La verdad que es difícil entender a los economistas. Tanto tiempo hablando de la necesidad de una reforma fiscal, que ningún país resuelve los problemas públicos con tan baja carga tributaria, que el endeudamiento público hay que pararlo; y tanto tiempo planteando que hay que cobrar más impuestos directos, que hay que poner a los ricos a pagar. Y resulta que ahora, los mismos que tenían décadas advirtiendo de ello, encuentran todas las objeciones.

Solo hay que leer los artículos escritos por algunos colegas, y uno se queda con la impresión de que quieren decir: olvídense de cobrar impuestos directos, que eso es demasiado difícil, los ricos van a salir huyendo, se van a llevar sus empresas, nadie va a invertir aquí, se va a evaporar el ahorro, va a haber fugas de capitales, va a subir la tasa de cambio y el PRM va a perder las elecciones.

Otros advierten: es abusivo cobrarles más impuestos a la clase media, y peor es que algunas de estas figuras toquen también a los pobres, porque eso es regresivo. Es más, los que propusieron eso son unos ministros abusadores, no van a poder salir a la calle en público después; y los diputados y senadores que lo aprueben, no van a poder hacer campaña en el 2028.

Visto el reperpero que se ha armado, conociendo el historial de reformas anteriores, el poder de los poderosos y la debilidad del Estado Dominicano, no tengo dudas de que la actual reforma no pasará, o que lo que pase va a ser una caricatura para volver a lo mismo. Es sumamente fácil sabotearla oponiéndose a cada una de sus partes, que indudablemente tienen aspectos mejorables.

Cualquier ciudadano medio, y hasta las propias autoridades, podrían reaccionar: “pero si es para que al país le lleguen todos los demonios, ¿por qué no dejar eso así?”  Pero resulta que los propios economistas que anuncian rayos y centellas si la reforma se aprueba, son incapaces ahora de decir qué va a ocurrir si no se aprueba.

Yo les voy a decir mi parecer: si se aprueba, el presidente puede terminar mal, pero si no se aprueba, termina peor. Y eso quiere decir que la sociedad dominicana terminará perdiendo más. La siguiente crisis que vendrá, quizás no en lo inmediato, pero que irremediablemente vendrá cuando aparezca un detonante, impondrá una reforma mucho más dolorosa.

En virtud de que, en este mundo de lo virtual, quien más adeptos gana es quien inventa más números y hace más conjeturas, yo voy a comenzar a hacerlas.

La primera es que va a seguir la fiesta del endeudamiento y, como el déficit fiscal lo que hará es crecer, rápidamente se violará la reciente Ley de Responsabilidad Fiscal. Cuando el Gobierno vaya al mercado de capitales a vender bonos por más de US$7,000 millones para cubrir tanto el déficit como los vencimientos de deudas para el próximo presupuesto, los tradicionales inversionistas lo van a recibir diciendo “NA NA NI NA, con nosotros no cuente”.

Dado que la necesidad es apremiante, el gobierno insistirá y aparecerán otros dispuestos a asumir mayores riesgos “Ok, te los préstamos, pero a un rendimiento del 12%”, y el gobierno reaccionará: “imposible, porque se me iría el presupuesto entero en intereses”. Respuesta: “o lo coges o lo dejas”

El gobierno se hará el guapo y regresará al país con las manos vacías confiando en ganar tiempo, pidiéndole a grandes empresarios que le avancen algo, a los grandes bancos que le presten algo, que eso se les garantiza con la maquinita del Banco Central; ellos, para eso siempre tienen, pero mientras tanto van a comenzar a poner en resguardo sus capitales en otras manos.

La tasa de cambio comenzará a caminar, la inflación subirá a dos dígitos al año, el Banco Central responderá reduciendo sus reservas y subiendo tasas de interés, eso meterá miedo y la tasa de cambio comenzará a correr a mayor velocidad, la inflación subirá a dos dígitos al mes; los generadores eléctricos y los transportistas dirán que así no pueden comprar petróleo y exigirán más subsidio, el gobierno dirá que no tiene de dónde.

Los empresarios reclamarán al unísono al presidente que negocie un Acuerdo de Alta Condicionalidad con el FMI para que venga a remediar el caos. El Fondo le dirá: “usted se pasó 15 años financiando con deuda un déficit de 3% del PIB, pues ahora tendrá que pasarse 15 años generando un superávit de 3% para pagarla; haga un ajuste del 6%”. Y el presidente responderá, “¿seis por ciento? Pero eso es una locura, si todo este alboroto se formó por uno y medio por ciento”.

El FMI le dirá, pero si no quiere cobrar impuestos, puede hacerlo bajando gastos. Para complacer la opinión pública, el gobierno comenzará por quitar los barrilitos a los legisladores y las asignaciones a los partidos; como 6% del PIB es mucho, les quitará asignaciones a las instituciones descentralizadas, cerrará varios ministerios, los hospitales seguirán abiertos, pero el que vaya que lleve hasta el algodón; las oficinas de Agricultura e INESPRE vivirán rodeadas de piquetes de agricultores reclamando que les paguen.

La reforma policial terminará en papeles, la delincuencia volverá a florecer, cuando alguien llame a una patrulla le dirán que si paga el pasaje, porque aunque consiguieran gasolina no tienen gomas; los corruptos se reirán a carcajadas, más que ahora, porque las denuncias de corrupción dormirán en los despachos por falta de abogados para procesarlos; las yipetas no podrán transitar por avenidas llenas de basura y agujeros; los esporádicos apagones se convertirán en esporádicos prendiones; no habrá ningún acueducto nuevo ni mucho menos rehabilitación de las vías cuando lleguen los aguaceros, y el agua llegará a los hogares lejanas veces.

La inversión extrajera dejará de llegar y los turistas estarán asustados de venir al país; la pobreza volverá a los niveles de los ochenta. Los pobres sentirán que ya no tienen nada del poco Estado que tenían, los ricos estarán felices porque nunca lo necesitaron, excepto algunos que fueron alcanzados por la DGII o que buscan que les paguen deudas, y la clase media saldrá a la calle a reclamar ¡que hagan ya la bendita reforma fiscal!