En el marco de su programa de remozamiento de parques, barrios y espacios públicos, el ADN acudió recientemente en socorro del Parque Duarte del Centro Histórico de Santo Domingo. Aunque con su intervención enalteció la memoria de nuestro noble patricio, la revalorización del lugar que se deriva de ella se queda muy corta. Hoy día ese Parque califica como un emblemático lugar de reverencia, pero para ser justos a la obra del ADN le hace falta otros egregios complementos. Dada la majestad de la figura histórica del prócer la requerida remodelación debe incorporarse en el proyecto BID/MITUR.
A Duarte y nadie más corresponde la paternidad del ideario de nuestra nacionalidad. A ninguno de sus coetáneos o predecesores le brotó lo que Juan Isidro Jiménez Grullón, en su brillante opúsculo “La ideología revolucionaria de Juan Pablo Duarte, llamó el “estereotipo dinámico” que, trenzando las hebras doctrinarias del “romanticismo, el liberalismo, el nacionalismo y el socialismo utópico”, ansiaba la libertad como fin último y la creación de la nación dominicana. Sobre esa originalidad no existe hoy día mucha controversia. Pero la magna obra de la independencia no ha dado pie a que sus méritos sean reconocidos debidamente. No existe hasta ahora un espacio o estatuario que le haga justicia a la eminente dignidad del Padre de la Patria.
La modorra patriótica que devela esta delincuente desidia debe ser reemplazada por los vagidos de un gran despertar. El logro de Duarte merece un gran reconocimiento en todos los sentidos, al haber sido la médula y hondón del proyecto independentista. Su crucial abnegación y entrega para el éxito amerita una monumentalidad extraordinaria más allá de los magros reconocimientos existentes. En una ocasión anterior propuse una estatua más grande que la de Montesinos para ser ubicada en el lugar donde hoy está el Obelisco de la ciudad capital y también rebautizar al Malecón con el nombre de Juan Pablo Duarte. Lamentablemente, la propuesta no retumbó en los oídos de nadie y seguimos empantanados con esa deuda histórica.
El ADN ha protagonizado ahora una debilucha iniciativa al emprender su obra de remozamiento del Parque Duarte. La intervención consistió en la poda de los árboles, una limpieza profunda del suelo, el reemplazo de adoquines deteriorados y el remozamiento de las jardineras. A eso se le añadió un esquema de cogestión con los vecinos del lugar cuya efectividad estaría por verse frente a las estridencias de los visitantes que pululan ahí durante los fines de semana.
La popularidad que ha adquirido ese hábitat en tiempos recientes no embrida en nada con la memoria del patricio. De hecho, las inconductas que se reportan de muchos visitantes equivalen a un grosero irrespeto de su figura. Lo que impera a veces ocasiona muchas molestias al vecindario con sus ruidos y desparpajos, en una “disgregación caótica de los valores clásicos”. Los vecinos se quejan amargamente de los estragos causados al entorno, a pesar de que la Policía Nacional ha en ocasiones confiscado altoparlantes y sometido a algunos brabucones a la obediencia. Extraña sobremanera que ni siquiera POLITUR –que tiene la seguridad ciudadana a su cargo en el Centro Histórico—haga una proba gestión de vigilancia e imponga el respeto a las normas de convivencia civilizada.
Para domeñar las irritantes inconductas y revertir la actual situación de desacato a la figura del patricio se requiere visualizar una reconfiguración del Parque y su entorno que a la vez coligue con las dimensiones históricas del Padre de la Patria. Se necesita no solo proveer baños portátiles, zafacones y una abundante iluminación. Se requiere una intervención de mucho mayores proporciones que refleje las ilustradas luces del patricio. El resultado debe ser un lugar de veneración tan importante como la Basílica de Higuey donde acudan todo tipo de delegaciones a honrar la figura de Duarte con el respeto que merece. Para concebir el proyecto debe celebrarse un concurso nacional entre profesionales de la arquitectura y la historia para elegir un diseño que evite la cosmovisión sustentada en el colonialismo hispánico y religioso que ha arropado la mayoría de las intervenciones sobre el patrimonio en el Centro Histórico. El énfasis debe ser en lo imperante en la época republicana con pertinentes rasgos modernos.
