poética más importante de ese movimiento en España. No fue un genio, no está a la altura de los otros artistas incluidos en este trabajo, pero es un poeta de primer orden en las letras españolas del siglo XIX. Y un vivo ejemplo de cómo el talento puede sobreponerse a las dificultades acarreadas por una vida llena de carencias y precariedades.

Era descendiente de emigrantes llegados de Flandes (región de Europa que comprende parte de Bélgica, Francia y Países Bajos). Vivió una niñez difícil, pues quedó huérfano de padre a los cinco años, y a los once perdió a su madre. El prologuista de su obra poética Rimas en la edición de Editora Cátedra, José Luis Cano, emite esta opinión sobre la vida de nuestro autor: “Fue la suya una existencia herida por la soledad, la pobreza […] y el desengaño amoroso” (Cano, 1982, página 11). Y agrega, casi a seguidas: “Cuando conocemos la vida de Bécquer, el sentimiento que experimentamos nunca es de admiración o deslumbramiento, como nos ocurre con las de Goethe o Víctor Hugo, sino de una inmensa lástima, de una piedad infinita hacia aquella alma que sufrió con resignación estoica los golpes del destino más cruel” (Ídem).

Tras la muerte de la madre fue recogido por su madrina junto a su hermano Valeriano, que luego destacaría como pintor. Ella era una mujer refinada y poseía una amplia biblioteca donde Bécquer tuvo acceso a autores y obras de la literatura moderna y clásica. Allí pudo leer, sobre todo, a los grandes románticos europeos: Víctor Hugo, Musset, Chateaubriand, Byron, Balzac… Pronto adquirió una sólida cultura literaria y humanística, y comenzó también a escribir. Uno de sus amigos de esos años lo describe como “un muchacho ingenuo, soñador y romántico”. Al principio se inclinó por la pintura, siguiendo los pasos de su padre (pintor costumbrista), de un tío y de su hermano mayor Valeriano, pero pronto descartó la pintura para asumir la literatura. Gran amante de la música clásica (Beethoven, Mozart, Mendelssohn, Bach…). Como vemos, ninguna forma de arte quedó en la periferia de sus intereses humanísticos.

De esos años en que vivía en casa de su madrina, doña Manuela Monahay, nos habla Cano en los siguientes términos: “La pintura, la poesía, los estudios de humanidades, las lecturas de autores románticos y clásicos, y los paseos solitarios o con otros muchachos de su edad, por las orillas del Guadalquivir, llenaban sus horas, melancólicas horas de poeta adolescente” (Cano, 1982, pág. 12).

Ya adulto, se marchó a Madrid, junto a su hermano Valeriano, del que nunca se separaba, en busca de mejores horizontes para su quehacer literario. Duros fueron esos años, por falta de ingresos fijos que le garantizaran la sobrevivencia y la tranquilidad para dedicarse sin preocupaciones al cultivo de las letras. A ese respecto nos dice Cano (Ibidem, pág.13): “… Pero todos sus sueños no tardan en derrumbarse. La gloria que ambicionaba se trocó pronto en el más cruel de los desengaños: ni gloria, ni dinero, sino pobreza y enfermedad, sufrimientos y desgracias”. En esa misma página, agrega Cano: “Su espíritu se alimentaba así de arte y de ensueños, pero su débil cuerpo enfermaba de hambre. Son esos años 1855, 1856, de tremenda angustia económica para Bécquer”. Fue en esa época cuando contrajo la tuberculosis, de la que jamás se recuperará.

En el campo sentimental, la vida del autor de Rimas y Leyendas no podía ser más trágica. En 1858 conoció a una joven llamada Julia Espín, de la que se enamoró de manera inmediata. Ella, aparentemente, le correspondió, pero la relación no prosperó, pues pronto ella se entregó a otro hombre. Fue devastador para el poeta. Muchas de sus rimas surgieron al calor de ese amor frustrado. El despecho lo llevó a formalizar una relación con una mujer a la que no amaba, Casta Esteban, con la que terminó matrimoniándose, en 1861. Pero, como era de esperarse, el matrimonio no le produjo felicidad, sino todo lo contrario. Había dado ese paso animado por la idea de “encontrar en un nuevo hogar feliz la tranquilidad que necesitaba para su obra y el bálsamo que podía cicatrizar su herida. Pero Casta era una mujer vulgar, incapaz de comprenderle y amarle” (Cano, 1982, pág. 18). Y para colmo de males, la muy casta de nombre no lo fue en términos morales, pues siete años después del casamiento (en 1868), el poeta descubrió que su esposa lo engañaba con un notario. La ruptura fue inmediata y Bécquer cargó con los dos hijos del matrimonio.

La vida del poeta iba de declive en declive. En 1865 le ofrecieron el cargo de Censor de novelas, que él aceptó. Era un cargo muy bien remunerado; sin embargo, sólo pudo permanecer durante tres años, debido a que la Revolución de 1868 produjo cambios políticos y el ministro que le había recomendado fue destituido. Así que perdió su empleo. Dos años después, en septiembre de 1870, murió Valeriano, su inseparable hermano, y tres meses más tarde, en diciembre de ese año, respiró su último aliento nuestro poeta. Así se cierra un ciclo vital de apenas 34 años. Y dos décadas de vida intensamente productiva.

