Contrario a la expectativa de mucha gente, economistas incluidos, tengo la impresión de que la gestión de Donald Trump que se inicia puede contribuir a la decadencia económica de ese país. Al menos, tengo dudas de que su posición en la economía y la geopolítica global experimenten una época dorada, como promete el presidente en su discurso.

Por la campaña anunciada, los anuncios y los decretos ya dictados, se anticipa que la época dorada prometida descansa en los siguientes pilares: disminución de impuesto sobre la renta a los grandes contribuyentes; altos aranceles a la importación; deportación masiva de inmigrantes e impedimento de nuevas entradas; aliento a la exploración y explotación de hidrocarburos; reducción de programas de protección social, y expansión geográfica de las fronteras para ampliar su dotación de recursos. Parecería que también conduciría a inducir mayor armamentismo nacional y entre los aliados.

No tengo dudas de que altos aranceles y más armas podrían impulsar temporalmente la industria, atrayendo algunas ramas de otros países, pero habría que ver hasta dónde eso es suficiente. Es posible que las facilidades para la exploración y explotación de petróleo y gas atraigan inversión nueva, pero no tanta, debido a que ya los precios están deprimidos y una perspectiva de precios bajos no es el mayor aliciente para inversiones costosas en Estados Unidos.

Hasta aquí el lado positivo, pero también es posible que el impacto de muchas de sus medidas económicas se convierta en un bumerang en su contra, y que sus políticas mercantilistas y aislacionistas contribuyan a la decadencia del imperio.

Vamos por partes: de las subidas de aranceles el primer impacto es alza de precios. Aunque la publicidad de Trump dice que eso lo pagarán otros países, es pura demagogia, pues no hay forma de evitar que recaiga sobre los consumidores estadounidenses.

No es inflación, en sentido estricto, pero tiene mucho potencial de convertirse en inflación. Para los que no son economistas quiero aclarar la diferencia: una subida de precios de una sola vez no se llama inflación, pues esta consiste en un movimiento persistente, mientras el impuesto ocasiona el efecto de un solo tiro. Pero para el consumidor, es sencillamente subida de precios.

El alza inicial se concentrará en los bienes importados o que compiten con los importados (transables), mientras casi el 80% del PIB norteamericano y de la estructura de consumo está formada por servicios. Pero resulta que las empresas de salud, transporte, viajes, comunicaciones, entretenimientos, etc., utilizan en sus procesos materiales y equipos que llegan masivamente de México y, particularmente de Asia (no solo China). Cuando esos establecimientos vean que sus costos están subiendo, responderán también ajustando precios, alargando el efecto temporal de las alzas.

Es previsible que la Reservas Federal, viendo diluir el éxito de su política antiinflacionaria responda subiendo nuevamente su tasa de interés de referencia, induciendo alzas generalizadas.

Pero, aunque esto no ocurriera, las tasas de interés subirían de todas formas, debido a la emisión masiva de bonos; el fisco norteamericano se nutre fundamentalmente del impuesto sobre la renta y, al bajar este, por mucho que se aumenten impuestos indirectos o se supriman gastos sociales, aumentaría el déficit fiscal con lo que se elevaría la deuda pública. Algo parecido se hizo en tiempos de Reagan, y embarcó a los EUA en una espiral de endeudamiento de la cual no ha podido salir.

En una época en que menos países están dispuestos a comprar bonos del Tesoro estadounidense, por los conflictos mundiales, mayor oferta y menor demanda de bonos elevarían su rendimiento y de toda la estructura de tasas de interés.

A su vez, el mayor rendimiento de los bonos del Tesoro atraería capitales a los Estados Unidos, presionando por mayor apreciación del dólar, anulando parcialmente el efecto competitivo de los aranceles. Los otros gobiernos tienen como arma la devaluación de sus monedas para contrarrestar los aranceles.

Casi todo el mundo concuerda en que la deportación masiva de inmigrantes y las trabas a la inmigración no van a hacer más competitiva la economía de los Estados Unidos, sino más cara. Muchos sectores productivos sufrirán la pérdida de mano de obra. Si los precios de la energía bajaran mucho, eso atenuaría la inflación y mejoraría la competitividad, al costo de hacer un enorme daño al mundo por el cambio climático.

El discurso de Trump está vendiendo su programa económico como una especie de relanzamiento imperial, en que los Estados Unidos se agrandaría al tiempo del empequeñecimiento de los demás, bajo el entendido de que los otros países se quedarán de brazos cruzados aguantando estoicamente los golpes. Pero lo más probable es que le lluevan represalias, conduciendo a un proteccionismo universal. Siendo así, EUA perdería parcialmente por vía de exportaciones lo que gana en sustitución de importaciones.

Y podría perder más por dos razones. La primera es el encarecimiento relativo de la economía estadounidense, y la segunda es que, si China y los demás actúan con inteligencia, manteniendo normal el comercio entre las demás regiones, entonces en casi todas partes se aplicarían aranceles defensivos a los artículos estadounidenses, decretando que Estados Unidos vea desplazado su espacio en el comercio mundial.

En términos geopolíticos, la agresividad que se expresa en el lenguaje y las decisiones del gobierno norteamericano, insultando y amenazando países, afectando sus economías, no le va a generar mayor admiración, ni confianza ni respeto, como dice Trump, sino temor y animadversión, salvo algunos países europeos que se encuentran golpeados y paralizados, obedeciendo órdenes de su socio mayor. De modo que, en vez de más aliados, consiga más adversarios repartidos por el mundo.

Mientras tanto, al interior de la sociedad norteamericana, el desmantelamiento de programas de protección social y la sustitución de impuestos directos por indirectos va a conducir irremediablemente al empeoramiento distributivo, mayor división social y polarización política, mal consejero para acariciar sueños imperiales.