En este otoño-verano, muy extraño por cierto, he leído con fruición, Las cartas del boom (Alfaguara 2023). La pasión con las que están escritas y lo que ellas comunican a sus interlocutores arrastran consigo un extraordinario poder de imantación que, gracias a la sutileza y a la proeza inventiva de su lenguaje, anulan las ganas de comer y la necesidad de dormir. Exquisitas en el fondo y llena de sabiduría para los amantes de la narrativa latinoamericana, estas cartas tienen poderosas garras y constituyen a su vez, un banquete literario al mejor estilo gourmet.
Si en América Latina puede haber un documento que refleje el termómetro cultural de los escritores de los años sesenta, este es sin duda, Las cartas del boom, porque recogen esa inolvidable atmósfera intelectual que caracterizó una época brillante, en virtud de que las mismas constituyen un laboratorio de ideas interesantes respecto del quehacer literario, acompañadas de juicios y valoraciones estéticas sobre la novela misma.
Muchos investigadores y escritores han intentado acercarse desde luego, a los intersticios del movimiento como por ejemplo, el chileno José Donoso, quien en su Historia personal del boom (1972 ), escribió una versión muy particular del fenómeno, con detalles pormenorizados, en el que trata de mapear un itinerario geográfico del momento, en cuya opinión, un tanto subjetiva, deja ver su resquemor, a sabiendas de haber pertenecido al grupo, aunque no así en las condiciones de sus propios compañeros. Por las causas que fueren Donoso no tuvo la misma suerte y su producción novelística no corrió por los mismos senderos que la de sus compañeros de oficio. Sobre todo, no pudo penetrar en el gusto del público ni en las preferencias de los editores ni de la crítica en general, hasta el grado que, cuando se habla del Boom, se piensa en Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa y Carlos Fuentes, casi nunca en Donoso, a pesar de que escribió buenas novelas como Coronación y El obsceno pájaro de la noche, entre otras.
Por su lado, el periodista español Xavi Ayén también escribió un enjundioso ensayo de quinientas páginas titulado Aquellos años del boom (Debate 2019), con el que creíamos haber complacido nuestras inquietudes respecto del tema, junto a otras noticias que despertaron la curiosidad y el morbo de los lectores. Sin embargo, la voz de Ayén es valiosa, con la que podemos entrar y conocer algunos detalles y pormenores interesantes del movimiento. Aunque disgrega un poco su trabajo, el autor hace referencia a la importancia del fenómeno que disparó la literatura del continente a niveles nunca antes alcanzados y lo que esto representó, gracias al impacto económico que significó y el influjo social que tuvo en los lectores.
Sin embargo, parece que la savia vital del Boom no la encontramos en el juicio de los periodistas ni de los críticos interesados. Mucho menos en la voz de sus detractores, o tal vez con la lectura de sus novelas quizás, como creíamos antes, las cuales constituyen en cierta medida, un testimonio desgarrador, visto con ojos de asombro, sobre la realidad latinoamericana y la renovación de sus mitos culturales e históricos. Por el contrario, sospecho que la savia vital del Boom lo constituyen sin duda, estas cartas, en las que aparecen de viva voz de los protagonistas los componentes culturales de una época un poco turbulenta en términos políticos, que marcó el rumbo de la nueva novela latinoamericana del siglo XX y de la cultura en sentido general. Estas cartas representan a su vez el hallazgo real del pensamiento de sus autores, de sus posiciones ante la vida, sus proyectos personales de escritura, sus itinerarios de viajes y eventos, así como sus inquietudes sobre los procesos políticos latinoamericanos como la Revolución Cubana, la Revolución Sandinista en Nicaragua y las guerrillas armadas de Centroamérica y el Salvador, procesos políticos con los que colaboraron abiertamente en virtud del compromiso que significaba en aquella época, asumir la idea de intelectual comprometido.
A mi modo de ver, estas cartas representan un epistolario conceptual más que íntimo y sentimental, del quehacer intelectual en América Latina. Constituyen así, una mirada exploratoria en su conjunto y una cartografía cultural del pensamiento de sus autores. Convertidas en un testimonio desgarrador de sus inquietudes estéticas, definen el perfil de un momento trascendente para la cultura latinoamericana. Asi mismo este intercambio epistolar se convirtió en bitácora de sus inquietudes estéticas y en un lúcido ejemplo de crítica literaria al más alto nivel. Atestiguan esta mirada la carta enviada por Cortázar a Carlos Fuentes en 1964, a propósito de la publicación de su ensayo La nueva novela hispanoamericana, en la que le comunica que “el estudio que has hecho sobre la evolución de la novela americana es de una lucidez y una exactitud extraordinarias”. En otra misiva que Julio Cortázar le dirige a Vargas Llosa en 1965, a propósito de la Ciudad y los perros, le comunica a este lo siguiente: “la trama de tu libro me parece una especie de potenciación hacia ese plano de la arquitectura sonora, sin la cual ninguna obra humana puede superar sus limitaciones, pone a cualquier lector sensible en un estado muy próximo a la hipnosis, otra forma de lucidez, que es el milagro de toda gran novela”. En una de esas largas misivas que Carlos Fuentes le dirige a Cortázar. Un texto que en vez de carta parce un magistral ejemplo de crítica literaria, este le señala que “Rayuela es uno de los grandes manifiestos de la modernidad latinoamericana: en él vemos, mejor que nunca, nuestras dudas, nuestras deudas y nuestras posibilidades”.
