Los estudiosos de la Biblia afirman que San Lucas utilizaba diversos documentos, a los que añadió datos y conocimientos técnicos desde la visión del médico que era. Pero también suprime aquellas referencias que a los destinarios de su texto, gentiles y no judíos, probablemente, no les interesaban. Es decir, no escribe un testigo (pues San Lucas no lo era), sino alguien que se documenta en escritos anteriores y relatos orales y, de ellos, selecciona determinados aspectos, deja otros en el olvido e introduce su propia visión, todo ello en virtud de los intereses que motivan el nuevo relato.

Los evangelistas no escriben para los judíos, sino para los llamados gentiles, más permeables y mejores receptores de la Buena Nueva. Al fin y al cabo, los judíos creían ya en un Dios único y el cristianismo podía interpretarse como una simple variante, más o menos igual a otras, de lo ya aceptado. Un clásico historiador de las religiones, resume diciendo que “nuestros Evangelios nos enseñan lo que diferentes comunidades cristianas creían saber de Jesús entre el año 60 y el 100 de la era Cristiana; reflejan un trabajo legendario y explicativo que, durante cuarenta años por lo menos, se había realizado en el seno de las comunidades”. Junto a estos rasgos de contenido que pueden estudiarse filológicamente, están los aspectos retóricos más o menos localizables, como ciertos rasgos típicos del género biográfico grecorromano.

Jesús y los apóstoles.

Que el discurso resultante pudiera o no transformar la predicación de Jesús para que los gentiles pudieran aceptarla, creando con ello la posibilidad de la gran expansión del cristianismo, no es lo menos importante. Estamos ante uno de los problemas que surgen a la hora de comparar la literatura con la historia (aunque el propósito último de los Evangelios no sea histórico, sino religioso a partir de un relato histórico-costumbrista): que toda escritura aparece condicionada por el interés del escritor y por la ideología, entendida ésta según su sentido académico: “conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político”.

No podemos confundir la verdad o no de la existencia histórica de Jesús, la verdad o no de su divinidad, la verdad o no de sus actos y predicaciones, con el discurso que históricamente se fraguó y que es poseedor de una capacidad de persuasión, de argumentación y de adaptación a las necesidades históricas…

De la construcción ideológica formó parte, sin duda, la desnacionalización del movimiento cristiano, que la distinguió de los otros levantamientos religioso-políticos coetáneos. El cristianismo, escapando de lo que podía imponer su fuente histórico-literaria e incluso rompiendo las líneas de las predicaciones de Jesús, quien siempre se dirigía a los judíos, adquirió una vocación universalista y ofreció a Cristo como modelo de comportamiento en cuanto hijo de Dios capaz, sin embargo, de sacrificio por los demás, fueran de la procedencia que fueran. Esto que produjo un impulso espiritual poderosísimo transformador del pensamiento y del concepto de vida. En Vida de Jesús (1863) bello libro literariamente, aunque repleto de errores históricos, Renan, el primero que buscó acercarse a la figura humana de Jesucristo, considera que el cristianismo, al cabo de trescientos años de construcción de su discurso, se constituyó como el acontecimiento capital de la historia del mundo, por  haber conseguido el paso a una religión fundada sobre la unidad divina, la trinidad y la encarnación del hijo de Dios. Como el cristianismo pronto fue más allá del universo judío en el que sugiera, cabe preguntarse cuándo los cristianos dejaron de ser judíos.

novela-La-casa-de-Jampol-1967-de-Isaac-Bashevis-Singer

El libro de las “religiones con libro”, una vez fijado, tiene tendencia a imponer su textualidad de forma tal que las creencias parecen incapacitadas para cualquier evolución. El ejemplo más claro es el Corán, cuya escritura es intocable. De ahí las dificultades, no siempre bien resueltas, que esas religiones han tenido con la innovación científica. En la novela La casa de Jampol (1967), de Isaac Bashevis Singer, Ezriel, hijo de un rabí, se hace una serie de preguntas que chocan con los libros sagrados y “apestaban a herejía. […] ¿Por qué razones hay pobres y ricos? ¿Qué había antes de que el universo existiera? ¿Tienen alma los machos cabríos? ¿Era Adán judío? ¿Llevaba Eva sombrero? Encontraba siempre contradicciones en las Sagradas Escrituras […] y lloró y blasfemó cuando leyó que Abraham había enviado a su concubina Hagar al desierto con tan sólo una jarra de agua, por lo que la mujer casi murió de sed”. Más adelante en la novela de Singer, Ezriel enfrentará descubrimientos científicos con los enunciados bíblicos. Los ejemplos, tanto en la religión judía, como en las cristianas o en la musulmana podrían ser numerosos.

No podemos confundir la verdad o no de la existencia histórica de Jesús, la verdad o no de su divinidad, la verdad o no de sus actos y predicaciones, con el discurso que históricamente se fraguó y que es poseedor de una capacidad de persuasión, de argumentación y de adaptación a las necesidades históricas, que ha servido de modelo también para la construcción de tantos héroes plenamente literarios. Dice Michel Onfray (en un libro, por otra parte, de una frivolidad escandalosa: Décadence, 2017) que existe un Jesús de papel, queriendo expresar así las fuerza de discurso elaborado a lo largo de los siglos, que sería de alguna suerte paralelo a la imagen de Jesús construida por el arte, a falta de alguna descripción física con visos de realidad.

Jorge Urrutia en Acento.com.do

Página de Jorge Urrutia