La obra en verso de Bécquer es brevísima. La edición de sus “Rimas”, que agrupa toda su producción poética, una colección de textos líricos cortos y concisos, apenas supera un centenar de páginas en la edición de Cátedras Hispánicas. Ésta incluye un escueto estudio introductorio de José Luis Cano y una bibliografía. No obstante, ese reducido libro ha tenido una enorme repercusión en la poesía española posterior. Bécquer no ha pasado nunca de moda. Ha sido un referente continuo para poetas de ambos lados del Atlántico. Por citar un ejemplo, nuestro destacado poeta Fabio Fiallo, que siempre anduvo a caballo entre el Romanticismo y el Modernismo, es un deudor de la poética del autor de Rimas y Leyendas. Mucho en lo que respecta a la forma, pero también en el contenido.

La vida de Bécquer estuvo colmada de desventuras. Diez Taboada le ha llamado “Poeta del dolor”. Pero él supo transmutar esas amarguras que lo acompañaron a todo lo largo de su breve vida en sustancia poética de altísima calidad. Enrique Rull Fernández, editor de sus Rimas y leyendas, presentadas en un solo volumen por la editora Penguin Clásicos, consigna lo siguiente:

“No es extraño, pues, que pese al fugaz gusto y a la inconstante moda, Bécquer haya sido leído y amado desde su muerte por modernistas y noventayochistas, por generaciones novecentistas, del veintisiete y de posguerra… hasta hoy. En todos los grupos, en todas las escuelas, es fácil encontrar su recuerdo, y quizás entre la gente iletrada sea el poeta del siglo antepasado más presente y vivo hoy en día” (Rull Fernández, 2016, pág.19).

Conclusión

El artista no es distinto a los demás seres humanos. Lo que lo singulariza es su enorme sensibilidad y la capacidad de convertir el dolor en materia prima para la creación estética. Esa destreza puede adquirir diferentes alturas y tonalidades, pero cuando se trata de personas que la poseen en una alta proporción resulta imposible que la obra deje de materializarse. No importa cuántas tormentas azoten las intranquilas aguas de la existencia, la barca no zozobrará. Si existe una auténtica vocación artística mientras más fuertes son los vientos, más fuerte es la respuesta del artista y más sólida su obra. Y es que las etapas de mayor intensidad creativa siempre coinciden con las crisis más devastadoras. En la historia de la cultura universal sobran los ejemplos.

Para el presente trabajo escogimos algunos nombres, pero bien pudimos haber seleccionado otros, pues la lista de escritores, músicos, pintores… que han tenido vidas miserables, sin que esto lograra estorbar su desarrollo vocacional, es bastante extensa.

Pensemos en Hölderlin, que enloqueció a partir de sus tres décadas de vida y jamás pudo recuperarse, cuya obra es de las más significativas del Romanticismo alemán; Poe, que tuvo una vida llena de peripecias, entre consumo abusivo de alcohol y opio, y que imprimió un sello personalísimo a su obra narrativa y poética, caracterizada por su indiscutible originalidad. El poeta romántico italiano Leopardi, enfermizo, de contextura corporal débil y deforme, cuya capacidad para producir extraordinarios versos le convirtió en uno de los poetas más prestigiosos de su país. César Vallejo, poeta peruano, que vivió una vida de penurias económicas desde sus primeros años en su natal Perú hasta su exilio en París, donde murió. Uno de los íconos del vanguardismo latinoamericano, poeta de altísima valía en las letras latinoamericanas. ¿Y qué decir del uruguayo Horacio Quiroga, de honda resonancia en la cuentística de Latinoamérica, siempre cercado por la muerte, hasta que él mismo decidió poner fin a su vida? Sus cuentos están impregnados de sombras y matices trágicos: “La gallina degollada”, “El almohadón de plumas”, “El hombre muerto”, “A la deriva”, “El hijo”.

Asimismo, podíamos haber incluido a pintores como Vincent van Gogh, Edvard Munch, o Goya, con evidentes desequilibrios mentales, pero que marcaron hitos en su época y en su arte. En ese sentido, podemos parodiar un archiconocido dicho, afirmando que no están todos los que son, aunque sí son todos los que están.

Todo lo anterior nos ayuda a entender que el arte es un refugio propicio para quienes no encuentran asidero en el mundo concreto, los marginados de la vida. Esos que viven en los suburbios de la existencia, a escasas leguas de la muerte. Experimentar angustia, depresión o cualquier otro estado emocional semejante no es una condición indispensable para poner en acción los resortes de la creatividad, pero sabemos que las emociones fuertes sirven de estímulo para la expresión de los anhelos del espíritu. El arte es, muchas veces, el único consuelo que les queda a los seres angustiados.

Y tú, aprendiz de artista, que lees estos renglones, si sientes que la adversidad te acosa; si te ves atrapado por hostilidades que atosigan y a veces sientes que no puedes más… no intentes escapar por la ventana: escribe, pinta, esculpe, toca… Las musas te están aguardando, la materia sin forma también. No te demores.

Referencias bibliográficas

Alfaya, Javier (1995). Tchaikovsky. Madrid: Editorial Alianza Cien.

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Patricio García Polanco en Acento.com.do