A VERÓNICA SENCIÓN, infatigable gestora cultural y filántropa, que me recordó hace unos días que me conoció siendo [yo] «jovencita».
I.-Recoge la ternura que flota en la mirada vecina, cuando la atrae una señal de vida. / La sonrisa es la flor del corazón que se abre en el rostro. Procura siempre que el corazón de tu hermano florezca maravillosas flores, que ellas serán tuyas.
DELIA WEBER (1900-1982), fragmentos del libro Ascuas Vivas (Editora Montalvo, 1939).
La solidaridad es el único salvoconducto que tiene la humanidad al despertar el día, mirarnos en el amanecer, confundirnos con los demás habitantes del mundo en el abrazo que traen los rayos del sol. Todos tenemos un parecido, confluencias de destinos, misiones que compartir con alguien que se adueña de nuestra ternura o se sienta a orillas del camino a preguntarle al horizonte cómo podemos en el huerto —donde cultivamos las frutas, o, el jardín donde crecerán las flores en cada estación de nuestras vidas— alcanzar al crepúsculo en la tarde para sonreír al descubrir en los colores anaranjado, violeta, azul o rosa el autógrafo y la mirada del Orden Infinito que no se fatiga al guiarnos.
II.-Cuando tú lloras quisiera ser urna de cristal y, por encanto, convertir en flores tu llanto y en perfume la oscuridad.
La caridad se siente cuando nos apoyamos en el hombro de quien alivia nuestro dolor; la caridad sólo se alimenta de ternura cuando es sincera y llega de una mano amiga como una flor que empieza a crecer. La caridad se hace con fe, y porque se hace con fe, se hace árbol, crece y tiende sus ramas con la nobleza de la luz del alba que se refleja en los vitrales de las catedrales donde los dones del Creador se reciben en el silencio del alma.
Usted, él, yo, nosotros, todos podemos alcanzar a las estrellas del cielo recién nacidas, y darle un nombre si queremos realizar un sueño, porque todos tenemos una estrella que da hospedaje en las alturas a nuestros sueños junto al vuelo de los ángeles que orbitando en el mundo traen las enseñanzas de la bienaventuranza a la humanidad, y lo pensamos así porque no existe mejor sueño a realizar que la obra de amor. Martha María Lamarche (1900-1954), una de nuestras más sensibles poetas místicas del pasado siglo, resume la fuerza de este apoyo divino de la manera siguiente: « … las almas grandes vuelan por la inmensidad.»
Stefan Zweig cuando escribió su «Autobiografía» con el sugerente título El mundo de ayer estremeció a la conciencia intelectual de su tiempo al desarrollar sus ideas sobre la fraternidad espiritual. La lectura de este libro nos hace comprender que las personas necesitan actuar a partir de sus convicciones, que ayudar a la humanidad es hacerle un homenaje al amor, al prójimo, y que debemos comunicarnos de manera voluntaria para auxiliarnos unos y otros, y hacer con las manos puentes de solidaridad, para que los rostros se miren-entre-sí, se conozcan- entre- sí, para mirarse y reconocerse sin extravíos, miedos o temores, sino con alegría, ternura y comprensión, puesto que el mundo, nuestro mundo, el mundo de hoy frecuentemente padece la enfermedad de la indiferencia, y se enfrenta de golpe a ciclos donde la soledad y, el desamparo existencial torna todo convulso, gris o helado.
Quizás, el gran milagro de este tercer milenio de civilización cibernética o virtual, donde las almas pueden estar al borde de cegarse y caer en el vacío, es la solidaridad. San Pablo decía que «el que ama al prójimo cumplió la ley… puesto que la plenitud de la ley es el amor. »
Los renacentistas conocieron este sentido positivo de actuar; de ahí parte que el individuo fuera entonces el personaje principal de la historia y de la cultura. El profesor británico y estudioso hispanista de Liverpool James Fitzmayrice-Kelly nos recuerda, en ese tenor, a la figura de Bartolomé de las Casas por «su ardor filantrópico», por «su fogoso alegato a favor de los indígenas de América» como «un hombre de partido, pero apresuremos a reconocer que pertenece al partido de la razón y de la justicia.» Este retrato de las Casas define al primer filántropo del continente, aquel que enseña la virtud y se consagra a un ideal.
III.-Entre los árboles, por donde viene en rumor el agua, hay un nido de pájaros que se deleitan de sus propias canciones.
La solidaridad, la consagración a este ideal es, lo que hace posible que el mundo tenga un porvenir, y creemos que como valor y virtud tiene una jerarquía superior a las doctrinas del «contrato social», aquel texto publicado por Rousseau, y que occidente lo asume como la base jurídica de la sociedad. No obstante, las cuestiones de la condición humana van más allá de asumirse —a partir del contrato— como una norma de carácter jurídico, puesto que la solidaridad es una regla social, y en ella está la base del equilibrio de las sociedades, y aún los nuevos horizontes de la humanidad; más aún cuando las grandes paradojas del siglo XXI orbitan sobre cómo solucionar los conflictos que se derivan de las riquezas y de las miserias, mientras de manera creciente miles, millones de brazos se extienden pidiendo con las manos vacías un poco de caridad.
IV.-En el alma me están naciendo rosas… Y he de llenarte la vida de rosas como joyas que fulguran en la oscuridad…
Todas las personas piadosas tienen algo en común: humildad y amor a la obra porque escuchan «la voz de Dios». La filantropía es una labor hermosa que viene con el aprendizaje de lo que enseña la fatigosa faena del humilde, y se hace al correr de los años un rosal de abundancia; es por esto que la felicidad del que da y del que recibe se torna pura cuando se deriva de la bondad.
Creemos ser conscientes de que reflexionar sobre el amor y la felicidad en los otros, de los otros y para los otros, trae consigo un significado ético, y un contenido espiritual vital para comprender la grandeza de todas las instituciones, fundaciones y asociaciones que se dedican a servir a los demás.
Los demás son los nosotros, y obrar conforme al amor y a la solidaridad es un milagro de nuestro tiempo, porque no podemos permitir que los más débiles naufraguen o perezcan de angustia a causa de enfermedades o necesidades económicas si podemos tender o construir un puente de altruismo con las manos amigas. Es por esto que el mundo no puede dejarse doblegar por la voluntad de los indiferentes, y lo ha escrito Ramiro de Maeztu al referirse al «Don Quijote» de Cervantes al señalar de manera cándida a los filántropos y altruistas que consagran su vida al servicio de los demás: «Su lanza generosa se rompe en la piel dura del egoísmo humano. »
De ahí se deriva una filosofía de valores, y la búsqueda de respuestas para comprender con asombro lo que Jean-Paul Sartre denomina «universalidad humana de condición», y le provoca preguntarse «llegará la colectividad, como tal, a realizarse?», para a seguidas afirmar «todo proyecto, por más individual que sea, tiene un valor universal. »