El espacio público urbano fue una de las zonas vitales donde se llevaron a cabo las intervenciones artísticas impulsadas por el Frente Cultural durante la contienda armada de 1965.
Quizá la decisión de tomar las calles por asalto fue motivada por la espontaneidad del momento o tal vez ya constituía parte de la estética organizativa de los proyectos de avanzada cultural. De cualquier manera, la ocupación del espacio público tenía antecedentes en la lucha antitrujillista y en el deseo de expresar la pérdida de miedo a los golpistas septembrinos de 1963 y a los remanentes políticos y culturales del trujillismo.
La acumulación de fuerza a través de las luchas sociales (destrujillización, irrupción del feminismo de izquierda, luchas obreras, fuero universitario) culminó en la apertura política y cultural de la década de los años setenta.
En abril del ‘65, la lucha ideológica traspasó las fronteras íntimas del hogar, de las iglesias, de las escuelas y de los lugares de trabajo. En fin, fue de lo privado al espacio público.
El arte público era una convocatoria a observar y pensar críticamente, a observar otras formas de ser, desmoldando la falsa realidad y los muros mentales que el régimen dictatorial erigió a través del uso de la más burda propaganda nacionalista y racista y por supuesto, a base de la violencia de estado.
Irónicamente, la parte antigua de la ciudad donde se erigió el centro del poder colonial, sirvió de telón de fondo a la producción cultural representativa del espíritu revolucionario de la época.
Reflexionando en torno a las prácticas artísticas del Frente Cultural, Aniova Prandy, joven artista e historiadora de ese arte combativo que marcó toda una generación, escribió lo siguiente:
“La Ciudad Colonial fue escenario metasimbólico en el que el programa estético y social del movimiento gana impulso como instrumento político que canaliza la tensión de los acontecimientos, reprograma la simbología de la ciudad y establece nuevas condiciones de circulación y recepción de los mensajes. De esta suerte, el accionismo gráfico, casi performático, se convirtió en el medio idóneo sobre el cual refigurar la realidad. En definitiva, se potencia el valor iconográfico de lo público y se crean actos de co-presencia entre la experiencia y la acción cultural. En esa misma medida, se reconocen nuevas formas, temáticas y modos de producción literaria, pictórica y escénica que delimitaron la frontera del antes y después en el arte contemporáneo dominicano.”[1]
En 1965 la gente común, chiriperos, trabajadores, estudiantes de clase obrera, campesina y clase media y otros sectores sociales fueron testigos del arte en las calles reivindicando “el derecho a la ciudad”. [2]
En síntesis, el Frente Cultural puso en marcha prácticas artísticas libres y abiertas a la interpretación en confrontación con el concepto burgués del arte, léase el mercantilismo de la imaginación y la centralidad de los museos que controlan y limitan el acceso a la creación artística.
Notas
1.“Silvano Lora: Arte, militancia y colectivismo”, Aniova Prandy, Plenamar, 7/8/21.
- La frase hace referencia al ensayo del filósofo marxista Henri Lefebvre publicado en 1968 acerca del entorno urbano, el capitalismo y el rol de la gente en la conformación de ciudades y espacios habitables más abiertos y democráticos.