Con motivo del 159 Aniversario de la Restauración, el presidente Luis Abinader Corona nos habló durante una hora, y puesto que no mencionó ni una sola vez la palabra cultura –al menos yo no la oí- (no fue su culpa, estoy seguro: es que ante la ausencia de una política cultural los estamentos correspondientes no le mostraron ningún resultado), quiero traer a colación estas palabras que pronuncié en un evento cultural hace ya algunos años, con el único interés de recordarle a nuestro Presidente que sin CULTURA NO HAY DESARROLLO SOCIAL.

¿Y la cultura?

La cultura nos une.

El arte nos diferencia.

La cultura es un todo.

El arte, en tanto que consecuencia del todo, es particular y a la vez universal.

La cultura es lo macro.

El arte, lo micro; mas si es representativo de una realidad social concreta, y propone a la vez calidad y novedad, y ahonda en su compromiso con los más sanos valores de la humanidad, deviene medio expresivo que traspasa su espacio natural para convertirse en propiedad de las colectividades.

Cada hacedor de arte, o sea: el creador, el artista… interpreta los fenómenos culturales desde su realidad, que lo nutre, y le da sangre y vida.

A través de un proceso de abstracción, a veces complejo, el creador le imprime a esa realidad el sello de una manifestación expresiva que trasciende la cotidianidad. En esto, por supuesto, está en juego su compromiso con la sociedad que lo vio nacer y crecer.

Si el creador no hace un pacto abierto y sincero con los valores que deben primar en el hombre a fin de superarse a sí mismo y adueñarse de una sensibilidad superior, entiéndase colectiva, su obra será superflua. ¿Por qué? Porque cuando el arte no se nutre de la savia que determina el acervo cultural, jamás estará en capacidad de interpretar objetivamente los elementos de su interioridad y, por tanto, no alcanzará la dimensión necesaria para educar al pueblo, que es, en definitiva, su razón de ser.

Amparado en estos preceptos, y a fin de descubrir y desarrollar nuestras posibilidades creativas, el Estado debería caminar sin cesar por los más variados entornos de nuestro país, con la voluntad de sembrar en cada punto de esta tierra, fantástica y esplendorosa, la semilla de la educación, el arte y la ciencia. Sería una jornada intensa, por supuesto, plagada de propuestas serias, dirigidas a engrandecer la patria y a dignificar la vida de nuestra población.

Si en ese andar abriéramos la brecha del desarrollo cultural y llenáramos el país de escuelas de arte, y especializáramos en poco tiempo a cientos de jóvenes dispuestos a llevar la educación artística al seno del pueblo, estoy convencido de que solo con esta acción cambiaríamos por bien el rumbo del país y seríamos una nación más sana y más próspera. Pero ¿por qué no se da este paso, que se resolvería con poco dinero y sería trascendental? ¿Es que en la historia dominicana solo el patricio Juan Pablo Duarte ha entendido que sin una correcta política cultural es imposible lograr el desarrollo social?

¿Qué nos pasa? ¿Por qué nuestros políticos no ponen en su boca la palabra cultura? ¿Por ignorancia? Es decir: ¿no conocen su importancia en la historia universal?, ¿no aprecian su alcance en el desarrollo humano? A la verdad, se me hace difícil creer que reine tanta insensatez y tanta indiferencia en los predios de los estamentos culturales del Estado y en el Estado mismo.

Sin desarrollo cultural, jamás superaremos los males que inciden en nuestro diario vivir. Por el contrario, si impulsáramos desde el Estado un amplio y profundo plan de desarrollo cultural, no sufriríamos los flagelos del subdesarrollo ni la demencia causada por el desorden.

Animémonos, pues, y hagamos de la patria un centro cultural que sensibilice nuestra conciencia y nos acerque a una sociedad más justa y equitativa.

Haffe Serulle en Acento.com.do