A PURÍSIMA DE LEÓN, Directora del Centro Cultural Mirador Sur.

«No soy imposible, no, soy verdadera. Mi cuerpo tiembla como una lira celeste que incendia a la razón. Se desvanece en los destellos que estremecen al océano en noche de estrellas. Mi sangre corre, loca, al encuentro de la belleza; y se funde en el sagrado crisol de su martirio.

» No soy sueño, no, soy vida. Exquisita vida que tocas con tus ojos profundos y tristes. Vida alegre, vida joven: ¡savia eterna!»

DELIA WEBER, «VIDA» en Ascuas vivas (Editora Montalvo, Ciudad Trujillo, 1939):82.

El Estudiante, de Delia Weber. Colección Coiscou Lantigua.

Existen mujeres que traen consigo estar dotadas de energía ancestral, que tienen hálitos de hechizos, que su figura se asimila con lo mítico o la fascinación de la magia de la luna cuando se entrelaza con una realidad distinta a la materia.

En el siglo XX nuestro, fue evidente que hubo una generación que se apropió de la urdimbre a través de las palabras, que tejieron con predestinación su destino y, también, el destino colectivo; pero para hacerlo llevaban consigo en su interior, un yo-ser que representaba -de manera absoluta- a la pureza que trae la condición de entender y descifrar los instantes de la vida o el destello de la chispa celestial.

Oír, escuchar que existe un arcano, es, decirse que, lo propio —como existencia— no es lineal ni horizontal, sino circular. Por eso, el sueño es, al mismo tiempo, lo primigenio; el universo en sí, y todas las dualidades en su conjunto. El sueño es la manera arcana de confluir quienes viajan desde la majestad de lo infinito a la encarnación de la vida, a través del barro. Hay quienes llegan con una aureola o siendo una cascada de puntos invisibles, aun cuando al Nacer dancen haciéndole ofrecimiento a la Luz de los imaginarios que el artesano del Todo le otorga para que puedan incidir en la rebosante y vital la Naturaleza que nos acoge.

Delia Weber, el espejo y su rostro reflejado. Fotografía de Alfredo Senior, 1923.

Delia Weber, primero mística y, luego poeta, sabía que todos traemos —junto al espíritu— navíos llenos de asombro y de sorpresas; que lo cotidiano es una visión fugaz del ahora, que se hace después. Delia Weber, mujer de la palabra y del pincel, no tuvo nunca pretextos para hacer realidad la ilusión frondosa de la Nada, ni la inquietante afirmación de que la creación misma es de distintos colores y de distintos tonos. Ella prefería apelar y, no apelar al mismo tiempo, a los significados, puesto que los significados se cargan con pulsaciones afectivas, pasionales, y por qué no, melodiosos.

Dotada de voz propia y de ideas propias, Delia fue genuina y auténtica. Nunca incompatible con su yo-propio; su morada era un espacio donde habitaban códigos crípticos que encarnaban y encarnarían las claves de sus poemas y de su lienzos.

Venció por tener el don de la espiritualidad sencilla, pausada y meditativa. Desafío a la tiranía, y sobrevivió a las más oscuras noches sin hacerse cómplice del régimen

Era querida y amada; tenía como centro de su existencia explorar la majestad del firmamento. Miraba, y también olía; olía y también daba riendas a las acuarelas, al óleo, al lápiz, al carboncillo, a la filigrana de oro o de plata. De voz melodiosa, con rostro de eterna primavera, Delia encarna —desde su juventud hasta su tercera edad— ser una maestra e iniciada. Le atraía conocer las verdades dadas como perpetuas, destejer los hilos del destino o romper con los cánticos de sus versos las murallas que separan al bien del mal, a la fantasía de lo irreal o de lo real.

Femenina y feminista, a la vez; era como la diosa tierra. Hizo suya a la maternidad de la carne y del verbo, y concibió la libertad de sus hermanas de acción política y social en la luchas por la emancipación; también de las hijas de sus amigas, y la libertad de todas nosotras. Aun conociera la angustia de la sobrevivencia, el dolor incontenido de las pérdidas, su palabra fecunda se diferenciaba de los otros poetas contemporáneos de su generación porque su pensar —y el universo de su crear— tenía una sola sustancia: el conocimiento del puro devenir.

Delia Weber con las manos llenas de flores, como la evoca Rafael Damirón. 1919.

El puro devenir es, lo que se hurga, que adviene, que es adversario de la inmovilidad; más que tú y yo, es el nudo donde se puede metamorfosear lo cierto y lo incierto, y que coloca en vilo a la consciencia.

Así, la consciencia de Delia Weber en su obra poética, al igual que su obra y pictórica donde se anda de cautela, y la representa dándole sorpresas a la curiosidad que es, su curiosidad. Transcurre su consciencia más allá del lenguaje diferente o de la indiferencia. Es su lenguaje un mundo pródigo de fulgores; el estado verosímil e inverosímil que trae en sus pinturas elementos de la prefiguración de lo material o de las cosas. Es por eso, que su obra no puede observarse con una mirada rápida sino con los ojos de la mismísima Eva, la protagonista del exilio del Edén.