A pesar de que simpatizaban abiertamente con el tema de la Revolución cubana, siempre mantuvieron una firme convicción frente al sectarismo político del gobierno, que no aceptaba disidentes y defendieron de manera pública el derecho a la crítica y a la libre expresión de las ideas. Lo atestiguan sus posiciones públicas frente a hechos políticos de gran envergadura como el escándalo internacional que provocó el caso del poeta Heberto Padilla, un hecho bochornoso que recuerda los métodos más sórdidos de la Rusia Stalinista y que se hayan empleado en la Cuba de Fidel Castro, los que a la postre representan “la negación de la legalidad y la justicia revolucionaria”.
Las desavenencias entre estos compañeros, respecto de las posiciones relacionadas con este hecho (como las de García Márquez y Julio Cortázar, quienes no firmaron la segunda carta dirigida por un grupo de intelectuales latinoamericanos y europeos, al comandante Castro, a propósito del caso, el 20 de marzo de 1971), pudieron haber mellado las relaciones del grupo, sin embargo, se quitaron de encima las discrepancias y quedaron libres para la alegría como bien lo afirma Cortázar en una de las cartas dirigida a Carlos Fuentes. Esta es una muestra de que el poder de la amistad y las lealdades que los unían, estuvieron por encima de cualquier escollo.
No creo que haya habido en el mundo una comunidad cultural tan singular y valiosa como el Boom, que haya provocado tantas conjeturas y opiniones a favor y en contra, que haya producido tantos textos y obras emblemáticas: Dos premios Nobel, probablemente los demás lo merecieron, aunque sus obras estuvieron a la altura de las circunstancias, la historia determinó otra cosa. Ni los dadaístas ni los surrealistas franceses alcanzaron tal magnitud. A partir de aquí la novela latinoamericana se convirtió en un testimonio emancipatorio y en un foco cinematográfico de las ideas filosóficas y estéticas para los latinoamericanos.
Así que el Boom representó el emblema y el símbolo de una cultura. Quizás, lo más importante no fue el surgimiento del fenómeno como tal, ni cómo los escritores miraban hacia América Latina, sino la mirada introspectiva que este logró cuando el mundo volcó sus ojos hacia nosotros y cómo esta novela, a partir de los años sesenta sirvió como modelo de estudio en las academias del mundo. Sobre todo, cuando comenzó a deslindar las fronteras geográficas y trazar las pautas para la creación de la novela futura. Una novela que de inmediato encontró eco en nativos y extranjeros como la escritora chilena Isabel Allende, el colombiano Juan Gabriel Vásquez, en los españoles Enrique Vila Matas, Javier Cercas y Antonio Muñoz Molina; el japonés Haruki Murakami, el dublinés Colunm MaCam y el rumano Mircea Cartarescu.
Las líneas generales que mueven estas cartas, el interés y la magia que envuelve su escritura, son a su vez, la sabia revelación de los hilos conductores de un hombre nuevo. Un pensamiento nuevo, “cuyo destino ha de influir de inmediato en la vida para petrificarse en la historia”. Así que son un foco neurálgico con la energía vital que tienen los mitos y de los que soñaron un mejor futuro para sus respectivas naciones. Como inventiva del lenguaje, estas cartas dicen lo que no dicen las propias novelas de sus autores, en todo caso, auguran el porvenir y adelantan el futuro estético de América Latina. Quizás, parecen anunciar también el sueño de la utopía, pero aseguran en el fondo, el don y la esencia misma de la gratuidad estética del género.
Sin duda, lo que han hecho Carlos Aguirre, Gerald Martín, Javier Munguía y Augusto Wong Campos al reunir en un solo volumen estas correspondencias, es una labor cultural que no tiene precedente, debido al interés que su trabajo suscita, entre otras cosas, contribuye de manera definitiva a robustecer el mito del Boom y a enriquecer en el imaginario colectivo, el emblema de un hito importante de la cultura latinoamericana en el siglo XX.
Eugenio Camacho en Acento.com.do