Es probable que a alguien se le haya ocurrido la idea de pensar que Borges es un personaje inventado por Borges. Pues el propio Borges, quien parece haber bajado del espacio sideral ha inspirado esa rara incursión en lo extraño, dispuesto a doblar su personalidad literaria, dedicada, un tiempo al Borges real, un tiempo al narrador de las historias. Dos versiones que de paso, lo convierten en un personaje fantástico. Lo convierten sin duda en el otro, una estrategia literaria que le permitió mirar la realidad desde diversos ángulos.

Diríamos que el Borges real inventó el peculiar modo de ser argentino  o porteño quizás: Caminar con aire bonaerense por las adoquinadas  calles del centro de la ciudad,  pasearse por los cafés y restaurantes del barrio de Palermo o la mítica avenida corrientes.  Mejor que nada, planificar la próxima trama de un cuento policiaco con Adolfo Bioy Casares, en una quinta de la ciudad que llegó a mitificar con fervor.  Algo tan cotidiano como tomarse un café por las mañanas y leer los diarios, podría ser obra del Borges real. Por eso llegó a afirmar que ser argentino es una ineludible realidad del destino. Veamos a propósito el Borges inventado: ¿Celestial, epifánico? El Borges imaginario, el de la ficción, aquel que construye sus desconcertantes tramas, mientras H. Bustos Domec, piensa en Don Isidro Parodi, con sus seis problemas a cuestas para resolverlos desde una celda de la cárcel, puede ser.

Llegó a decir que el otro Borges, era quien inventaba las historias, porque él no era capaz de nada. Eso significa que vivió con un pie sumergido en sus laberintos literarios. En uno de sus cuentos más memorables se comporta como un semidios que lo contempla todo. No en vano se inventó un Aleph. Especie de mirador cataléptico a través del cual contempló los variados e inalcanzables puntos del universo. Así escribió: “Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi la noche y el día contemporáneo, vi un laberinto roto (era Londres), vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó a mí”. Este recurso, le permitió sin duda, encarar los mundos posibles de su emblemática escritura.

Después de esa mirada tan planetaria,  ¿quién duda que el metro de la ciudad de New York sea un laberíntico escaparate lleno de cuevas y carriles interminables que no van a ningún lugar? ¿Quién duda que el mirador de un edificio como One World Trade Center en el bajo Manhattan sea un Aleph moderno desde donde se multiplica el universo neoyorquino? Si caminas por el piso transparente de la torre Edge, en Midtown, cuyo mirador se encuentra a doscientos metros de altura, un equivalente a ciento cinco pisos, al mirar hacia abajo experimentarás una extrañísima sensación de vacío. Esa experiencia metafísica basta para darte cuenta que los laberintos neoyorquinos son tan infinitos y tan perplejos como las interminables puertas del aquel famoso cuento alegórico de Borges: Los dos reyes y los dos laberintos.

Para Borges la realidad era un estado fallido de cosas, en cambio, el orden solo existía en la imaginación y en la memoria. De ahí que sus ficciones sean tan certeras, que no funcionan como espejo o extracto de la realidad argentina,  sino que  revierten el orden normal, y  que gracias a su carácter de verdad, se convierten en  la realidad misma. En Borges la ficción es una realidad aprehensible de la mente, una realidad psicológica que perturba y que conmueve. Algo que el cerebro vive escamoteando a partir de la lectura de sus paradojas y sus memorables fantasías. No es de extrañar entonces que su idea de la política fuera tan sui-generis. Siempre estuvo en contra de lo que la mayoría aprobaba como bueno y válido, mientras estaba a favor de lo que los demás rechazaban. De ahí que apoyaba sin aspavientos, de manera fría y tozuda a los regímenes totalitarios más oprobiosos del continente. Por eso, sus enemigos lo señalaron siempre como fascista. Quizás esa fue una de las causas por la cual no recibió el Nóbel.

