Mirar la cotidianidad desde una perspectiva diferente brinda la oportunidad de descubrir nuevos aprendizajes, que han estado ahí siempre, pero que pasan desapercibidos por la premura en que vive el ser humano, como es acudir a una bomba de gasolina, una visita médica, comprar en el supermercado, comprar en la carnicería o en la pollera. En estas últimas, el cliente adquiere carnes con pocos intermediarios, por lo que su precio es módico, estos negocios acostumbran a estar ubicados en lugares populares de clase media, en donde mientras espera por su orden de compra el espacio se convierte en una pasarela étnica, todos con el mismo propósito, la compra de carne.
La clientela casi siempre es femenina, esto así, por la responsabilidad que tiene el género en la preparación de los alimentos para la familia, en países machistas como el nuestro. Entre los concurrentes pueden encontrarse personas extrovertidas, con iniciativa de entablar conversaciones sin importar nunca haberse visto; esto propicia que surjan disertaciones sobre múltiples temáticas; las que pueden girar en torno a lo político, religioso, filosófico y hasta alguna que otra reminiscencia de clientes que reflexionan sobre las adversidades que han enfrentado en la vida.
Carnicería y pollera se asemejan a grandes salones de la antigüedad, donde acudían filósofos y literatos a discutir sobre problemáticas de la época. En estos entornos, a veces, pueden surgir altercados entre clientes por querer saltarse los turnos, pero estos son sofocados por el propietario y todo vuelve a su normalidad; la disertación a partir de cualquier planteamiento, de manera espontánea, sin necesidad de ser expertos en la temática defienden el punto de vista que asumen, a veces con argumentos falaces, aunque con mucha vehemencia.
Los conversatorios son informales y no hay un moderador, por lo que los ánimos suelen caldearse y escucharse diferentes puntos de vistas al unísono, como si fuera la interpretación de una melodía del momento, acción con la cual ignoran el acuerdo tácito que existe entre interlocutores y que violan las reglas a seguir en el debate. En otras ocasiones, puede ocurrir que las personas presentes guarden las normas y su comportamiento es el adecuado y, aunque se entabla el debate se respetan las normas requeridas, escuchar y responder en el momento apropiado.
Por otro lado, pese a que los temas surgen de manera espontánea y no tienen un cierre, como ocurre en un debate formal, esto no es una limitante para interactuar con el vecino, sin que se tome en cuenta ninguna estrategia y, como carnicería y pollera son lugares concurridos por personas que enfrentan dificultades que traen la cotidianidad, por lo que el momento en que debaten propicia se liberen las frustraciones de sueños malogrados, el desamor por la falta de educación y hasta las desesperanzas producto de la decepción de los gobernantes que han desfalcado el erario, postergando sus derechos como ciudadanos.
No hay dudas que en los espacios concurridos las personas dejan emerger sus valores, antivalores e ideologías, conversar sin importar la técnica empleada muestra el nivel de formación que poseen. Es por ello, que se tiene que invertir para disminuir la brecha de la desigualdad educativa que distancia las clases sociales.
En síntesis, pollera y carnicería ofrece al cliente la oportunidad de comunicarse de la forma más primitiva empleada por la humanidad, la oralidad; en donde no se necesita conocer las reglas del debate para interactuar mientras espera por su orden de carne, donde se escapa de la monotonía, analfabetos y letrados tienen cabida para filosofar sin importar su nivel social, su preparación académica o su ideología política.