La estética propia del decir literario reluce con total elegancia en la prosa poética del intelectual y diplomático dominicano, Andrés L. Mateo. Estamos pues ante una narrativa que no puede ser definida sólo por la linealidad de los acontecimientos contados. Verbigracia, tras recibir el primer anónimo, el personaje principal de la novela, “El violín de la adúltera” (Décima edición, 2023), se traslada al pasado de forma introspectiva; viaje mental que le permite conocerse interiormente para comprender que en su vida no existió ni existe ningún indicio que estuviese dirigido a desvirtuar su natural deseo carnal.
Ese regreso al pasado no lo aleja definitivamente del punto de partida de la narración, ya que el lector podrá descubrir con facilidad cómo los acontecimientos se desarrollan en un ir y venir que se prolonga por un mes y veinticinco días, aunque la complejidad del universo ficcional creado por el sujeto autor implica años de hechos vinculados a la realidad real (p. 219).
La estrategia de colocar en posición de diálogo unos mensajes anónimos con unos diarios que hablan de esos anónimos y de otros escritos del personaje principal, y de personajes secundarios, es sublimemente notorio. Tómese en cuenta que Néstor Luciano Morera expresa su intención de escribir una novela y, amén de ello, escribe poesías, las cuales regala a Maribel Cicilio. Este tipo de narrativa de nuestro prestigioso autor en ningún momento renuncia al uso poético del lenguaje, como sí suele acontecer en algunas “protonovelas” que, dada la densidad de lo narrado, suele perderse el ritmo y el encanto propio del decir literario.
En tal sentido, el manejo del tiempo es retrospectivo, circular y prospectivo. En el primero el narrador retrocede al pasado para conocer mejor su propio ser, su existencia. Gracias a ello podemos saber detalles de su infancia, de su adolescencia, de su ingreso a la universidad, etcétera. Con el segundo, el narrador retorna al punto de partida para encontrarse sumido en un mundo perplejo y confuso, solo aliviado por los senos de Ligia Monsanto.
Este uso magistralmente artístico de cada palabra, de cada sintagma, de cada proposición, de cada oración es, a mi juicio, lo que hace de esta décima edición una obra de arte verbal estéticamente singular.
Ese uso del tiempo, de ir al pasado y retornar al presente, se mantiene casi hasta el final de la obra. La prospección, por una parte, se construye con la perspectiva que, del poeta Héctor J. Díaz, el narrador se hace cuando se entera de que éste será reconocido en la ciudad de NY. Por la otra parte, el tiempo cambia cuando este personaje decide cambiar el rumbo de su inestabilidad existencial, acontecimiento que no me interesa contar ahora porque ello sería equiparable a darle un tiro de gracias al relato, aunque este solo sería efectivo para lectores conformistas.
El estilo de la redacción es culto. La narración se expone en una prosa compuesta por oraciones no tan extensas ni tan breves, lo que permite que el lector pueda captar el ritmo sin divagar en el proceso. El uso de un vocabulario culto, matizado por locuciones adverbiales e interjectivas propias del español, constituye en parte fenotipo intelectual del sujeto creador de la obra.
La novela en sí misma niega la clásica y radical separación entre verso y prosa, en tanto todo lector con sensibilidad estética, desde su portada hasta el último signo de su contraportada, pudiera percibirla como un macropoema en prosa, puesto que resulta difícil separar los opúsculos de la narrativa misma. Este uso magistralmente artístico de cada palabra, de cada sintagma, de cada proposición, de cada oración es, a mi juicio, lo que hace de esta décima edición una obra de arte verbal estéticamente singular.
Estamos pues ante una novela que merece ser leída y releída en nuestras aulas porque permite apreciar los dotes literarios de un cultor de las artes verbales que no es insensible a la condición humana de un pueblo que transita por los senderos de la construcción de una democracia, de un Estado de deberes y de derechos a la semejanza que ha sido concebido por nuestros padres fundadores con los mejores valores que enaltecen lo que somos como seres humanos: “dignidad, libertad y justicia para todos y todas”.
¡Enhorabuena, Andrés L. Mateo!