Jorge Luis Borges escribió rebasando sus propios límites. Escribió en contra del olvido, como un acto de rebeldía o conmiseración, desafiando sus posibilidades físicas porque quedó ciego a temprana edad.  Pues a su memoria le asignó la función de procurarse un espacio con el que ganó mucho terreno en el campo de la fantasía y en la búsqueda de la eternidad. De ahí que está situado en un lugar infinito de la memoria y el imaginario colectivo universal. Luego viene el Borges inventado por los lectores, el Borges mítico: Lo imaginamos sonriente y pausado, envuelto en una batola de algodón, sentado en la sala de su apartamento, devorando un libro de Chesterton o dictando un cuento a María Kodama. Si entráramos a su pensamiento, diríamos que vivió como un fantasma o como un personaje literario extraído de la clasicidad.

De hecho, él mismo se convirtió con el tiempo en un personaje que inspiró a otros personajes, a otros autores, por eso ya es un clásico de la literatura. Diríamos que el tiempo ha creado el Borges mítico: Irónico, escéptico, apoderado de la burla y el sarcasmo, ajeno a la crítica, desbordado en sus célebres frases, porque rebasó los límites de su propia imaginación. ¿Y cómo a un hombre que se inventó ser escritor se le ocurre la idea de inventar a otro personaje como Enma Zun, por ejemplo, y a un individuo sin rostro, pero dotado de garras, como EL hombre de la esquina rosada. Solo las enseñanzas de las que era capaz nos permiten imaginar el rostro de este enigmático personaje de las calles de Buenos aires.

A simple vista, Borges no pensaba en él a la hora de escribir, ni mucho menos en los lectores. Pensaba más bien, en sus personajes, a quienes dotaba de carne y hueso. Y eso fue posible porque sus héroes tienen volumen: piensan, reflexionan, proponen axiomas, arman conjeturas, analizan y uno como lector está condenado a creer en ellos; está condenado a odiarlos o amarlos, sin pensar en los motivos o en el origen de sus vidas. De los personajes de Borges nos importan más las consecuencias que las causas. Nos aprisionan más los huecos que nos dejan en la mente los heresiarcas de la mítica Tlon. Una ciudad precientífica que, de hecho pretende quitarnos el sueño.

Jorge Luis Borges y María Kodama.

A simple vista, este fenómeno se debe a la existencia de un personaje llamado  Borges, que vive  inventando sueños y devolviéndole al cerebro lo que este  a simple vista ignora.  A acaso, sus lectores ignoran también que Borges es un dictador del lenguaje: Hizo de la fantasía un poderoso imperio imaginario, muy cercano a la ciencia, a la psicología y a la filosofía. Exploró como nadie las esferas del mundo onírico.  Una zona inédita con la que creó un puente eterno entre “el recuerdo y la ensoñación”. Ejerció con fuerza el poder de las palabras. Por eso llegó a explorar todas las formas posibles del lenguaje: Mezcló el ensayo con la ficción, haciendo de ellos un género aparte; la crítica  literaria con la poesía. Así que hizo confundir el cuento con la alegoría y la memoria, mientras su universo mental elucubró nuevas formas de la reflexión filosófica y su conexión con la historia.

Desde el rincón más remoto de su memoria gestionó el encuentro con la cultura universal. Exploró todas las vertientes del tango y la cultura popular argentina; las posibilidades de la Kábala y las manifestaciones de las culturas orientales, elementos que contribuyeron en la construcción y en la “salvación de su identidad” como escritor.

Su estado imaginario es un fideicomiso: ¿Cuál lector de Borges no ha salido a buscar un dato histórico referido por él, así sea el título de una obra, o el nombre de un autor que no existe? En definitiva, sometidos a un estado inconsciente de perplejidad, todos su lectores hemos sido víctimas de sus trampas, cuyos juegos demuestran  a ciencia cierta el socavamiento de las leyes de una realidad que él aprovecha para convertirla en literatura y  en materia orgánica de la creación: Luego, todos estamos conscientes que con la lectura de Borges, los efectos de la imaginación  invaden el cerebro y nuestra memoria queda fermentada para siempre.

Eugenio Camacho en Acento.com.do