Aunque la obra no debe tener pretensiones faraónicas, si debe aspirar a que el referido parque se conozca como el Parque de las Luces de Duarte. Para ello lo primero es reconocer que los habitués actuales deben mover su ánimo festivo para otro lugar de menor significación patriótica. Por eso sería conveniente que el nuevo hábitat incorporara el espacio de la que hoy se denomina Plaza de Bartolomé Colón, un lugar muy subutilizado que colinda con la esquina sureste del Parque. El odioso y feo muro que circunda esa Plaza debe ser derribado a fin de establecer ahí un espacio público donde los jóvenes de los fines de semana puedan descargar sus fuegos encandilados. Su proximidad con el Parque Padre Billini facilitaría el traslado correspondiente.
Una segunda intervención implicaría una declaración de utilidad pública –con la justa compensación de sus propietarios– de los dos edificios de las esquinas norte del Parque para impartirle usos congruentes. En uno de ellos podría ubicarse una biblioteca, mientras en el otro se presentaría memorabilia duartiana y trinitaria aderezadas por una cafetería de rasgos republicanos. (Ideal seria trasladar el actual Museo de Duarte a esa edificación.) Alternativamente, podría pensarse en usar la Capilla de la Tercera Orden –ubicada al cruzar la calle sur– que actualmente no tiene ningún uso. La biblioteca se llamaría Vicente Duarte, trasladando ahí las colecciones de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos y la del Museo de Duarte. Y a la Calle Padre Billini se le cambiaría el nombre para que en lo adelante se le conozca como la Rosa Duarte.
Para importantizar el sitio se asignaría su gestión a un gobernador civil que responda al Ministerio de la Presidencia. Asimismo, el Ministerio de Defensa estaría encargado de una guardia de honor compuesta por cadetes de nuestros institutos castrenses, la cual operaría frente a la estatua del patricio entre las diez de la mañana y las cinco de la tarde (rotando los cadetes para que representen a ambos sexos). Ese injerto militar resultaría contrastante con la atmósfera de solaz esparcimiento, pero es ese contraste lo que impartiría solemnidad al sitio. Aunque no haya glorieta ni fuentes de agua, tanto los nacionales como los turistas apreciarían mejor el sitio si se despliega también una bandera nacional de impresionante dimensión.
En mi mencionado articulo anterior se visualizaban otras decoraciones relativas a la arborización y el ajardinamiento. “El conjunto estatuario fue desfigurado cuando se cortaron las matas de filorias que flanqueaban sus cuatro esquinas. Ahora habría que escoger los arboles esquineros, preferiblemente el laurel y la palma que adornan nuestro escudo. En algunos sitios del PD donde todavía quedan claros también se plantarían palmeras reales para impartirle más trópico. El ajardinamiento se lograría colocando elegantes jardineras y sembrando en ellas jazmines de Malabar. Esas eran las flores que se colocaban en la cabellera las señoritas que pertenecían a La Trinitaria (“filorias”) para significar su identificación con la causa de la independencia.”
Quienes participen en el propuesto concurso arquitectónico ponderarán estas sugerencias y podrían, si así lo consideran, compaginarlas con sus propias concepciones. Inclusive podrían ampliar su intervención para abrazar otras partes del entorno. Lo que se requiere ahora es que el Instituto Duartiano y la Academia de la Historia soliciten conjuntamente al MITUR que incluya en el proyecto BID/MITUR esta obra justiciera. Ya el MITUR llamó a un concurso para intervenir la Calle El Conde y el Parque Colón y se le debe señalar que la remodelación propuesta del entorno duartiano tiene mayor importancia. De hecho, resulta más importante que las otras restauraciones de monumentos de la colonia. Con la obra solicitada estaríamos posicionando la visión republicana por encima de la cosmovisión hispánica que hasta ahora ha prevalecido en todas las intervenciones del Centro Histórico. Así se estaría no solo haciéndole justicia a la memoria del Padre de la Patria sino también acentuando la trascendencia de nuestra nacionalidad.