“El capital es trabajo muerto que sólo se reanima, a la manera de los vampiros, chupando trabajo vivo y vive más cuanto más chupa”. Esta frase, en medio de un párrafo referido a la jornada laboral, denuncia que Carlos Marx leía la novela llamada gótica. Pero que nadie sobresalte sorprendido y piense que acabamos de encontrar el origen del terror que producían ciertas actuaciones de Stalin. De hecho, lo que este gobernante soviético había entendido en los textos de Marx resulta bastante dudoso.

La novela gótica surge en la Inglaterra de fines del xviii e insiste en el misterio, el terror y las apariciones. Era, sin duda, lectura habitual de los jóvenes educados durante el período romántico, como el propio fundador del comunismo. No dejan de coincidir sus ambientes con aquellos otros, tan miserables, que Charles Dickens muestra en los barrios londinenses donde sitúa algunas de sus novelas. Dickens era coetáneo de Marx en la Inglaterra Victoriana. Por su parte, Federico Engels está prefigurando el naturalismo de Émile Zola al detallar el modo de vida de los obreros irlandeses en La condición de la clase obrera en Inglaterra (1845).

La imagen del capitalismo se ejemplifica con El Mercader de Venecia, de Shakespeare, donde se firma un contrato por el que, como garantía de un préstamo, Antonio tendrá que dar a Shylock una libra de su propia carne. El dux decide que se pague la deuda tal y como fue estipulada: el prestamista puede cortar y llevarse la carne, pero sin ocasionar hemorragia alguna, lo que constituiría una excesiva plusvalía. Marx no dejó de referirse, directa o indirectamente, en su obra mayor, a literatos de todas las épocas y, especialmente, a los trágicos griegos (llegó incluso a empezar a escribir una tragedia). Las citas que el mismo Carlos Marx hacía de La Divina Comedia, de Dante, explican que la descripción del capitalismo se conciba como un descenso a los infiernos.

El libro de Francis Wheen La historia de “El Capital”, de Karl Marx  no trata de defender sistema político o económico alguno. Pretende describir los avatares que sufrió su escritura, más allá de problemas económicos y tensiones con editores. Luego, exponer la influencia inmediata que ejerció la obra, y mostrar la recuperación de ciertas teorías de Marx por los nuevos economistas. Todo ello le hace buscar las influencias literarias, no por simple afán erudito, sino en pro de una interpretación esencial.

El Capital abusa de la metáfora, porque sólo ésta expresa la naturaleza ilusoria de las cosas, entre ellas el capitalismo, que se concibe también como una gran metáfora, como un proceso alienante. Las metáforas —como en mucha filosofía moderna desde Nietzsche— abundan para explicar la teoría de la mercancía o la diferencia entre valor de uso y de cambio, conceptos de plena actualidad y de aplicación en campos muy distintos, como la teoría del arte y de la literatura.

El Capital importa, por encima de política y economía, como proceso crítico y metodología de estudio, herramientas que, en países que no han sufrido dictaduras comunistas ni fascistas, los intelectuales de uno u otro signo son capaces de utilizar.

El Manifiesto del partido comunista empieza llevándonos de nuevo a la novela gótica: “Un fantasma recorre Europa”, dice. Y termina observando que los proletarios nada tienen que perder en una revolución, “más que las cadenas”. No podemos dejar de recordar aquellas torres medievales en la que penaban los condenados. Un buen lector goza con las reminiscencias literarias de los textos marxianos. Así ese principio de El capital en el que una metáfora describe el sistema capitalista de producción como “un arenal de mercancías”.

Escritos de Jorge Urrutia en Acento.com.do

Página de Jorge Urrutia