Primer acercamiento: la cultura enterrada

Estimado Luis: Aunque no nos conocemos personalmente, de niño correteé muchas veces por la casa de la tía Olga y el tío Manuel, amigos entrañables de mis padres, que por entonces vivían en Padre Fantino (La Piña de Cotuí).

Te sigo de cerca y quiero, si me lo permites, colaborar contigo. Se me ocurre que esa colaboración podría consistir en hacerte llegar por esta vía -que es pública, a fin de que  nadie confunda mi intención-, algunas notas de tópicos culturales, que coadyuven a aclarar el camino del CAMBIO (yo preferiría la palabra TRANSFORMACIÓN) y a elaborar ideas  que una vez puestas en práctica incidan favorablemente en la conciencia de los dominicanos.

Es hora de dar un salto hacia el desarrollo esperado por el pueblo: dejar atrás los resortes del atraso, marchar en firme hacia adelante y establecer los cánones de una vida colectiva digna. Debimos lograrlo hace tiempo, pero nos ha faltado decisión y coraje.

Como estoy convencido de que sin la debida conciencia del valor de nuestros símbolos culturales jamás seremos un país desarrollado, ahí van mis palabras: ojalá tengas tiempo de leerlas (no se trata de un manual, sino de  un sentimiento; sí, de un sentimiento).

Desde la fundación de la República hasta hoy, los malos gobiernos nos han imposibilitado conocer el desarrollo material y espiritual  por el que han luchado nuestros grandes héroes: vida digna y mente libre de ignorancia. Ante esta realidad,  nuestra cultura, a fin de preservar su esencia se cuida de quienes han propiciado el atraso. A veces se entierra para cuidarse del enemigo. Enterrarse no quiere decir, bajo ningún concepto, muerte ni encierro, pues la cultura nunca muere  ni se encierra.

La cultura se entierra con miras a no ser tocada por las fuerzas del oprobio. Desde las honduras de su propio desarrollo, se nutre de sí misma y le da mayor significación a la civilización humana. Tampoco se entierra por cobardía, ni porque le tema a la presencia de fuerzas tradicionalmente enemigas de la humanidad. No, la cultura no sabe de cobardía  porque es engendrada, al menos en nuestro caso particular, por la rabia y el sudor de seres que trabajan por el bien de la humanidad.

Allí donde subyace la cultura florecen sus símbolos y signos, y, por supuesto, sus tradiciones. Les corresponde a quienes luchan contra las fuerzas del mal contactar esos símbolos y signos. Para esto, debemos hoyar hondo, pues mientras más brutales son los métodos de dominación, la cultura se desliza vertiginosa hacia las profundidades insondables, donde se preservará con la intención de reaparecer en algún momento de la historia y mostrarse tal cual en medio de titánicas jornadas por la liberación.

En ese proceso, las  fuerzas más sanas y nobles del pueblo deben aproximarse a la cultura, descubrir dónde se ha enterrado y, nutriéndose de ella, combatir los métodos de opresión y explotación de los enemigos de la humanidad.

Toda dominación implica la sustitución de la verdadera cultura por falsos valores. En nuestro caso, lo vemos en la bazofia que predomina en los medios de comunicación, principalmente en el cine, la televisión y la radio. Vivimos como si no nos importara este proceso de degradación, como si el Estado careciera de instituciones capaces de torcerles el pulso a quienes nos alienan. ¿Dónde están los hacedores culturales del Estado que no dan la cara?

Ya decía Carlos Marx, en uno de sus artículos dedicados a la nefasta presencia de los ingleses en la India, que la política colonial privaba a los hindúes de su antigua cultura y de los fundamentos de su existencia, y declaraba que esta política revela la barbarie innata de la cultura burguesa (engendro de violencia, pobreza, ignorancia y caos).

No hay cultura sin pueblo, porque él es su creador, mas los pueblos dominados por las fuerzas del terror viven sin conciencia de su cultura y, por tanto, distantes de ella. Esto es comprensible porque quienes se enriquecen a costa del sudor de los pueblos y de los tesoros que brotan de los ríos, mares y montañas, nos inculcan el consumismo y el individualismo como filosofía de vida, y de ahí el apego a los tentáculos  del oscurantismo.

Por supuesto, esos falsos valores son pilares que favorecen el terror y el miedo, y sus efectos son tan demoledores que los pueblos caminan sobre nubes ensombrecidas y pierden el sentido de la realidad, es decir: son víctimas de la alienación.

Haffe Serulle en Acento.com.do