Hablar de la Guerra de Abril implica el examen de procesos que por el tiempo transcurrido son parte de la historia del presente, de la otra historia, la de lo vivo o de procesos abiertos, cuya explicación tiene en el testimonio un apoyo determinante. Comprobé nuevamente este criterio al escuchar esta semana la disertación de Teresa Espaillat, combatiente de Abril. Destacó que mantiene en sus recuerdos imágenes de la acción y la mirada rebosantes de arrojo de los constitucionalistas, luchadores junto al pueblo por el retorno a la Constitución de 1963. Con precisión de arquero, explicó cómo, en cuatro días, la lucha popular superaba a los golpistas de septiembre. Su voz cobró más vida al referirse a la batalla del Puente Duarte como el bautismo del liderazgo de Caamaño, y avance hacia los objetivos resumidos por el coronel Fernández Domínguez en la consigna: Que los militares devuelvan al pueblo lo que le han quitado. Mas, su semblante fue distinto al referir el desembarco en el país de unos 500 marines norteamericanos, el 28 de abril de 1965. Los invasores fueron más de 40 mil.
Desde aquel 28 abril, causante de que la lucha por la democracia deviniera en guerra patria, el pueblo asumió con firmeza la defensa de la soberanía mancillada. Todavía repican entre los sobrevivientes de la trinchera del honor las notas y versos del himno a la Revolución. También presentan sus temores con suspiros y renuevan la gloria del deber cumplido. A cuatro meses se extendieron las ocho horas que los invasores creían suficientes para someternos, dilación que forzó la firma de un acto en que “no vencimos, pero tampoco fuimos vencidos”. En abril de 1965, la zona constitucionalista fue sobrevolada por aviones traídos por el Portaviones Intrépido, mientras Yolanda Guzmán, como informante, se vestía de coronela. En Abril se expresó el valor de los hombres de uniforme, y de civiles, carentes de formación militar, pero fortalecidos por ser actores, testigos o protagonistas del acontecimiento de mayor trascendencia del siglo XX dominicano. Guiados por ese sentimiento, consigna Pedro Mir: actuaron los dominicanos llenos de patriotismo y de cólera infinita, mientras, solamente por miedo, nos invadían los norteamericanos, llamados por gente del despotismo local más oscuro.