Pedro Francisco Bonó, aunque quedó marginado, fue el analista más profundo del proceso histórico del siglo XIX. Elaboró sus textos de mayor densidad en el primer lustro de la década de 1880, con dos excepciones sobresalientes, uno de 1857, Apuntes para los cuatro ministerios de la República, en el cual ya hay gérmenes de su problemática intelectual característica, y el otro, grandioso hálito postrero de 1895 que tituló Congreso extraparlamentario. Llevó a cabo sus análisis en clave sociológica, extendida al ámbito de las mentalidades, guiado por la finalidad de que se conservase el campesinado (núcleo de las “clases trabajadoras”) que percibía en peligro a causa del “capitalismo del privilegio”, impulsado por sus amigos del Partido Azul, y la corrupción, condensación de “todos los males”. Su posición de izquierda, acaso cercana a una variante de socialismo cristiano existente en Francia, se conectaba con una intención tradicionalista para impedir la destrucción del modo de vida que asociaba con la gestación del pueblo dominicano y el orden republicano de autonomía nacional.
Esta intención analítica y crítica implicaba la búsqueda de una intelección global de la sociedad, junto a propuestas comprensivas que han sido analizadas en textos de Raymundo González, Julio Minaya y míos. Como era inevitable, la relación con el vecino Haití se situó como uno de los nervios de sus reflexiones, presente desde 1857, en la denuncia del “exclusivismo” del “enemigo”, cuando todavía el emperador Faustin Soulouque pretendía aplastar la voluntad de autonomía nacional del pueblo dominicano en su totalidad.
Desde entonces, Bonó formuló una propuesta acerca de las causas de la contraposición de los dos países. Donde más desarrolló esta línea de reflexión fue con motivo de un rumor de invasión haitiana en enero de 1885, en un artículo titulado “La República Dominicana y la República Haitiana”, publicado en El Eco del Pueblo en cuatro entregas, inserto en la recopilación de Emilio Rodríguez Demorizi, Papeles de Pedro F. Bonó (Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 1964). Las miras ahí expuestas las reiteró una década después en Congreso extraparlamentario.
Lo importante consistía, pues, en la disposición del conglomerado dominicano a la coexistencia e integración de todos, a pesar de las variantes de racismo de sectores dirigentes.
Abundó sobre lo que entendía como “antagonismo perpetuo en que mantiene a ambas naciones tan opuestos propósitos” (Papeles, pp. 343-344.). Situaba el nervio del conflicto en que ambas naciones se amenazaban mutuamente a causa de los principios contrapuestos que habían normado su constitución. Mientras la República Dominicana se había estructurado sobre la base de “tendencias cosmopolitas”, la República Haitiana lo había hecho sobre “tendencias exclusivistas”. La continuidad de las últimas, razonaba, solo se podría garantizar mediante “la absorción de los dominicanos y la indivisibilidad del territorio”.
En Congreso extraparlamentario retomó ambos principios antagónicos alrededor del problema de las razas (noción errada que aceptó y que se puede equiparar a grupos de color), a su juicio fundamental en la estructuración de ambas formaciones sociales. Atribuye al exclusivismo haitiano el reconocimiento de una sola raza, la negra, y al cosmopolitismo dominicano la apertura de la diversidad, aunque con preferencia de la raza blanca.
… Haití tiene como fondo incontrastable de su conservación y progreso, el exclusivismo de una sola raza: la negra, única objeto de sus amores y predilección; mientras que la República Dominicana tiene como fondo incontrastable el cosmopolitismo, la expansión de todas las razas en su suelo, aunque con bastante predilección por la blanca, de quien cree y espera recibir más fuerza. (“Congreso extraparlamentario”, en Papeles, p. 394).
Lo importante consistía, pues, en la disposición del conglomerado dominicano a la coexistencia e integración de todos, a pesar de las variantes de racismo de sectores dirigentes. Aseveraba que esta disputa de políticas “tan diametralmente opuestas” imponían recelos en ambos países, los cuales “sólo cesarán cuando intereses comunes más superiores dominen con su grandeza el estrecho horizonte que éstas encierran”. Para tal momento aseguraba que la República Dominicana tenía mejores condiciones, al presentar al “movimiento continuo de las razas humanas un sitio más libre donde poder residir y obrar, y con la desaparición gradual que observamos en las ideas actuales en las preocupaciones de color y procedencia”. Gracias a esta capacidad de apertura, los dominicanos tendrían “mejor aptitud que su vecina para producir el núcleo de una poderosa confederación que concurra de una manera digna a la misión de los americanos en el planeta”.
Afín con sus convicciones de igualdad y fraternidad, Bonó anunciaba el final del conflicto nacional y antropológico por medio de una confederación, único medio para él de gestación de una sociedad deseable. En ese momento las únicas naciones soberanas de las islas eran los dos países de la isla de Santo Domingo. Como tantos otros pensadores, cifró expectativas en la independencia de Cuba y Puerto Rico, pero también en un arreglo con Haití.
Ahora bien, para el logro de una patria en que la reinase la democracia y la igualdad, se precisaba de una profunda reforma entre los dominicanos. El exclusivismo negro haitiano, aunque imposible de imponerse por la división de las instancias de poder de ese país, por lo menos implicaba un propósito. En cambio, aseguraba Bonó, los dominicanos no tenían ningún principio cohesionador.
Describía, por una parte, un panorama psicológico de apatía en todas las instancias sociales. Pero más importante venía a ser la ineptitud de lo que calificaba de clase directora, que propugnaba por un sendero que llevaría a la destrucción de la nación por efecto de la explotación social entronizada por las empresas azucareras en el Este.