Delia Weber. Autorretrato 1918, Post Card. Estudio de Abelardo Rodríguez Urdaneta.

Eva culpable y Eva estigmatizada; la Eva evanescente y tejedora de nuestra desgracia, se perpetúa en nuestra psiquis; trae las mismas inquietudes a todas las cabezas de las mujeres que no son Medusas porque la seducción desde el ver, desde el querer que es la misma en todas las épocas.

Así, nosotras somos, de nuevo, quienes vemos (desde adentro) y desde afuera lo que somos o intentamos ser. Nos vemos focalizadas en el signo, ya que crear es eso: focalizarse en el signo, en la subjetividad que devela la identidad copretérita de cada una.

Margaritas de Delia Weber. Colección Maricusa Ornes Coiscou.

A través de las obras de las artistas visuales convocadas a esta exposición, lo que haremos es, «adoptar una mirada retrospectiva», atemporizar sus distintas perspectivas sobre su-ser en el mundo; conocer sus saberes; descubrir su ahora, sus después o experiencias quiméricas o sus vínculos con sus laberintos ocultos en yuxtaposición con las síntesis de sus apariencias como sujetos en construcción o desconstrucción.

Decir «algo» sobre Delia es, enfocarnos en las distintas etapas de su vida como mujer de su tiempo, como mujer de un siglo. Al nacer en 1900 y fallecer en 1982, fue mujer de un siglo; contrario a todas nosotras que somos mujeres de dos siglos. Es por esto, que la conocemos fragmentada, enfrentándose como sufragista y feminista a las limitaciones que trae la jerarquía impuesta del sexo masculino; cuando éramos cuerpos asexuados y la Historia nos ofrecía solo tener registro de retazos de nuestras vidas.

Anverso de la Tarjeta de José Enrique Hernández a Delia Weber.

Así, en esta exposición — considero— que se muestra a través de obras diversas, la biografía afectiva de cada una de las artistas convocadas a rendir homenaje a Delia. Biografías plasmadas desde lo inevitable de la metafísica del ser; biografías con apelativos distintos, cuestionadoras, matriarcales, simbólicas, que brotan desde lo intertextual o reminiscencias de sus rebeliones de mujer.

Delia, desde inicios del siglo XX, hizo la rebelión del matriarcado. Casó dos veces y se divorció dos veces. Sus cuatro hijos asumieron su matriarcado, reconocieron a la hacedora de su vida, y negaron el rol usurpador desmedido del poder del padre en todas las estructuras familiares y sociales cuando invalida a la mujer; respondieron con nobleza después de su partida preservando su memoria. Rodolfo, Antonio, Salvador y Enrique Coiscou Weber la veneraron. Disfrutaron su impronta estética y su ingenio como dramaturga y narradora. Implícitamente se asumieron en ella y por ella, como hijos excepcionales también incursionaron en la literatura y en las artes.

Delia Weber.

Aun está pendiente la recopilación total de la obra poética de Delia Weber; aun está pendiente poner en valor su obra pictórica, y continuar mostrando al mundo la épica y heroica labor del apostolado que realizó desde el «Club Nostras», la «Acción Feminista Dominicana» y «Alfa & Omega»; aun está pendiente ahondar en estudios sobre su pensamiento místico.

Delia se enfrentó a la maquinaria patriarcal de la dictadura de Trujillo, y venció. Venció por tener el don de la espiritualidad sencilla, pausada y meditativa. Desafío a la tiranía, y sobrevivió a las más oscuras noches sin hacerse cómplice del régimen; sabía que tenía que sobrevivir en ese alucinante tiempo —y de excepción— manifestando su actuar de manera implícita en lo público y de manera explícita en lo privado.

No estoy aquí para hacer la labor de crítica ni de presentadora; considero que, solo articulo las palabras mías para tratar de hacer emerger la biografía de un alma, luego de conocer su cosmogonía a través de las lecturas de su libros y la observación de sus pinturas de lirismo impresionista; es ésta mi interdiscursividad o la epistemología que el azar concurrente quiso que escribiera; es mi legítimo decir, la emergencia de mi sentir por Delia, mi alianza con ella construida paulatinamente desde la década del noventa; es mi mirada que argumenta, las percepciones que conceptualizo, pero es, al final de cuentas, la expresión de mi amor por Delia.

En este mundo a la deriva y en dislocación total, es justo lo que hacemos esta noche: reunirnos para a través de las obras de las expositoras honrar a Delia; la mujer de ojos hermosos que en su paso por la vida solo tuvo correspondencia total, de manera irreversible, con las ofrendas que daba al Universo y que el Universo correspondió en ella dándole en la Eternidad la sonrisa y el beso que el viento le lleva a través de la luz de las estrellas…