En un artículo anterior citaba yo a Karl Vossler, que pronunció ante la Academia Bávara una conferencia titulada La vida espiritual en Sudamérica, traducida y publicada en 1935 por Amado Alonso, en Buenos Aires. Me referí entonces a una afirmación del filólogo alemán que citaré ahora con exactitud: “Si yo fuera joven y me hallara de nuevo en los principios de mis estudios romanísticos, dedicaría mi mayor energía a la historia de la lengua, a la poesía popular y artística de España y a la elaboración, asimilación, desarrollo y ampliación del tesoro cultural románico en la América española”.
Más adelante Vossler se preguntaba. “¿Hay, por ejemplo, lengua, poesía y literatura argentinas que sean algo más que un mero apéndice y variedad de las de España o Europa?”. El sabio germánico, cuando escribió esas líneas, sólo había visitado Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires, ciudad esta última en la que permaneció varias semanas muy fructíferas. Poco después viajaría, al menos, a Cuba.
Hace unos días un colombiano me recitaba un, según él, cantarcillo popular de su país: “Hasta que el pueblo las canta / las coplas coplas no son, / y cuando las canta el pueblo / ya nadie sabe el autor”. Me resultó imposible convencerlo de que se trataba de la primera estrofa de un poema de Manuel Machado de su libro Sevilla (1920), y que se había cumplido la profecía del poeta, quien terminaba el poema diciendo;”Que al fundir el corazón / en el alma popular, / lo que se pierde de nombre / se gana en eternidad”. Es un poema dedicado a un cantaor de flamenco llamado Guillén. El tema es muy de Manuel Machado y el poema se asemeja al final del libro Cante hondo (1912), donde el poeta termina diciéndole al cantar: “Y en labios de cualquiera / de mí te olvidarás”.
En su ensayo “Romances en América” (1913), don Pedro recuerda que en la República Dominicana “el pueblo improvisa o repite, recita o canta décimas y redondillas, y también coplas de cuatro versos”.
Así, olvidados del autor, encontramos muchas veces poemas llegados con los conquistadores y los emigrantes que se cantan popularmente en América. El famoso Colegio de México, publicó un tomo de Lírica popular contemporánea (1969), preparado por Oscar H. Magis, en el que, con un simple hojeo, encuentro un poema de José de Espronceda y otro de Gustavo Adolfo Bécquer recogidos como canciones en algún lugar de América.
Pero el maestro dominicano Pedro Henríquez Ureña es quien comprendió muy bien la permanencia y fusión de la poesía popular española en los países latinoamericanos. Comentando una antología de 1935 escribió: “La investigación puede extenderse hasta América y demostrar cómo persistió entre nosotros el cantar tradicional”, acto seguido se refiere a la presencia de cantares tradicionales en Sor Juana Inés de la Cruz. Opina, en cambio, que no floreció mucho el romance, aunque los conquistadores los cantaban e, incluso, los compusieron en su avance por el continente. Sin embargo, reconoce la labor de búsqueda y los hallazgos de investigadores como Ciro Bayo e, incluso, Ramón Menéndez Pidal, con motivo de un viaje por América en 1905, así como la escritura de romances originales por todo tipo de poetas, como José Martí.
En su ensayo “Romances en América” (1913), don Pedro recuerda que en la República Dominicana “el pueblo improvisa o repite, recita o canta décimas y redondillas, y también coplas de cuatro versos”. Quiero recordar aquí las décimas de Juan Antonio Alix, estudiadas por Emilio Rodríguez Demorizi, y que Fernando Cabrera antologó y prologó en 2018, dentro de la Biblioteca Básica Dominicana. Pero Pedro Henríquez Ureña recoge un puñado de romances tradicionales provenientes de España que llegan y se difunden popularmente por América y, de forma especial desde Santo Domingo, con variantes inteligentes y deturpaciones, igual que sucede en la Península: el famoso y terrible de Delgadina (“Cuando su madre iba a misa / su padre la enamoraba; / y como ella no quería / en un cuarto la encerraba”), “La niña convertida en árbol”, “Hilo de oro”, El rapto de Isabel”, “Mambrú”, etc.
Pedro Henríquez Ureña, como tantas veces, nos descubre aspectos desconocidos en su momento, o abre caminos para el estudio; así, advierte que el ritmo del romance ha pasado a las culturas indígenas y que conviene seguir esa pista. Un caso más del mundo mestizo ibérico al que se refirieron tantos grandes intelectuales americanos, como don Pedro con los romances, un tesoro cultural románico en América.