Tal trasfondo auguraba la perpetuación inevitable del conflicto y, subsiguientemente, del peligro en que se encontraba la comunidad dominicana por efecto del exclusivismo haitiano. Bonó cuestionaba la confianza de los políticos en el poder de que habría desaparecido el peligro de ataque bélico a causa de las divisiones persistentes de las instancias de poder del país vecino. Describía los vaivenes de la relación entre los dos países, desde el antagonismo en el terreno de las armas posterior a 1844 a la normalidad de las relaciones en años recientes. Sin embargo, alertaba que la raíz del conflicto permanecía intacta por efecto de la perpetuación de los principios divergentes que pautaban la existencia de ambas naciones insulares. Clamaba, por consiguiente, por el impulso de las reformas para consolidar la comunidad nacional, recuperar el patriotismo, desarrollar un esquema democrático y, con todo ello, preservar la soberanía nacional.
Como es normal a la hora de las predicciones, algunas de las que enunció Bonó no se cumplieron, pero, a más de un siglo y cuarto de sus disquisiciones, algunas guardan una actualidad impresionante. A la hora de trazar una evaluación comparativa de dos situaciones, como resulta de rigor, se han de tomar en consideración las variaciones de contextos.
Es obvio que las condiciones de 1885 difieren en múltiples campos de las de 2022. Desde inicios del siglo XX desapareció la posibilidad de un conflicto bélico entre los dos países. Los motivos e intereses divergentes entre ambos han adoptado perfiles nuevos. Las sociedades han experimentado variaciones profundas. Mientras República Dominicana ha entrado en una senda de crecimiento económico, no exento de la perpetuación de fuertes desigualdades sociales, Haití experimenta una parálisis que la sume en una miseria generalizada y creciente. La posición de las “razas” en ambas sociedades ha conocido reformulaciones considerables, para no decir que fundamentales.
Con todo, las advertencias formuladas por Bonó bien pueden contribuir a resituar de manera justa la problemática actual de las relaciones entre los dos países. Aunque con modificaciones sustanciales, por desgracia persisten líneas de conflicto. A pesar de la variación de problemáticas, las propuestas de solución avanzadas por Bonó bien pueden servir de marco de reflexión para la solución práctica del problema desde el lado dominicano.
Por una parte, aunque sometidos a un proceso de dispersión política que los condena a la inhabilidad, en el grueso de los medios dirigentes haitianos persiste a la fecha de hoy en una disposición hostil hacia la comunidad dominicana, considerada fuente de sus problemas. Aunque no lo expresan taxativamente, no renuncian al sueño de la indivisibilidad de la isla y perciben con resentimiento la existencia de la comunidad dominicana.
Lo nodal en el cambio de contextos históricos tras casi siglo y medio es que, en la actualidad, del lado dominicano el meollo de los problemas vinculados a las relaciones entre ambos países no se genera en Haití. En vez de la posibilidad de una nueva conflagración, en cuanto toca a República Dominicana el problema radica en la inmigración masiva y creciente de nacionales haitianos en condición ilegal. Esta situación entraña peligros inconmensurables para un futuro no lejano, dada la celeridad del fenómeno, aunada a la severa desarticulación de la formación social haitiana. Si bien, ciertamente, los haitianos buscan como salida más fácil al espanto en que viven en su inmensa mayoría, la migración a República Dominicana, la más viable, el flujo migratorio depende de la recepción favorable que tiene en sectores de la comunidad dominicana, interesados en beneficiarse de mano de obra ilegal, por definición más barata y sometida a condiciones de vida más desfavorables. Desde mediados de la década de 1970, le ordenamiento institucional dominicano, a tono con la lógica de intereses del capitalismo local, no ha podido detener la migración. Aun así, medios vinculados a la comunidad haitiana, principalmente radicados en el exterior, utilizan la condición de los migrantes para desplegar una campaña incesante contra los dominicanos vistos en bloque. Con ello buscan, ante todo, reforzar los grupos de presión, en el interior del país y en el exterior, los cuales, por motivaciones variadas, contribuyen a impedir la implementación de una política migratoria conveniente para la comunidad dominicana.
A la fecha, por tanto, el principal problema en juego radica en la dialéctica que emerge entre el interés de los beneficiarios de la explotación de los ilegales, la consideración geopolítica de las potencias en la válvula de escape de la carga explosiva en Haití, así como de medios dirigentes de ese país (puestos de relieve, por ejemplo, como recurso de liderazgo por el energúmeno Claude Joseph) y los planes que persiguen la recolonización de Haití para explotar a discreción sus recursos naturales aprovechando el estado anárquico en que ha caído.
Ante un panorama tan delicado, la comunidad dominicana requiere un golpe de timón precisamente en los términos enunciados por Bonó. Reviste urgencia la enunciación de principios en dirección a la equidad social, de suerte que prevenga que la codicia sin límites que impulsa la explotación social conduzca a la desintegración de la comunidad dominicana. Urge un propósito unificador, alrededor de criterios de integración, democracia y equidad, lo posible en las presentes circunstancias. Al elevar la recuperación del patriotismo como principio clave para un sentido de misión que confiera aliento a la existencia de los dominicanos como nación, Bonó ha dejado un marco de referencia nacional y democrático para considerar los problemas actuales que se derivaban de las relaciones con Haití. Este ha de incluir, no por casualidad, la búsqueda de la fraternidad entre los dos pueblos.
Roberto Cassá en Acento.com.do