Las fiestas navideñas y las de Año Nuevo transcurrieron con más dinamismo del esperado. Por el impacto de la COVID-19 y sus variantes, se esperaba una temporada con más restricciones y menos flexibilidad que la otorgada. Ahora la alegría del período indicado se ha transformado en una preocupación generalizada en la sociedad dominicana y en el nivel mundial. En el ámbito local, no solo influye el incremento vertiginoso de los contagios; influye, también, la convocatoria a la reapertura de las clases presenciales en el ámbito preuniversitario. Esta decisión del Ministerio de Educación de la República Dominicana se toma en coordinación con el Gabinete de Salud y el Colegio Médico Dominicano.  Asimismo, se convoca con el rechazo de algunos epidemiólogos, pediatras, políticos y de la ADP. Ambos sectores tienen razones para tomar la posición que exhiben con respecto a la decisión de retomar las clases presenciales. Los convocantes se basan en que esta pandemia no es algo coyuntural, sino que cada vez más se vuelve endémica; en que la pobreza de aprendizaje, de docencia y de gestión en el campo educativo se ha profundizado de tal manera, que alarma al más insensible del país.  Tienen razón, porque con la escuela cerrada, el desarrollo socioeducativo y económico se agrava más de lo que está, lo que afectará tanto el presente como el futuro de la nación. La segunda parte puede tener un porcentaje de razón, si se analiza la capacidad de previsión, de planificación  anticipadora, de organización y de acompañamiento a la práctica educativa del Ministerio de Educación de la República Dominicana. Esta capacidad está débil y demanda un fortalecimiento sistémico, para poder responder a los desafíos de clases presenciales en contexto de contagios marcados por la celeridad y la extensión.

Las clases presenciales son necesarias; y, en esta dirección, UNICEF, otras instancias de la ONU, personas, organizaciones profesionales y sociales de la Región, de Europa y del país no se resisten a las clases presenciales. Son claras al exigir docencia presencial de calidad, observación pulcra y ética del protocolo sanitario; así como un acompañamiento permanente que garantice la vida y los aprendizajes de estudiantes, docentes, personal técnico y de apoyo. Alentar la presencialidad en los centros educativos no es priorizar la economía y la desaparición de la gente. Es demandarle al gobierno dominicano una apuesta real por la educación de la población en un escenario complejo y direccionado por la incertidumbre. Es indicarles a los dirigentes del país, empresarios, partidos políticos e iglesias, que el derecho a la educación que tiene la gente no se compensa con palabras mayúsculas. Es con trabajo sin ruidos, sin simulaciones. Es con trabajo responsable, fundamentado científicamente y con resultados visibles,  en el sistema educativo y sobre todo, en los actores de los procesos educativos.  Es preciso un retorno a las clases presenciales tomando previsiones para la seguridad de las personas. El horizonte ha de ser resultados fiables en educación. Para ello, el Ministerio de Educación ha de trazarse una estrategia que fortalezca un trabajo coordinado con las familias, las organizaciones comunitarias y profesionales de la sociedad. Es importante desarrollar confianza básica, sin ingenuidad, en los sectores externos al Ministerio de Educación. En esta época es necesario aprender a construir desde las diferencias, sin temor ni exclusión. Es un período para la construcción compartida y para la apertura a nuevas propuestas e interpelaciones razonadas, que garanticen una educación menos cosmética y con más impacto en la transformación de actitudes, de visión y de prácticas. De igual modo, en estos momentos, los centros educativos pueden tomar la decisión de fortalecer su creatividad; de revisar su cultura institucional y su relación con las organizaciones del entorno. El centro educativo veleta tiene que desaparecer. Para que esto ocurra, los actores de la institución deberían tomar conciencia y decisiones orientadas a potenciar y poner en práctica una acción pensada e innovadora en la práctica cotidiana. La presencialidad demanda hoy, en los centros educativos, una postura resiliente y de atención permanente a la realidad global.

Es necesario un retorno a las clases con garantías sostenidas. El Ministerio de Educación de la República Dominicana no se puede distraer. Ha de focalizar e invertir, para que las clases sean sostenibles, con calidad integral y con cuidado real de las personas.