En la “Galería de las colecciones reales”, el nuevo y espléndido museo madrileño, encuentro un pequeño lienzo, de 20 por 27 centímetros, que no puede sino sorprender a los aficionados a la pintura.
Fueron los impresionistas quienes, más allá de las nuevas técnicas pictóricas, nos mostraron casi por vez primera lo que no suele verse. O, mejor dicho, nos mostraron personas y cosas desde donde no suelen verse.
Probablemente en ello fue importante la invención de la fotografía que, si empezó como mero registro de lo que estaba o se ponía por delante del objetivo, pasó a querer incidir sobre la realidad, dándonos visiones nuevas. Así, el personaje dejó de ocupar el centro del cuadro, o perdióse la frontalidad de la mirada. Vimos, al fin, en el lugar donde las líneas de la visión confluían, espaldas, nucas, perfiles.
El caso es que, casi al final del recorrido, descubrí el pequeño lienzo de Jean Jacques Guillaume Bauzil, nacido en Colonia en 1766 y muerto en Madrid en 1820, donde vivía desde 1796. Fue en España miniaturista de cámara. Recuérdese que la fotografía no se inventa hasta que a Joseph Nicéphore Niepce no se ocurrió otra cosa que jugar con el peltre, el betún y la luz para fijar las imágenes en 1825. ¿Cómo enviarle antes un retrato al hijo para que recordase a la madre? ¿Cómo mostrarle al príncipe heredero el rostro de la princesa extranjera con la que deberá casarse? ¿No podríamos llevar una imagen de una persona querida en un relicario, guardada en un guardapelo? Sería bonito llamar a ese objeto que adorna cuello y pecho “un imaginario”.
“—Purita, voy a comprarte un imaginario para que lleves siempre mi retrato cerca del corazón”.
En la ciudad portuguesa de Évora existe una calle denominada “Rua do imaginario” y esta palabra en portugués significa lo mismo que el español “imaginario” pero, también quiere decir “imaginero”, “el que hace imágenes de adoración”. ¡Qué estupendo que alguien pueda hacer imágenes imaginarias! Al fin y al cabo, la imagen de la persona que amamos, que adoramos, es aquella que cada uno se imagina, la que responde a todas nuestras imaginaciones, deseos o esperanzas. Y Purita, tan enamorada, nos responde:
“—No necesito tu imagen cerca del corazón, siempre la llevo dentro de él”.
Y el amante se deshace de sentimiento.
Ya me he salido otra vez de las Colecciones Reales. Decía yo que encontré un cuadrito de Bauzil: Carlos IV, de espaldas. Anterior, claro es, al invento de la fotografía. El lienzo sólo muestra la cabeza del rey vista por detrás, con el pelo (o la peluca) recogido en trenza por un lazo negro. Ya está. Es todo. Un rey que no supo mirar a la cara de su pueblo, avergonzado de su debilidad. Que abandona el país en manos de Napoleón. Que no sabe resistir a las apetencias de su hijo Fernando quien, luego, llegará a ser probablemente el peor rey de España.
Pero me pregunto si el cuadrito no es una metáfora. Si no es el retrato del político, de muchos políticos, esos que gobiernan pero sin mirarnos a la cara. Que creen no equivocarse nunca, seguros de ver más allá que los pobres ciudadanos, a los que convierten en súbditos, esos políticos siempre de espaldas. ¿Cuántos miniaturistas como Bauzil necesitaríamos?
A la salida compro una postal del cuadro. La he puesto enfrente de mi mesa, apoyada en los libros, para recordar que lo mejor es escribir sobre la imagen de lo imaginario.