Dos merengues interpretados por Milly Quezada, ícono auténtico de la dominicanidad, simbolizan a los dominicanos que viven en el extranjero; pero que al llegar la navidad, regresan a su patria trayendo consigo alegría a sus familiares y amigos que esperan ver con ansias a quien un día partió buscando mejores sueños.

No hay dudas que el merengue Volvió Juanita (Letras de la colombiana Esther Forero) constituye el himno mismo de la navidad. Asimismo, un éxito rítmico más reciente se titula, Juanita no come cuento. Ambas composiciones son representativas del fenotipo dominicano e hispanoamericano, alegre y parlanchín. Tanto sus letras como su ritmo contagian al más zurdo entre los malos bailadores.

A mi juicio, no es posible hacer la misma valoración de la película Juanita, de la cineasta Leticia Tonos. Es evidente que dicha película responde a una apropiada composición filmica. Técnicamente, todos los elementos propios del cine se articulan conforme a un enfoque de esta cineasta que ya ha mostrado su expertí en el oficio con buenas películas, dentro de las cuales resuenan: La hija natutal (2011); Cristo Rey (2013), Mis 500 locos (2020).

Juanita tiene como principal fortaleza su calidad fílmica y el elenco que la integra. Se percibe muy buena fusión del movimiento, el tiempo, las luces, la banda sonora, las tomas, los encuadres y las escenas, etcétera.

Su debilidad está en el contenido. Sí, ¿De qué trata Juanita? Ciertamente hay poco qué decir, pues adolece de una narrativa que dé cuenta del fenotipo del dominicano que sí aparece bien definido en el potente merengue compuesto para esta película: "Juanita no come cuento".

En la película la dominicana se vende como una "chapiadora", de mala costumbre y pocos valores. Una dominicana que viaja a España a buscársela como sea. No obstante, cuando miramos la cartelera y vemos a la gran Reina Milly Quezada, imaginamos que se trataría de la vida de nuestra merenguera, la cual posee una narrativa digna de ser emulada por las presentes y futuras generaciones.

Una familia que vivió en situaciones de pobreza extrema, en el barrio San Carlos, en el contexto del fin de la dictadura de Trujillo y previo a la Guerra de Abril de 1965 y que una vez emigró a la ciudad de NY trabajó de forma honrada y decidida al grado de crear la primera y potente agrupación de música tropical liderada por mujeres en Nueva York, Milly Joselín y los vecinos. No creo que haya que esperar que siga viviendo para llevar al cine tan digna historia de vida, sobre todo, porque esa familia es solo una muestra trascendente entre centenas de emigrantes dignos de ser catapultados porque no han viajado a los EEUU y a otros países a delinquir, sino a trabajar en restaurantes, salones de belleza, bares de tapa, bodegas, casa de familia, plomería, construcción, etcétera. ¿Por qué tiene el cine que destacar los casos periféricos de dominicanas y dominicanos que van a delinquir como si estos constituyeran el prototipo de lo dominicano allende los mares?

Parece que los cubanos capitalistas de la Florida tienen mayor sentido de identidad con lo suyo que nuestros hacedores de cine local, mutatis mutandis. Por eso no escatimaron esfuerzos en producir una serie de la vida de su más alta representación en la música tropical, la grande, Celia Cruz.

Pero el caso que nos ocupa probablemente obedezca a que seguimos viendo la música, el cine y la literatura, etcéteta, como medio de reproducción banal del morbo, pese a que la misma ley de cine (Ley No. 108-10) en varios de sus artículos describe el rol del cineasta frente a los espectadores. También puede que obedezca a que para producir un guión se requiere leer la obra que posteriormente se adaptaría, así como conocer historias, geopolítica, contextos, etc. Una tercera razón puede que se deba a la falta de consciencia ciudadana y de poca identidad del guionista y del productor con la sociedad y con el Estado. No creo, como cuarta posibilidad, que a este elevado nivel profesional los complejos y las mezquindades impidan dar "a Dios lo que es de Dios y a César lo que es de César".

En todo caso, creo que la película sobre la verdadera Juanita, la dominicana, todavía no ha sido rodada.

En definitiva, al ver esta fílmica resuena la pregunta: ¿cómo puede el cine contribuir con la conformación de ciudadanos éticos que amen más a su nación, a su legado cultural, sin que ello sea equiparable a odiar a quienes no compartan su misma idiosincrasia? ¿Puede la música y el cine dominicanos promover nuestros valores, o debe seguir el rumbo impuesto por la banalidad del mal? (Hannah Arendt,1963).

 

Gerardo Roa Ogando en Acento.com.do